12-11

San Dámaso I, Papa. 305-384

Defendió la fe y la unidad de la Iglesia. Se le distingue por promover el culto a los mártires, cuyos sepulcros decoró con sus propios versos.

Las páginas amarillas

Decía el catecismo que Dios se hizo hombre para salvarnos del pecado y para darnos ejemplo de vida. Darnos ejemplo; por eso me pareció muy acertado este comentario que me hacía el mecánico del taller que cuida de mi coche. Un día, después de reparármelo, nos tomamos un café: «Para mí el Evangelio es como las páginas amarillas. Cuando quiero saber cómo comportarme, qué debería hacer, lo tengo muy fácil: busco en el Evangelio qué decía Jesús sobre ese asunto o qué hacía Jesús en esa situación, y ya está.»

¡Buena idea! ¿Qué hacía Jesús? ¿Qué decía sobre esto? Para eso se hizo hombre. Si no leyésemos con frecuencia el Evangelio… haríamos fácil que fracasase su intento en nosotros.

¿Cuántas veces has leído el Evangelio? Es bueno leer todos los días un rato, basta con un breve pasaje, un par de minutos. Y cuando llegas al final, volver a empezar.

Ahora bien: leerlo como el evangelio merece ser leído: quedarnos a solas con la Palabra de Dios. Como recomendaba un conocido filósofo: «Si no se está solo con la palabra de Dios, no se la lee. ¡Sólo con la palabra de Dios! Querido oyente, voy a hacerte una confesión: yo no me atrevo todavía a estar absolutamente solo con la palabra, en una soledad en que no se interponga ninguna ilusión. Y permíteme que añada: jamás he visto a ningún hombre del que pueda creer que haya tenido la sinceridad y el valor de estar solo con la palabra de Dios; en una soledad en que ninguna se interponga.

»¡Solo con la Escritura! No me atrevo. Cuando la abro, el primer pasaje con que tropiezo me cautiva inmediatamente; él me pregunta (y es como si me interrogara el mismo Dios): ¿Has puesto esto en práctica? Y así quedo bien cogido.»

Ser cristiano es parecerse a Cristo. Más que de cumplir unas reglas se trata de ir dibujando un retrato: que mi vida se parezca a la de Él, que sea otro Él, que sea Él mismo. En el Evangelio nos lo encontramos… y nos habla.

Pero me gustaría dar un paso más. Las páginas amarillas se quedan cortas. El evangelio no sólo da información, sino que nos encara con la persona viva que es la Palabra de Dios. Las páginas amarillas están muertas, y por eso las renuevan cada año. El evangelio está vivo, siempre es el mismo y siempre distinto: a todos nos dice lo mismo, y a cada uno nos dice algo distinto. El evangelio no es informativo, sino performativo.

Madre mía, que me parezca a tu Hijo. Que adquiera la costumbre de acudir al Evangelio como a unas páginas amarillas algo peculiares, que me deje hablar por Dios mediante la escritura, como tú hiciste. Gracias, Madre.

Quizá puedes proponerte leer todos los días una página del Evangelio: si lo haces, puedes quedar con él. Puedes charlar ahora con él pidiéndole que te haga adicto al Evangelio… bien leído: leerlo escuchando.

12-10

Nuestra Señora de Loreto

Surge el deseo de conservar la casa en la que vivió la Virgen María y Jesús niño. Una noche se produce el milagro y la casa es transportada por los ángeles hasta depositarla en Loreto (Italia).

Decálogo para cualquier familia cristiana

Celebramos nuestra Señora de Loreto. En el santuario de esta ciudad se encuentra la pequeña casa que, según una tradición muy antigua, era la casa de la Virgen María en Nazaret. Durante estos siglos son ya millones de peregrinos los que han acudido allí para rezar en la habitación en la que María recibió el anuncio del Ángel y donde se encarnó el Hijo de Dios.

Todas nuestras casas deben ser como el hogar de Nazaret. El mundo pertenece a Dios, y a Dios le pertenece el hogar en el que tú vives. Es bueno que se manifieste el dominio de Dios en nuestras casas, que haya objetos que griten que le pertenecemos y costumbres que le hagan a Él centro de nuestro hogar.

Algunas de estas manifestaciones, tradicionales en la familia cristiana, son éstas:

1) Que haya alguna imagen del Señor —un crucifijo—, y una imagen de María en cada dormitorio.

2) Bendecir la mesa antes de las comidas, y dar gracias al final. Es distinto sentarse a digerir juntos una comida sin más, y sentarse siendo conscientes de que los alimentos recibidos son una bendición de Dios y se lo agradecemos juntos.

3) Recitar la oración de la mañana los hijos —junto a la madre si es posible—, ofreciendo a Dios todo el día, y pidiéndole su ayuda y compañía.

4) Recitar la oración de la noche los hijos —si es posible junto a la madre—, las tres Avemarías.

5) Vivir juntos la Eucaristía, si es posible, los domingos y las fiestas de aniversarios familiares.

6) Rezar juntos por los acontecimientos y circunstancias que afectan a la familia, como exámenes, enfermedades, asuntos de trabajo…

7) Abrir las puertas de la casa a alguna persona necesitada, material o espiritualmente.

8) Practicar la sana gimnasia cristiana de perdonar y pedir perdón con frecuencia y sin dramas.

9) Reír mucho y contagiarlo a todo el que pase por la casa.

10) Perder tiempo juntos. Decía Teresa de Calcuta: «El amor comienza en el hogar, el amor vive en los hogares y ésa es la razón por la cual hay tanto sufrimiento y tanta infelicidad en el mundo de hoy… Todo el mundo hoy en día parece estar con una prisa tan terrible, ansioso por desarrollos grandiosos y riquezas grandiosas y lo demás, de tal forma que los niños tienen muy poco tiempo para sus padres, los padres tiene muy poco tiempo para ellos, y en el hogar comienza el rompimiento de la paz del mundo.»

María ¿cómo van estos diez puntos en mi casa? Jesús, María y José, que estemos siempre con los tres, que todas las casas cristianas tengamos el estilo de vuestro hogar de Nazaret.

Puedes ahora hablar a Dios con tus palabras, comentándote los diez puntos. Si algunos no los vivís en tu casa, comenta con él a por cuál puedes ir estos días.

12-09

Santa Leocadia, mártir. Siglo III

Los cristianos fueron masacrados en la península Ibérica y la joven, casi niña, fue llevada a la cárcel donde murió sin derramar sangre.

Hacerle sitio en el adviento

Vivía en Roma. Mediados de diciembre. La televisión italiana anunciaba un programa: El Belén del Papa. Me puse a verlo. Comenzaba con una toma de Juan Pablo II que andaba por un pasillo de su vivienda en el Vaticano. Se dirigía hasta la sala de estar, donde había un Belén sencillo y bastante completo que no recuerdo con detalle. Lo que sí recuerdo bien, porque se me grabó en la mente, fue el mensaje que dirigió el Papa a todos los telespectadores. Allí, junto al pesebre, decía más o menos: «Quedan pocos días para la Navidad. Cuando Jesús vino, hace veinte siglos, muchos hombres le cerraron las puertas de su casa porque no había sitio para él. Nadie le recibió y tuvo que nacer en un establo, en una cueva inhóspita, lugar para animales. Que en esta Navidad Jesús pueda entrar en tu casa, que le hagas sitio en tu alma, que nazca Jesucristo en tu vida, que se encuentre recibido y a gusto dentro de ti.»

Es verdad. Dios pretende venir esta navidad y resulta que la humanidad «no tiene sitio para él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro».

«Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron». Esto se refiere sobre todo a Belén, pero (…) en realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.»

Sin embargo, esta Navidad sí le vamos a acoger. Queremos sumarnos a María y a José, a los pastores, a los Magos…

¡Esto es vivir la Navidad, la natividad de Dios-Hombre en nuestro mundo! Por eso, ¿dónde nació Jesús en el año uno de nuestra era? En Belén. ¿Dónde nace Jesús en esta Navidad? En el corazón, en el alma, en la vida de cada cristiano que le hace sitio —o más sitio—.

¡Qué importante es este tiempo de Adviento! Estas semanas previas al 25 de diciembre las dedicamos a preparar nuestro espíritu para hacerle sitio, nos ocupamos en acondicionar nuestra alma para que venga y esté a gusto, nos esforzamos por quitar las cosas nuestras que son incompatibles con Él.

Jesús, eres Dios y, cuando viniste al mundo que tú has hecho, los hombres no te recibieron. ¡Qué duro debió de resultarte! Y cuántas veces yo tampoco tengo sitio para ti. Perdona (trata de concretar momentos o asuntos en los que no le das entrada). En este Adviento quiero hacerte sitio; para eso cuidaré más este rato de oración, pequeños sacrificios que me favorezcan la humildad y la pobreza… Madre mía, ayúdame. ¿Cómo puedo prepararme en concreto? Ya me propuse ser alegrador de vidas, y te prometí no quejarme jamás… ¿qué más?

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, concretando lo dicho arriba.

12-08

La Inmaculada Concepción, patrona de España

La Concepción Inmaculada de María fue solemnemente declarada como verdad de fe definida por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854.

El sueño de Yavé

La Virgen María, la Inmaculada, es la mejor criatura que Dios ha creado: es su obra maestra.

En un cuento, el Arcángel San Gabriel explica a un pastor cómo Dios preparó a su Madre:

—Hace muchos siglos, antes de que existiera el universo, Yavé pensó crear la más hermosa de todas sus obras. Para Dios esto parecía sencillo, sin duda lo era. Al fin y al cabo, entre todas las criaturas, alguna debería ser la más perfecta, y Él podía formarla cuando quisiera. Pero es que el Señor no se conformaba con eso: quería hacerla tan bella que no fuese posible mejorarla. Ni Él mismo debería ser capaz de lograrlo.

De este modo, reunidos (como siempre están) el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, decidieron unánimemente resolver el problema del modo más sencillo: harían que aquella criatura estuviese siempre íntimamente unida a cada una de las tres Personas Divinas que recibiera de ellas toda la belleza y todas las perfecciones de Yavé. Ella, a su vez, las reflejaría como un espejo limpísimo.

—Yo seré su Esposo —dijo el Espíritu Santo. La haré santa desde el mismo comienzo de su ser; fecundaré sus entrañas con mi presencia, y siempre estará llena de mí y de mis dones. Será Inmaculada y tan graciosa como sólo puede serlo la Esposa del mismo Dios.

—Yo seré su Hijo —continuó el Verbo—. Recibiré su carne y su sangre, sus gestos y sus mimos. Y divinizaré sus besos, su mirada y las manos que me acaricien. Todo lo suyo será divino, porque también será mío.

—Será mi Hija predilecta —afirmó el Padre—. Estará siempre ante mis ojos, y con mi mirada la iré embelleciendo hasta que yo mismo no pueda dejar de contemplarla, de tanto amor que la tenga.

Esto dijeron los tres. Y los Ángeles, que estamos siempre en la presencia de Dios, escuchábamos maravillados, sin saber a qué clase de Ángel podría referirse Yavé cuando hablaba de una criatura tan excelsa. (…)

Lo entendimos, al fin, cuando Yavé empezó a soñar con la que había de ser su Madre, su Hija y su Esposa. Pensando en sus ojos, creó el mar; imaginando su sonrisa, lleno las flores de pétalos; añorando sus caricias, nacieron las palomas. Y en cada mujer, desde el comienzo del mundo hasta hoy, puso algo de María. ¡Lástima que algunas lo destruyan!

Ya sabes que en el cielo no hay envidia. Desde que el Señor nos puso a prueba y Satán cayó de lo alto, nunca hemos tenido ese extraño problema. Así que estábamos todos tan contentos… ¿Y sabes cómo llamábamos a María?; el sueño de Yavé. Hasta que un día nació la Virgen, y Dios nos dijo su nombre: Llena de Gracia. Así se llama desde toda la eternidad, así la saludé yo hace nueve meses en su casa de Nazaret.

Gracias, Dios mío, por haberme dado por madre a María. ¡Qué alegría, madre mía, que existas! ¡y que seas tan perfecta! ¡y tan buena! ¡Bendita eres tú entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre!

Ahora te toca a ti hablar con María, tratarle muy bien, y hacerle pasar un rato fantástico: basta con que te abras a ella y le digas cosas bonitas con ganas de agradarle. ¿Cuentas con ella para todo?

12-07

San Ambrosio, Obispo y Doctor de la Iglesia. 340-397

Destaca por sus discursos y como buen pastor enseñaba cantos litúrgicos. Fue él quien introdujo en occidente el canto alternado de los salmos.

Santo en las fiestas

«Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús» (Jn 2, 1).

¿Y qué hace María en las bodas de Caná? Participa en una fiesta con sus familiares y amigos. Lo pasa bien y está ocupada en que los demás estén a gusto. Está pendiente de todos. No tienen vino. Se da cuenta y, aunque no es quien organiza el banquete, se implica para que la fiesta salga bien.

En cierta ocasión preguntaba a una niña si había pensado la posibilidad de proponerse ser santa. Con gran espontaneidad me contestó que se le había pasado por la cabeza alguna vez, pero que no quería porque le parecía un rollo, un aburrimiento.

—¿Por qué va a ser un rollo ser santa?

—Porque eso de estar todo el día en la iglesia… no me va.

La santidad no es cuestión de meter horas en la iglesia. A Dios le encontramos y le amamos tanto en una iglesia como en una fiesta, tanto en un bar como en un aula… A Dios le interesa todo lo que hago. Haga lo que haga él me tiene presente, haga lo que haga puedo hacerlo con él; puedo ofrecerle hasta lo más pequeño e intrascendente…

No es cuestión de meter horas en la iglesia o en la sacristía. Más bien se trata de descubrir que él está presente conmigo todo el día, y me llama, me hace gestos… Así lo decía Newman: «Cristo no nos llama una sola vez sino muchas. A lo largo de nuestra vida, él nos sigue llamando. Nos llamó al principio, en el bautismo, pero nos llama más tarde también. (…)Tenemos que comprenderlo, aunque somos lentos en darnos cuenta de esta gran verdad: Cristo camina con nosotros y con su mano, con sus ojos, con su voz nos hace signos para seguirle. No nos damos cuenta de que su llamada tiene lugar en este preciso momento. Pensamos que tuvo lugar en tiempos de los apóstoles, pero, en realidad, no creemos en ella ni la esperamos de verdad para nosotros mismos».

Madre, que sepa hacerme santo en las fiestas, cuando salgo con las amigas y amigos, comiendo, en el ordenador, viendo la televisión, cuando hago deporte, durmiendo, leyendo… ofreciendo las cosas que hago y estando pendiente de Dios y de quienes están conmigo mientras tanto. Que esté siempre pendiente de que los que están conmigo se encuentren a gusto y lo pasen bien.

Habla con él si le tienes presente durante el día, pídele que conceda ese regalo, mira qué otros medios puedes poner… María puede ser tu aliada en esto.

12-06

San Nicolás, Obispo. Siglo IV

Heredero de una gran fortuna que pone al servicio de los necesitados. Fue detenido bajo el gobierno del emperador Licinio y liberado bajo el de Constantino. Participó en el Concilio de Nicea.

Niño

Los cristianos llamamos Tierra Santa a la tierra donde vivió Jesucristo. Desde el primer momento los creyentes veneraron y enriquecieron los lugares santos, de un modo especial aquellos sitios donde había tenido lugar algún suceso de la vida de Dios entre nosotros. Así, por ejemplo, como envolviendo la gruta de Belén construyeron una Iglesia que se cuida con especial cariño.

Durante un tiempo fue frecuente que los moros invadiesen Tierra Santa, y en ocasiones arrasaron los lugares más santos. Cuentan que en la iglesia construida sobre la gruta de Belén entraban a caballo. Para impedirlo, los cristianos bajaron la altura de la puerta. Ahora, para entrar en esta iglesia es preciso agacharse exageradamente. Si no te haces pequeño, no entras.

Este hecho es una gráfica imagen de lo que debe ocurrir en la Navidad. Para encontrar a Jesús en este tiempo es preciso hacerse pequeño, hacerse niño. «La Navidad no es apta para mayores»; para personas seguras de sí, excesivamente racionales, descreídas, que ya sólo se fían de su experiencia y de la lógica humana…

El tiempo de Adviento, esta intensa preparación de la Navidad, es tiempo oportuno para recuperar la condición de niño. Necesitamos volver a ser niños.

Hacerse niño delante de Dios es imprescindible para recibir y ser transformados por su santidad: «En verdad os digo —dice Jesús—, si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3-4).

Hacerse como los niños es saberse necesitado de ayuda como se sabe necesitado un niño: creer como cree un niño; confiar como confía un niño; ser sencillos como lo es un niño; rezar como reza un niño; pedir consejo y saberse ignorante como un niño; no darse importancia como no se la da un niño; levantarse de las caídas como se levanta del suelo un niño…

Madre Inmaculada, quiero hacerme pequeño: ser un hijo pequeño de mi buen Padre Dios. Solamente si me sé pequeño, necesitaré contar contigo. ¿Por qué me empeño en hacer las cosas solo? ¿Por qué desconfío de tu ayuda? ¿Por qué me parece posible sólo lo que yo veo posible? ¡Si Dios se hace niño… qué absurdo es que yo me resista! Gracias, Mamá. ¡Haz que con la sencilla fe de un niño pueda confiar en ti!

Ahora te toca, con tus palabras, preguntarte y preguntarle si eres niño o te haces el adulto, tengas la edad que tengas. Si no entiendes muy bien en qué consiste, dile que desearías que te lo fuese haciendo saber, cuando él quiera: ¡deseo convertirme y hacerme niño!

12-05

Santo Sabas, Abad. 439-532

Con 18 años pidió la admisión en el monasterio de Flaviano, marcha con permiso a los Santos Lugares y se consolida en él el amor al silencio y a la austeridad pasando por diversos monasterios.

Todavía guardo mi palabra

Recuerda cómo buscan María y José al Niño perdido en el Templo. Cuando le encuentran tuvieron esta conversación.

«¿Cómo has hecho esto?», le pregunta su madre dolida. «¿No sabías —le responde— que debía cumplir la voluntad de mi Padre?» María no entiende, pero no protesta. Hablando humanamente, tenía motivos para quejarse por el disgusto que había sufrido. Pero guardaba estas cosas en su corazón (Lucas 2, 41 ss.).

María nos enseña a no protestar, a evitar las quejas aunque no entender nos haga sufrir. Y nos enseña a guardar esas cosas en nuestro corazón, esto es, a hablar con Dios de las cosas que nos pasan.

Un buen ejemplo. Cuando san Juan María Vianney estudiaba en el seminario, fue llamado a la milicia. Aquellos años, Francia estaba en guerra con varios países y necesitaba que todos los jóvenes se alistasen al ejército. Se le asignó una tropa que iría a apoyar el despliegue militar que Napoleón III había comenzado en España. Juan María llegó tarde a la salida de los soldados. Les siguió un tiempo, pero ya no consiguió alcanzarlos. La situación era apurada. Por fin, en una granja de un pueblo pequeño por el que pasó, la familia le acogió. Allí vivió un tiempo, como si fuese un primo de los hijos.

Un día los militares inspeccionaron esa pequeña aldea, buscando algún enemigo refugiado o algún francés prófugo que no se hubiera incorporado al ejército. En cuanto se dieron cuenta, la aldea entera entró en trepidación: estaban en peligro. Juan María se esconde en el pajar de la casa. Los militares van pinchando en la paja para comprobar que no había allí ninguna persona escondida. El heno fermentado le ahoga a Juan María. De pronto, uno de los soldados explora el montón de hierba bajo el que se esconde, le pincha con la punta del sable y permanece así un buen rato. Él no hace ningún movimiento, a pesar del dolor fortísimo que sufre.

En sus catequesis, siendo ya el cura de Ars, contaba que en toda su vida no había padecido tanto como en ese momento, y que entonces hizo a Dios una promesa: Dios mío, te prometo no quejarme jamás. Fíjate bien: le ocurre aquello, habla con Dios de ese sucedido, y entonces le hace esa promesa. Siendo sacerdote anciano, en alguna ocasión, al contarlo añadía: «Todavía guardo mi palabra.»

Sufrir sin quejarnos. ¡Qué bueno es que aprovechemos los sufrimientos que nos llegan para vivirlos con fortaleza, incluso con alegría! Es interesante lo que apuntaba el padre Pío: «Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios. Sólo el sufrimiento nos permite poder decir con toda seguridad: Dios mío, ¡mirad cómo os amo!»

Señor, cuando es por mí, soy capaz de sufrir el dolor y no quejarme. Contando con tu ayuda, quiero regalarte el no quejarme jamás, no protestar y ofrecerte esas cosas. Ojalá guarde mi palabra. Madre mía, que sepa guardar esas cosas en mi corazón, como tú. También cuando algo me haga sufrir, cuando no entienda la cruz, ayúdame a sufrir sin quejarme, confiando en que todo tiene un sentido que todavía no conozco. Dame amor y fuerza para no quejarme nunca. Que ame las pequeñas cruces.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras. ¿Qué tal vas de quejas? Pídele pistas a María, y no dejes de insistirle en que te conceda durante la novena un corazón limpio.

12-04

San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia. 675-749

Renunció a una vida acomodado y entró en el monasterio de Sabas. Destacó por su intensa actividad literaria y en la querella iconoclasta, en defensa del culto tradicional.

Ríete o alégrate

Recuerda el Evangelio las palabras del Ángel a María: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

«¿Sabías que hace unos 60 años la gente se reía una media de 19 minutos al día y que hoy apenas nos reímos un ridículo minuto cada 24 horas? ¡Hay que hacer algo y rápidamente!», esto leí en un artículo! Y seguía: «Cuando te ríes, se te mueve el bazo, lo que acelera el paso de los alimentos por el tubo digestivo. Además, ese masaje interno elimina un poco de bilis, y ya sabéis que la bilis se relaciona con la irritabilidad de las personas. ¿Te empieza a doler el estómago? Pues sigue riéndote…

La risa es buena para conservar la moral. Y es que, al reímos, estimulamos una hormona que disminuye el dolor y la angustia. Los médicos llamaban a la risa «la pequeña música del alma»…

¿Una depre repentina? Rápido una sesión de risas…

Buen humor. Me gusta leer biografías. Y una cosa que me ha llamado la atención es que en todas las vidas de personas santas hay pocas cosas en común. Una de ella es el buen humor. Unos eran más sosos y otros eran más divertidos, pero todos eran alegres.

¿Y por qué estamos alegres los cristianos siempre, pase lo que pase? ¿Por qué estamos alegres en Navidad de un modo particular? Porque sé que Dios es mi Padre. Porque Dios Hijo se ha hecho hombre, y me ha explicado que yo le importo a Dios, que le intereso, que me ama. Y que detrás de todo lo que pasa está Él, y nada de lo que ocurre escapa a su cuidado por mí (aunque a veces yo no lo entienda, todo es por mi bien). Siempre que me equivoque, sé que está deseando que vuelva a él y perdonarme. Y sé que Jesucristo después de morir resucitó, sigue vivo, me escucha y me quiere.

San Francisco lo entendió muy bien, y afirmaba: «Mi mejor defensa contra los ataques y las maquinaciones del enemigo sigue siendo el espíritu de alegría. El diablo nunca está más contento que cuando ha logrado quitar la alegría del alma de un servidor de Dios. El enemigo siempre tiene una reserva de polvo para insuflar en la conciencia por algún resquicio, para convertir lo puro en opaco. En cambio, intenta en vano introducir su veneno mortal en un corazón rebosando de gozo. Los demonios no pueden nada con el servidor de Cristo rebosando de Santa alegría, mientras que un alma pesarosa y deprimida se deja fácilmente inundar por la tristeza y acaparar por falsos placeres.»

Por esto, san Francisco se esforzaba por mantener siempre un corazón alegre, conservar el óleo de la alegría con el que su alma había sido ungida. Tenía sumo cuidado en desechar la tristeza, la peor de las enfermedades, y cuando se daba cuenta de que empezaba a infiltrarse en su alma, recurría de inmediato a la oración. «En la primera turbación —decía él— que el servidor de Dios se levante, se ponga en oración y permanezca ante el Padre hasta que éste le haya devuelto la alegría de saberse salvado.»

Y escribe uno de sus compañeros: «Yo he visto con mis propios ojos cómo a veces recogía algún trozo de leña del suelo, lo ponía sobre su brazo izquierdo y lo rasgaba con una varilla como si tuviera entre manos el arco de una viola. Imitaba así el acompañamiento de las alabanzas que cantaba al Señor en francés.»

Alegría. Buen humor. Cantar y cantar a Dios. Corazón alegre. Lo que se nos dice a cada uno en la navidad es precisamente lo que se le dijo a María en primer lugar: «Alégrate, porque el Señor está contigo.»

Gracias, Jesús, por todo. Gracias, Dios mío, porque soy Hijo tuyo con Jesús. Sabiendo esto, ¿cómo voy a estar triste por pequeñas tonterías? Que tenga buen humor, que esté alegre aunque algún asunto me lo haga pasar mal. Santa María, él está siempre conmigo, ¡que yo esté con el Señor! Si no olvido esto, siempre estaré alegre.

Comenta con María si tienes buen humor, por qué lo pierdes, cuánto te has reído hoy…

12-03

San Francisco Javier, sacerdote misionero jesuita. 1506-1552

Patrón de las misiones y de la Comunidad Foral de Navarra. Trabajó en la Compañía de Jesús y realizó una incansable labor de evangelización por todo el mundo.

La cadena invisible

«¡No te preocupes, que el perro está atado con una cadena!» Daba miedo la furia con que ladraba. En un instante todo lo largo de su columna parecía recubierto por púas de erizo negro. Parecía difícil que resistiera la cadena y el muro… ¡Qué ganas mostraba por abalanzarse hasta la presa, que en esa ocasión éramos nosotros, e hincarnos bien sus largos y afilados colmillos!

¡Cuántos cristianos que desean de veras ser santos, amar a Dios y a los demás, que ponen los medios y esfuerzo por conseguirlo, no pueden! Y es porque hay una cadena invisible que ata el alma: esta cadena es la riqueza, las comodidades, los caprichos, el estar pendiente de montárselo, el procurar siempre el mejor plan o lo que más apetece… Cuando vivimos así, va muriendo la posibilidad de conectar con Dios y de sintonizar con los demás.

Santa María, siendo la Madre de Dios, es pobre. Tanto es así que el Niño Jesús tiene que nacer en un pesebre. Ser pobre de espíritu no es no tener, sino estar desprendido: es no comprar todo lo que puedo sino lo que hace falta; a veces escoger lo barato, aunque me guste menos; cuando estoy con otros elegir para mí lo que otros no quieren (la silla en lugar del sillón, mortadela en lugar de jamón, etc.); no gastar el dinero en caprichos; comer lo que no me gusta; no quejarme cuando falta algo; etcétera.

Madre buena, enséñame a vivir la pobreza como tú la vivías. Esas cadenas invisibles, por pequeñas que parezcan, me atan y no me dejan amar, no me permiten mirar y descubrir a Dios y a los demás. Ayúdame a cortarlas. Gracias.

Puedes hablar con él las posibles cadenas que te atan. Cuenta con María para cambiar lo que él te sugiera.

12-02

Natividad de Nuestro Señor Jesucristo

Celebramos el cumpleañosde Jesús, recordando que en estas fechas la virgen María dio a luz al Redentor del mundo.

 

Aunque parezca que no vienen a cuento estas palabras, te las copio. Las escribe Miguel Delibes cuando muere su mujer.

«Ninguno de los dos éramos sinceros pero lo fingíamos (ambos —marido y mujer— conocen la grave enfermedad queaqueja a la mujer y que en breve la llevará a la muerte) y ambos aceptábamos, de antemano, la simulación. Pero, las más de las veces, callábamos. Nos bastaba mirarnos y sabernos.

 

»Nada importaban los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad.»

Te propongo que así hagas hoy con Él. Durante ese rato estar, silencio, mirarle, saberte mirado… Métete.

Pueden servirte estas palabras que un autor pone en boca de María en esta noche: «Yo estaba muy cansada, pero era incapaz de dormirme. Le tenía allí, en mis brazos, acurrucado debajo de las mantas, recibiendo el calor de mi pecho y no demasiado lejos de los dos animales que obstruían la entrada de la cueva e impedían que pasara el viento frío de principios de Tebet. (…)

»No podía dejar de contemplarle. Le miraba y, por primera vez, allí, en aquella cueva que yo hubiera querido convertir en un palacio en honor a él, noté un sentimiento que hasta entonces no había tenido. Le miraba y, de repente, empecé a adorarle. (…)

»“Te quiero”, le decía besándole la frente. “Te quiero y le doy gracias a Dios por tenerte conmigo. No ha sido fácil y he pasado mucho miedo. Pero ahora que estás aquí lo doy todo por bien empleado. Casi te diría, mi pequeñín, que no me importaría que no ocurriera absolutamente nada de todo lo que me anunció el ángel. Nunca soñé con grandezas que superaran mi capacidad, ni aspiré a ser respetada y admirada. Ahora, convertida en la madre del Mesías, todo parece tan extraño. ¿Qué Mesías eres tú, que has nacido en una cuadra de ovejas y que tienes por corte a una vaca y a un borrico y por padres a dos humildes paletos? ¿Dónde está tu poder, dónde tu grandeza? Y, sin embargo, no me siento decepcionada. Tú vales más que todo lo que se obtenga de ti y esto lo sé yo, que soy tu madre, y ojalá que lo aprenda todo el mundo cuando crezcas y cumplas la misión para la que has nacido. Quizá los hombres te quieran por lo que les das, por lo que representas, por tu mensaje, por tus victorias o, quien sabe, por tus milagros. Yo, querido niño mío, te querré por ti. No es que lo demás no me importe, porque sería como despreciar los planes de Dios, pero, entiéndeme, yo soy tu madre y en este pecho podrás encontrar siempre amor puro, amor a ti y no sólo a lo que traigas contigo. Tú eres el regalo, tú eres el tesoro, y si no hubiera nada más, para mí ya sería bastante.»

 

Oh Dios, hoy que nos ha nacido el Salvador para comunicarnos la vida divina, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

 

Ahora te toca a ti hablarle; coméntale, si quieres cántale un villancico aunque sea interiormente, dale besos… Di algo a María y José… ¡que te enseñen!