11-21

La presentación de la Santísima Virgen María al Templo.

La fiesta data del siglo VII o el VIII y se celebra hoy en recuerdo de la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva, cerca de los terrenos del templo de Jerusalén en el año 543.

¿Omisiones?

Para el juicio debemos tener en cuenta una cosa. Si voy a un examen en el que entran cinco lecciones, yo estudio cuatro y me preguntan la quinta, de la que no sé nada, me suspenden. Un cero y… con toda justicia: algo sabía y algo no sabía.

En el juicio particular seremos examinados de todo. No basta con que haya hecho algunas cosas buenas, porque también me preguntará Dios por las cosas buenas que yo sabía que podía haber hecho y no he hecho. A eso se le llaman omisiones (o pecados de omisión).

Jesús lo explica de maravilla: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver.” Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?” Y el Rey les responderá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo” Luego dirá a los de la izquierda: “Alejaos de mí, malditos; id al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba de paso, y no me alojasteis; desnudo, y no me vestisteis; enfermo y preso, y no me visitasteis.” Éstos, a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?” Y él les responderá: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo.” Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna» (Mateo 25, 31-46).

Fíjate en lo que dice: no porque tuve hambre y me quitaste la comida, sino porque no me diste de lo tuyo, no hiciste algo bueno que podías haber hecho. O porque no te diste cuenta preocupado por lo tuyo, o porque te diste cuenta y te hiciste el loco —«¿¡quién me manda meterme en esto!?»—, o porque no quisiste… yo tuve hambre y tú no me diste de comer.

No es que Dios quiera asustar, ¡qué va!, ni es que quiera hacer un juicio exigente. Si lo piensas es lógico, porque el cielo es para el que ama, y el que ama es quien hace lo bueno, no quien no hace lo malo.

Señor, ayúdame a no tener omisiones. En el examen de conciencia y en la confesión me examinaré de lo bueno que podría haber hecho y haya omitido, y así podré pedirte perdón. Ayúdame y gracias.

Puedes ahora comentarle todo esto de las omisiones… Puedes terminar con la oración final.

11-20

San Edmundo, Mártir. 841-870.

En Inglaterra, siendo rey de los anglos orientales cayó prisionero en la batalla contra los invasores normandos y, por profesar la fe, fue coronado con el martirio.

Manos llenas

En la tómbola uno compra boletos y luego espera a ver qué le ha tocado. Una tienda es distinto: uno va cogiendo lo que quiere, y eso es lo que se lleva.

El juicio particular es más una tienda que una tómbola. Allí estaremos a solas con nuestro Padre y nuestro Amigo Jesús, abriremos las manos y en ellas estará todo lo bueno que hayamos hecho en la vida.

Si las manos están vacías, nosotros mismos le diremos a Dios, llenos de vergüenza y con mucho dolor al ver lo bueno que es Él y lo tontos que hemos sido nosotros, le diremos que no podemos vivir con Él definitivamente.

Si las manos están llenas (con actos de amor, trabajo, buenas obras, servicio, vencimientos de la pereza, perdón a los demás y peticiones de perdón, sonrisas, fidelidad, sinceridad…), la vida está llena y el juicio será un gran abrazo con Dios.

Cuando en el momento nos cuesta hacer algo valioso, vale la pena pensar: ¡Esto me cuesta un momento y ya lo tengo en mis manos para toda la vida! ¡Vale la pena!

¿Cómo llenar mucho las manos? «El ser humano no sólo debería pensar qué quiere, sino más bien preguntarse para qué es bueno y qué puede aportar. Entonces comprendería que la realización no reside en la comodidad, en la facilidad y en el dejarse llevar, sino en aceptar los retos, en el camino duro. Todo lo demás se convierte en cierto modo en aburrido. Sólo la persona que se “expone al fuego”, que reconoce en sí una llamada, una vocación, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llegará a realizarse. (…) no nos enriquece el tomar el camino cómodo, sino el dar».

El juicio no será una tómbola. Aprovechemos para dar, dar y dar más. Es un fracaso ser personas yoyó. Así se llama uno de esos juegos venidos y llevados por la moda. Yoyó se llama a ese artilugio que se ata al dedo corazón con una fina cuerda enrollada en el eje del artilugio. Cuando se arroja con fuerza, se desenrolla. Al final, con la misma fuerza vuelve a enrollarse y vuelve el artilugio hasta la mano de quien lo lanzó. Las personas somos un poco yoyó. Tendemos a darnos vueltas, a volver una y otra vez sobre nosotros mismos, a buscar el cómodo refugio en nosotros mismos.

No nos enriquece tomar el camino cómodo: estar tan en el centro de todo hace que todo nos afecte sin medida. Si algo sale bien, me creo el mejor; si sale mal, el peor. Pueden separar estos sentimientos tan sólo cinco minutos. El yoyó sube con la rapidez de la espuma, y se deshacen con la facilidad de la espuma. Personalizar todo no es sano.

La persona que vive como un yoyó, suspicaz y susceptible, vive incómoda hasta el día que descubre que se puede vivir la vida de los demás, que es posible diseñar la propia en torno a las necesidades de los otros… y resulta mucho más apasionante… y más justo.

¡Recuerda! Llenar las manos. Nos enriquece el dar. El ser humano no sólo debería pensar qué quiere, sino más bien preguntarse para qué es bueno y qué puede aportar. El juicio no será una tómbola…

Madre mía, ayúdame a llenar las manos cada día con muchas cosas pequeñas. Así mi juicio será un gran abrazo con Él. ¡Gracias!

Ahora puedes seguir hablando con Él si llenas las manos o pierdes tantas ocasiones…

11-19

San Abdías, Profeta del A.T. Siglo V a.C.

El libro de Abdías es el más corto de los libros proféticos. Después del exilio del pueblo de Israel, anunció la ira del Señor contra las gentes enemigas.

El examen y el corrector

Cuando un profesor, corrigiendo exámenes, es descaradamente benévolo y casi «regala» las notas, solemos decir que «Don fulano es como un padre» o que «Fulanita es como una madre».

Pues bueno, la fe nos enseña que inmediatamente después de morir tendremos un juicio particular, cada uno a solas con Dios. Un juicio es un examen; un examen es un juicio. En ese juicio, en ese examen de nuestra vida que tendremos cuando muramos… ¡¡¡el que nos examina es nuestro Padre!!!

¿Recuerdas el examen al hijo pródigo? Se porta mal con su padre, se va de casa, malgasta el dinero… pero vuelve diciéndole: perdona, padre, he pecado contra el Cielo y contra ti. El padre examina y da su nota, su juicio: un abrazo emocionado, besos y… organiza una fiesta.

Si le queremos querer, y le pedimos perdón de aquello en lo que no nos hemos portado bien, nuestro Padre Dios nos recibirá entre besos.

Por eso es bueno vivir estas dos costumbres cristianas:

a) Confesarnos con frecuencia, semanalmente si nos es posible.

b) Hacer un examen de conciencia todas las noches, en dos minutos, cuando nos acostamos. Consiste en repasar el día y dar gracias a Dios por lo bueno y pedirle perdón por lo malo.

No es lógico el miedo que algunos cristianos parecen mostrar ante el juicio. San Pablo dice con asombro: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas?» (Romanos 8, 31-32).

Dios, Padre mío, quiero hacer el examen todas las noches, ponerme delante de ti para pedirte perdón y recibir un abrazo tuyo. Y cada semana, lo mismo, en el sacramento de la confesión. ¿Por qué voy a tener miedo al juicio? Eres mi Padre y todo lo llevaré al día. Gracias.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús de la suerte que supone saberte tan querido por Él: vivimos en su compañía, morimos en su compañía… y Él nos recibe desde el primer momento. Después termina con la oración final.

 

11-18

Dedicación de las Basílicas de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Fiesta.

En Roma. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la fraternidad de los apóstoles y la unidad en Iglesia.

Disfrutar de la unción de enfermos

Te copio de una carta que recibí el 23 de febrero de hace unos cuantos años:

«Te escribo desde X algo que ha ocurrido por aquí, por si no la conoces. Como sabes, hace poco murió el célebre pintor Dalí, famoso mundialmente; la prensa ha seguido de cerca su enfermedad. Un amigo mío de Madrid al conocer la noticia de la extrema gravedad de Dalí le escribió al párroco del pueblo para decirle que cuenta usted con todo mi apoyo, con toda mi oración y mortificación para que usted consiga llegar hasta el cabezal del enfermo y pueda administrarle los últimos sacramentos. Al cabo de pocos días, recibió contestación del párroco, en estos aproximados términos: distinguido amigo (no se conocían de nada), le agradezco su interés y sus oraciones. He intentado acercarme hasta el enfermo, pero la gente que lo rodea me lo ha impedido.

»Mi amigo de Madrid volvió a escribir al sacerdote: sepa usted que, después de recibir su carta, he redoblado la oración y los sacrificios para que usted consiga el objetivo del que le hablaba. Estoy pidiendo oraciones a mucha gente. Siéntase rodeado de toda la fuerza de la comunión de los santos y salte los muros de la casa de Dalí, si fuese necesario.

»Al cabo de unos días, la respuesta del párroco: le agradezco su insistencia. Cuando recibí su última carta, me dio tanta fuerza que me lancé dispuesto a saltar los muros de la casa si fuese necesario. Al final lo conseguí. Le puedo dar la buena noticia de que Dalí ha fallecido confortado por el sacramento de la penitencia y de la extremaunción.»

La Unción de los enfermos es una especie de contacto con Dios mismo en un momento grande de la vida en el que quiere estar junto a nosotros, especialmente en contacto y cercano. No es muy lógico lo que a veces ocurre: propones a los familiares de un enfermo grave darle la Unción y te contestan: «¡No, que se asustará y pensará que se va a morir!» Si está en el hospital y rodeado de familiares no es porque le va a salir un diente de leche, sino porque está en un momento delicado de salud. También Dios quiere estar a su lado en ese momento, quiere estar presente sacramentalmente… y no debemos impedírselo.

Dios mío, muchísimas gracias por haber instituido este sacramento. Te pido que, en el momento de la muerte, todos los cristianos puedan disfrutar de esta consoladora ayuda tuya. Quiero morir contigo al lado. Y quiero vivir contigo al lado. ¿Estás contento conmigo hasta ahora?, ¿hoy he vivido contigo?, ¿qué puedo hacer para vivir mañana más unido a ti?

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole algo de lo que has leído y agradeciéndole los sacramentos… Después termina con la oración final.

11-17

Santa Isabel de Hungría, Reina. 1207-1231.

Siendo casi una niña, se casó con Luis de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, se retiró al cuidado de los pobres y más necesitados, muriendo con 24 años.

El dormitorio y la muerte de san Ignacio

Los primeros cristianos llamaban dormitorios a los cementerios, porque sabían que aquéllos eran los lugares donde dormían o descansaban los cuerpos hasta el día de la resurrección. Seguimos viviendo, aunque el cuerpo descansa por un tiempo.

Dormirse bien, morir con paz, no depende tanto de una preparación inmediata, de «cursillos para morir bien», sino de que las horas y años precedentes se hayan vivido unidos a Dios. Cuentan la paz y felicidad con la que murió san Ignacio. «Los poquísimos jesuitas que estaban en la cabecera de Ignacio moribundo estaban “turbados” por la ausencia de esos gestos que uno se espera de un fundador al final de su vida: llamar a sus colaboradores, darles sus últimos consejos, nombrar su sucesor… Ignacio no pensó nunca en gobernar “su” compañía, sino la Compañía de Jesús. Los jesuitas se quedaron sorprendidos de que Ignacio muriera sencillamente, “como una persona común”».

Algo parecido cuentan del modo de morir su buen amigo san Francisco Javier, también jesuita. «El único testigo de la muerte de Francisco Javier nos dice que era feliz en el momento de su solitario tránsito, pues estaba convencido de que le había llegado el momento de encontrarse con Aquel que durante su vida había sido su Señor y compañero.»

Dios mío, san Ignacio preparó su muerte repitiendo cada día esta oración que ahora te digo yo: «Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; tú me lo diste, a ti, Señor, te lo devuelvo; todo es tuyo, dispón de ello según tu voluntad; dame tu amor y gracia, que ésta me basta.» A ver si puedo decírtela cada día, Señor.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús con tus propias palabras, comentándole la confianza que tienes o te gustaría tener en que Él te llamará en el mejor momento, en el que más te convenga… y abandónate en su manos. 

11-16

Santa Margarita de Escocia, Reina. 1045-1093.

Nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia.

No es un agujero negro

Escribe Pilar Urbano: «Para el cristiano, la vida no es un extraño paréntesis entre la nada y la nada. Y la muerte no es un hachazo inexorable que malogre el vivir. Para el cristiano… la vida no se pierde, se transforma. No hay un sentimiento trágico de la muerte, por lo mismo que no hay un sentimiento trágico de la vida.

»¿Qué es lo que da temple a un cristiano? ¿Qué es lo que enrecia su encarnadura para soportar las tallas, las muescas y los trallazos del vivir? ¿Qué es lo que, a fin de cuentas, le distingue de los demás hombres? Sin ninguna duda: la esperanza.

»El cristiano es un hombre fiado a su esperanza. Todos los auténticos bienes —los bienes sin código de barras ni fechas de caducidad— los tiene al otro lado de la vida. Y hacia allá se encamina. En definitiva, pues, un cristiano es un hombre que acude a una cita. Y su vivir es un “vivir preparándose” para esa estación terminal. (…)

»El más ignorante y pobre y desvalido de los cristianos puede pisar fuerte, con la gallardía de quien tiene una respuesta imbatible para el gran enigma, para el gran agujero negro sin retorno. Una respuesta para el gran misterio de la muerte. Ésta: la muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega.»

La muerte no es nunca consecuencia de la mala suerte, de un imprevisto, o por culpa de… Los que conocemos a nuestro Padre Dios sabemos que la muerte nos llega a cada uno del modo y en el momento sabido por quien nos llama.

Se parece más a una llamada al timbre de la puerta de casa, para que salgas porque te espera alguien que te quiere un montón; se parece más a eso que al asalto de unos ladrones o a un rayo que cae y fulmina la existencia, o a un agujero negro en el que uno desaparece.

Como solo vemos una parte del hecho —que uno muere— podemos olvidar que la muerte es alguien que llega. Jesucristo siempre lo dijo, pero no acabamos de enterarnos: «Velad, pues, pues no sabéis cuándo el señor de la casa viene, o al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer, no sea que, viniendo de repente, os encuentre durmiendo” (Marcos 13, 35-36). Ahí está la cuestión: cuándo llega el señor de la casa. En otra ocasión es todavía más explícito: «También vosotros, estad preparados porque en la hora que no pensáis el Hijo del hombre viene» (Lucas 12, 40). Es el Hijo, Jesús, quien viene, quien llega. Mi muerte es la llegada de Jesús, de mi Jesús. Quiere que ya vivamos extraordinariamente unidos, sin estas separaciones que sufríamos ya durante demasiado tiempo, siempre con el velo de los sentidos.

Jesús dice: «Estad preparados porque no sabéis el día ni la hora.» Eso es importante: estar siempre preparado, tratar y amar a ese que un día llamará a nuestra puerta. Por eso decía santo Tomás que no entendía cómo algunos cristianos podían acostarse habiendo cometido un pecado mortal y sin confesarse.

Señor, que esté siempre preparado. ¿Lo estoy ahora? ¿y habitualmente? Quiero que, cuando quieras llamarme a la puerta, yo pueda salir con todo a punto. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Comenta con Jesús cómo reaccionas ante la muerte de seres cercanos, y si te domina la esperanza o la tristeza. ¿Tienes miedo a la muerte? Pídele tener visión cristiana de la vida y de la muerte, para ti y para los demás.

11-15

San Alberto Magno, Dominico y Doctor de la Iglesia. 1193-1280.

Fue un destacado teólogo, filósofo y hombre de ciencia, sumando una humildad y pobreza ejemplar. Maestro de Sto.Tomás de Aquino. Mereció el título de “Magno” y de “Doctor Universal”. Patrono de los científicos.

Una boda especial

Me contaban: «Recuerdo la primera boda a la que asistí, recuerdo que me quedé algo perplejo. Tras la boda hubo una cena en Viveros; al final, despedimos a los recién casados. Ella lloraba bastante en la despedida. Y a la vuelta del viaje de novios, contaba él que los lloros de ella duraron casi todo el viaje. No lo entendía: por fin se casa —pensaba— y cuando ya puede irse con quien tanto ama, en vez de irse contenta se va entre llantos.

»Después lo entendí: por un lado ella estaba triste porque dejaba la familia de sus padres; por otro lado estaba muy contenta, pues se iba a vivir con su marido —con su Paco, decía ella—.»

Me parece que la muerte pone a los cristianos en una situación parecida. Duele el desgarro de la separación del alma y el cuerpo, es triste dejar este mundo, tantas personas queridas y proyectos e ilusiones. Pero, por otro lado, comporta la alegría de irse a vivir ya definitivamente con nuestro Padre Dios.

Esta idea de comparar la muerte con una boda no es mía, por supuesto. La aprendemos en la Escritura: «¡Que viene el Esposo! ¡Salidle al encuentro!», dice el Evangelio como grito en el marco de una boda. La muerte no es algo que nos ocurre, algo que nos pasa; la muerte es alguien que nos llama, es alguien que llega. En el Cantar de los Cantares pone en boca del amado las palabras con las que Dios llama a cada persona en el momento de su muerte: «Me dice mi amado: ¡Levántate deprisa, amiga mía, hermosa mía, y vente al campo! …Ha llegado la primavera, el tiempo bello, la hora de la poda, la voz de la tórtola… Levántate, amiga mía. Ven. Muéstrame tu rostro. Suene tu voz en mis oídos…»

Así decía, por ejemplo, santa Teresita enferma poco antes de morir: «Volaré entre los brazos y entre los besos de María… ¡cómo gozará mi alma con el primer beso que me dé! Jesús, tu primera sonrisa, dámela a gustar pronto… Oír tu voz dulce y pura, ver de tu cara la hermosura… ¿cuándo será esta visión?»

Por eso los cristianos morimos con serenidad, y acompañamos a los moribundos con serenidad. Como sacerdote he tenido que acompañar a muchas personas en el momento de su muerte, y lo tengo clarísimo: habitualmente, morimos como vivimos. Quien vive sereno y confiado en Dios, muere sereno y confiado en Dios; quien vive agradeciendo, muere agradeciendo; quien vive entre quejas y enfados, muere enfadado y quejándose. ¡Con qué ilusión me han preguntado tantos moribundos por el cielo! ¡Con qué poca fuerza en su voz, y con cuánta pasión en su alma esperaban el encuentro para el que habían vivido tantos años! No sé si sonará a provocación, pero no me lo voy a callar: ¡qué bonita es la muerte de los cristianos!

Señor, amo la vida y deseo vivir, pues tengo que hacer muchas cosas por ti y por los demás aquí. Pero que no tenga miedo a la muerte: es como una boda, pasar ya a vivir contigo, un encuentro a partir del cual ya nos veremos cara a cara. Gracias.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final. 

11-14

San José Pignatelli, Restaurador de los Jesuitas. 1737-1811.

Suprimida la Compañía de Jesús, irá preparando el terreno para su reintegración y buscando nuevas vocaciones. En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, tres años antes de que los Jesuitas vieran de nuevo la luz.

Aprovechar el dolor

Montse Grases tuvo una enfermedad muy dolorosa siendo muy joven. Sus compañeras y amigas iban a verla con frecuencia. Tenía mucha ilusión en acercarlas a Dios, sobre todo algunas reacias a confesarse. Por echarles una mano… era capaz de hacer cualquier cosa. A veces iban a verla y le preguntaban:

— Montse, ¿cómo estás?

Ella contestaba invariablemente:

— Bien.

— ¿Puedo hacer algo por ti?

— No, mira, no… bueno…, ¿quieres saber una cosa que me haría muy feliz, muy feliz, muy feliz…?

— Sí, sí, dime.

— Pues mira, hay un Curso de retiro, unos Ejercicios espirituales…, si fueras… me harías muy feliz.

Quien vive pensando en los demás, tratando de ayudar a los que tiene cerca, haciendo apostolado, obtiene de Dios el regalo de morir igual: pensando en los demás. Cada uno muere como vive.

Los dolores de Montse eran grandes —padecía un cáncer de huesos—, pero en vez de darse pena y llenar el aire de quejas y lamentos, dicen que contagiaba alegría: sólo pensaba en aprovechar su enfermedad para ayudar. Los ofrecía. Estaba pendiente de lo que podría ser bueno para sus amigas.

En la encíclica del año 2007, el Papa hablaba de esta devoción cristiana que vivía Montse, devoción que no conviene abandonar. «La idea de poder “ofrecer” las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción (…). ¿Qué quiere decir “ofrecer”? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres.»

Señor, cuando tenga algún dolor, duerma mal, esté cansado, pase una enfermedad… quiero que me ayudes a aprovecharlo. Es un tesoro que tengo en mis manos para «ofrecértelo» a ti por otras personas: algo que puedo regalarte llevándolo con alegría, pidiéndote ayuda y gracia para un amigo, un familiar. ¡Que viva pensando en ayudar! ¡Que viva así, que muera así! Gracias.

Puedes pedirle que te enseñe, como Montse, a ofrecer el dolor. ¿Te encierras en ti, con protestas, quejas y malhumor, cuando sufres? Recuerda las últimas veces que has sufrido… y coméntalo con Él. 

11-13

Beatos Kamen Vitchev, Pavel Djidjov y Josaphat Chichkov, Mártires. 1952.

En Sofía, ciudad de Bulgaria, presbíteros de la Congregación de los Agustininos de la Asunción, que bajo un régimen hostil a Dios, acusados falsamente y encarcelados por ser cristianos, murieron por Cristo.

Mi vida dura unas cinco décimas de segundo

Te copio unos datos que tomé en una conferencia de un catedrático de Geología:

«El tiempo geológico lo medimos en millones de años. La edad de la tierra se cifra en 4.600 millones de años.

»El material más antiguo que se ha llegado a datar en la superficie terrestre mediante isótopos radiactivos, corresponde a un cristal de zuicón encontrado recientemente en unas rocas del escudo canadiense, al que se le ha asignado una edad en torno a los 4.000 millones de años (…); necesitamos sin duda adaptar nuestra mente, estructurar nuestro pensamiento a esa escala de tiempo.

»Utilizando una analogía conocida por los profesores y estudiantes de Geología, podemos realizar el siguiente ejercicio: si dividimos los 4.600 millones de años de antigüedad de la tierra a un año, pero a un año poco especial, ya que cada día de ese año llevaría 12,5 millones de años.

»La tierrase habría originado el día de año nuevo a las 0’01 horas y ahora serían las 11.59 de la noche del 31 de diciembre. Y esperamos que lo sea por mucho tiempo.

»Bien, pues a esa escala podemos situar algunos acontecimientos, como por ejemplo la gran eclosión de los seres vivos pluricelulares que se da al comienzo del Cámbrico, hace 750 millones de años, se habría generado a la escala del año, el 16 de noviembre a las 6.30 de la tarde.

»Los primeros vertebrados habrían aparecido el 25 de noviembre a las 4.30 de la madrugada.

»Los dinosaurios aparecerían el 16 de diciembre y se extinguirán el 26 del mismo mes, hace 5 días, unos 65 millones de años.

»El Homo habilis, el primero de nuestros antepasados genéricos, habría aparecido el mismo día 31 de diciembre, alrededor de las 7 de la tarde, es decir hace 2,5 millones de años.

»La vida media de una persona, 70 años, no representa más de 5 décimas de segundo a la escala del año. En un segundo veríamos pasar dos generaciones. Éstos son los datos».

¡Cómo ayuda verlo así! Sin embargo, la vida continúa por toda la eternidad. En esas cinco décimas de segundo hemos de invertir, porque en esas cinco décimas de segundo decidimos cómo queremos vivir aquí y después para siempre. ¡Es increíble y serio! Sabemos que la vida eterna está en nuestras manos, que nosotros decidimos en este momentito de cinco décimas de segundo que es la vida terrena.

Tener presente que estamos de paso, que esto no es definitivo, ayuda mucho en algunos momentos de la vida. En ocasiones tenemos que aguantar el tirón… ¡que lo sepamos aguantar!

Señor, aunque mi vida me parece muy larga, es cortísima. Yo soy poca cosa. Quiero vivir para lo que tú quieras. Quiero aprovechar el tiempo. Quiero aprovecharlopara emplearla en cosas que valgan la pena.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final.

11-12

San Josafat Kunsevich, Obispo y Mártir. 1581-1623.

Obispo de Polotsk, en Rutenia, que luchó por impulsar a su pueblo hacia la unidad católica y cultivó con piadoso amor el rito bizantino-eslavo en Witebsk, en Bielorusia. Patrón de la Reunión entre Ortodoxos y Católicos.

Cercanía abierta y cerrada

Si quieres estar cerca de un amigo que vive en otro país, puedes viajar, acercarte a su casa, incluso pasar horas con él en una misma habitación. Así habrás conseguido la cercanía que buscabas.

Sin embargo, caben dos posibilidades. Puede ser que ese amigo, a pesar de la cercanía física conseguida, no escuche, no haga caso, que siga con sus cosas en la cabeza, que cierre su intimidad… incluso que mientras le hablo esté viendo el futbol o con los cascos escuchando su musical favorito. En este caso, habría cercanía, pero una cercanía cerrada. Yo no entro en él, ni él entra en mí. A pesar de la cercanía física no hay cercanía íntima. Como cantaba Perales, a veces estamos juntos pero estamos lejos.

Por el contrario, puede ser que nuestra cercanía sea abierta: cuando llego a su casa, él me agradece, me habla y me escucha, compartimos, reímos y bebemos juntos, nos apenamos y preocupamos juntos, etc. Habríamos establecido una cercanía abierta.

Dios ha conseguido contigo cercanía. Le ha costado, pero lo ha conseguido. Ahora lo único que puede hacer es decirnos: «Venid a mí. Sí, yo he hecho lo que está de mi parte; ahora te toca a ti. Yo no puedo hacer más. Venid a mí» (cfr. Mateo 11, 28). Él está en el alma en gracia, está en cada sagrario sacramentalmente, está en la Escritura hablando, está en la confesión perdonando, está en la Iglesia, en los demás… está cercano de mil formas. Pero depende de ti que esa cercanía sea abierta o cerrada.

Se entiende que nos diga por la Escritura: «Si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap. 3, 20). «Ábreme —dice el Señor— así como yo me he abierto a ti. Abre el mundo para mí, para que yo pueda entrar, para que yo pueda hacer radiante tu razón oculta, para que pueda superar la dureza de tu corazón. Ábreme, así como he dejado abrirse mi corazón para ti. Déjame entrar. Él lo dice a cada uno de nosotros, y lo dice a toda nuestra comunidad: déjame entrar en tu vida, en tu mundo. Vive por mí, para que ella se haga realmente viviente —pero vivir significa siempre entregarse una y otra vez—.»

Dios mío, ¿pongo interés en ti? ¿Tengo interés por hablarte, por escucharte, por buscarte? ¿Me interesan tus cosas? ¿O siempre «sufro» la cercanía tuya, porque me resultas incómodo y aburrido? Padre nuestro, ¡venga a nosotros tu Reino! Sí, Padre, que venga, y yo me abriré para recibirlo. Que venga tu Reino sobre el mundo entero. Te los seguiré pidiendo cada vez que rece el Padrenuestro.

Puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole si tu cercanía es abierta o cerrada… Puedes responderle al «Venid a mí»… Después termina con la oración final.