San Vicente de Paúl, Presbítero. 1581-1660
París. Fundó la Congregación de la Misión (Paúles), al modo de la primitiva Iglesia, para formar santamente al clero y subvenir a los necesitados, y con la cooperación de santa Luisa de Marillac, fundó también la Congregación de Hijas de la Caridad.
Pontino y el desgraciado que no sabía quién era él mismo
Estamos en los primeros siglos del cristianismo. Pontino contaba 90 años y llevaba ya varios a la cabeza del obispado de Lyon cuando le apresaron por ser cristiano. El juez, tal vez apiadado por su vejez, le preguntó quién era el Dios de los cristianos. Y san Potino, ni corto ni perezoso, le contestó: «Lo conocerás cuando seas digno de Él». Entonces el juez, muy cortésmente, pidió a los presentes que le patalearan y apedrearan. Más tarde, Potino fue llevado a la cárcel, donde expiró.
Este hecho de Pontino nos plantea esta pregunta: ¿soy digno de conocer a Dios? La respuesta: vivir los diez mandamientos nos va haciendo dignos de conocer a Dios. Quien no vive los mandamientos termina por ignorar no sólo quién es Dios, sino que ni siquiera sabrá quién es él mismo. Cuentan que junto a la mesa de un hombre que acababa de quitarse la vida se encontró un sobre en el que había escrito: Aquí encontraréis cuál era mi problema. Lo abrieron y leyeron esto:
«Señor Juez:
Tuve la desgracia de casarme con una viuda; ésta tenía una hija; de saberlo, nunca me habría casado.
Mi padre, para mayor desgracia, era viudo; se enamoró y se casó con la hija de mi mujer, de manera que mi esposa era suegra de mi padre; mi hijastra se convirtió en mi madre… y mi padre al mismo tiempo era mi yerno.
Al poco tiempo, mi madrastra trajo al mundo un varón, que era mi hermano, pero era nieto de mi mujer, de manera que yo era abuelo de mi hermano.
Con el correr del tiempo mi mujer trajo al mundo un varón, que como hermano de mi madre, era cuñado de mi padre y tío de su hijo.
Mi mujer era suegra de su propia hija; yo, en cambio, padre de mi madre; y mi padre y su mujer son mis hijos, mis padres y mis hermanos; mi mujer es mi abuela ya que es madre de mi padre, y además yo soy mi propio abuelo.
Ya ve, señor Juez. Me despido de este mundo porque no sé ni quién soy.»
Ser digno de conocerte, Señor, y de conocerte cada día más. No es posible conocerte sin llevar una vida que nos asemeja a ti. Quiero, por eso, vivir los mandamientos, rechazar aunque sea una pequeñez si me separa de ellos, porque me separarían de ti. Habla, Señor, que tu siervo escucha.
Comenta con él algo de lo leído, y qué podría asemejarte más a él.
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