Santa María Micaela. Siglo XIX.

De Madrid, quedó huérfana siendo muy joven. Tuvo como director espiritual a San Antonio María Claret. Fundó la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento.

Corazón tamaño planeta

Tuve la suerte de estar en Lisieux, un pequeño pueblo al norte de Francia, donde vivió santa Teresita. A los visitantes les enseñan la casa donde vivía ella con sus hermanas y su padre —su madre murió siendo ella muy pequeña—. En el piso de arriba está su habitación. Sobre una mesa se encuentra un crucifijo pequeño, en el que un cartel informa de que ante ese crucifijo rezó mucho la pequeña Teresa por Pranzini. Ésta es la historia de Pranzini contada por ella misma:

«A fin de avivar mi celo, Dios me demostró que mis deseos le eran agradables. Oí de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por sus horribles crímenes. Todo hacía creer que moriría impenitente. Me propuse impedir a toda costa que cayera en el infierno. Para conseguirlo empleé todos los medios imaginables.

»Sabiendo que por mí misma nada podía, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos de nuestro Señor, los tesoros de la santa Iglesia. Por último, supliqué a Celina [una de sus hermanas] que mandase decir una misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por temor a verme obligada a manifestar que era por Pranzini, el gran criminal.

»Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico La Croix. Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi…? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme… Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero cuando, de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse…

»Alimentaba en el fondo de mi corazón la certeza de que nuestros deseos se verían satisfechos. Le dije a Dios que estaba segurísima de que perdonaría al pobre Pranzini, y que así lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, ¡tanta era la confianza que tenía en la misericordia infinita de Jesús!; pero que para animarme a seguir rogando por los pecadores, y simplemente para mi consuelo, le pedía sólo una señal de arrepentimiento…

»Mi oración fue escuchada al pie de la letra.»

Señor, que me interesen todas las almas. Rezaré por todos. Hoy te pido, ahora mismo, por todos los que mueran hoy, en cualquier lugar del mundo: que todos se arrepientan antes de morir, que se pongan bien contigo, que todos vayan al cielo. Y te ofrezco las horas de trabajo de hoy por esta intención. Dame, Corazón de Jesús, un corazón grande, grande como el planeta tierra, en el que quepan todos los hombres. ¡Corazón de María, que todos me interesen!

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Cuando lo hayas hecho, termina con la oración final. 

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