Beato Ángelo de Sansepolcro, Presbítero y Ermitaño. Siglo XIV.

Hermano de la Orden de los Eremitas de San Agustín, se lo vincula con el milagro de la resurrección de un inocente condenado a muerte. Se le destacan su humildad, caridad y pureza.

Queremos ser como los demás

Siempre ha sido así. Si has leído la Biblia, es como la historia de una madre y su hijo en la edad del pavo. Ella que le busca y le quiere, y el niño —es decir, sus elegidos— que no quieren los besos de su madre. Vamos, que queremos que nos deje en paz. Pero como él ha hecho una alianza, por mal que lo pase, continúa en su promesa de no echarse atrás le hagamos lo que le hagamos.

Un día dijo Dios unas palabras bastante duras: «Vuestros discursos son arrogantes contra mí. Vosotros objetáis: “¿Cómo es que hablamos arrogantemente?” Porque decís: “No vale la pena servir al Señor, ¿qué ganamos con guardar sus mandamientos? ¿Por qué andar en duelo en presencia del Señor de los ejércitos?”» Aunque está escrito hace muchos siglos, ya se ve que los hombres seguimos siendo los mismos. Pero no se queda ahí: sigue diciendo algo como si nos leyese por dentro: «Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; aun haciendo el mal les va bien, provocan a Dios y quedan impunes» (Malaquías 3, 1-4.6).

Otra reacción muy típica nuestra: no queremos ser distintos, preferimos ser como los demás. Lo mismo dijeron los judíos a Samuel. Los demás pueblos tenían reyes; sin embargo ellos, por ser el pueblo elegido, tenían al frente Patriarcas. «Los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá. Le dijeron: “Mira, tú eres ya viejo… Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones.” A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor. El Señor le respondió: “Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey.”»

Samuel les transmitió lo dicho por el Señor, y les advirtió que el rey les sometería, en ocasiones abusaría, que serían sus esclavos, les exigiría diezmos… «No importa —insistieron—. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos” (1Sam 8, 4-7.10-22). Les dio por rey a Saúl.

¿No te parece que es lo mismo que nos ocurre continuamente a los cristianos? Arrogantes, pensamos que no compensa vivir los mandamientos, envidiamos a los malvados porque a ellos no les va mal, no queremos a Dios por rey, queremos ser como los demás… Una fotografía de la humanidad.

Después, el hombre extraviado vuelve a Dios porque se da cuenta de que se ha equivocado. Dios, siempre fiel a su alianza, espera y da el perdón todas las veces que sea necesario.

Gracias, Dios nuestro, por tu fidelidad. «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 99). Gracias, Señor, y no tengas en cuenta nuestra arrogancia, las tonterías por las que nos dejamos engañar continuamente. «Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto» (129). Tú eres Padre bueno, el único Padre.

Si quieres, es el momento para pedirle perdón por las veces que interiormente te hayas quejado de él, y puedes comentar las últimas veces que te haya pasado.

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