San Carlos Borromeo, Arzobispo. 1538-1584
Cardenal y obispo de Milán, para la formación del clero convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis atento a las necesidades del pueblo.
La búsqueda del tesoro
¡Quién no ha jugado alguna vez a la búsqueda del tesoro! Te dan unas orientaciones que te llevan a un lugar donde encontrarás algo que te dará una pista. Ésta te enviará a otro lugar donde encontrarás otra pista. Y ésta a otra, y a otra, y a otra. Así hasta que al final llegas al «tesoro».
La vida es también una búsqueda del tesoro. «Quien busca, encuentra», dice Jesucristo. Y la vida es ir buscando a Cristo… en la Eucaristía, en el Evangelio, en los sacramentos, en los demás —especialmente en los que sufren—, en el trabajo, en lo ordinario, y en otras muchas realidades. De este modo, uno va encontrando pistas que le dirigen y le llevan por buen camino y así uno va acercándose a Dios, aunque a veces no se dé cuenta. Pero toda la vida es una búsqueda. Y quien busca, encuentra: con la muerte encuentra definitivamente a Dios, la felicidad.
Tengo grabado el recuerdo de la primera persona a la que acompañé como sacerdote en su recta final hacia la muerte. Estaba recién ordenado. Ella, Teresa, era mi vecina. Todos los días le llevaba la comunión. Joven, con sus 37 años tenía cinco hijos pequeños pero con la edad suficiente para darse cuenta de lo que pasaba. Estaban al corriente de todo. Tere pidió la Unción de enfermos, sacramento al que le siguió una cena festiva con adornos, sorpresas y champán, a la que fueron invitados los amigos: ella lo pasó en grande. Pocos días más tarde empezó a perder la consciencia. Tras un tiempo en coma pasó un día de lucidez antes de morir. Empezó a hablarnos, y uno de sus familiares anotó lo que nos decía. Después de pedir que le moviésemos las piernas, con dificultad para coger aire y sin vocalizar demasiado nos iba diciendo:
«¡Vale la pena!; he estado muchos años sin saber si valdría la pena tanta lucha, tanto esfuerzo por ser cristiana y fiel a Dios, tratando de hacer las cosas bien; ahora entiendo perfectamente que vale la pena; ahora entiendo todo. Muchas veces quieres ver algo y no ves nada de nada, pero merece la pena ¿eh?, de verdad, a pesar de todo. Me dicen que por qué digo tanto merece la pena, y es que de pronto te das cuenta que hay cosas que merecen la pena. Esta felicidad que yo siento no os la puedo explicar, porque no la entenderíais.»
Y como quien ya habla desde fuera de este mundo comentaba: «Vosotros los terrenos basáis vuestra felicidad en la lotería, en un coche nuevo, en unas buenas notas de los hijos… y ésa no es la felicidad. La felicidad total y absoluta es la que tengo yo en estos momentos. A veces sois unos tontos, preocupados por vuestros problemas, cuando la felicidad total y absoluta es la que yo tengo, todo lo demás no vale para nada. Nada vale nada más que llegar al punto que yo he llegado… ¡Qué pena cuando vivís sólo pendientes de si tal coche o tal vestido! ¡Qué pequeñeces, y qué tontos sois cuando eso os quita el sueño! ¡Enteraos… que lo que os espera es fantástico! Vale la pena ser fiel.» Se puso sonriente, el médico le preguntó por qué, y contestó: «He perseverado, Mariano, he perseverado hasta el final.»
La vida es una larga búsqueda de un tesoro que vale la pena. Eso sí, hemos de vivir buscando. Siempre se encuentra, pero todo encuentro remite a otra búsqueda mayor. No se puede decir «Basta», aquí me planto. Siempre continuar con el deseo de acercarme más al tesoro grande y definitivo. Jesús nos lo dijo con palabras formidables: quien me come tendrá más hambre, quien me bebe tendrá más sed. Sí, el Cuerpo de Cristo alimenta pero no sacia. Todo encuentro alimenta, pero al mismo tiempo despierta el hambre todavía más. «Buscad y encontraréis», nos dice Jesús: buscad durante toda vuestra vida, iréis encontrando algo y sólo al final encontraréis y poseeréis el tesoro en plenitud.
Señor, que no me canse de buscar. El tesoro se encuentra al final. Auméntame la esperanza de que al final estarás tú. Y que nunca ponga en duda que vale la pena.
Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María. Comenta cómo vas en tu búsqueda del tesoro… si no buscas nada… o si te desanimas… Después termina con la oración final.
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