12-21

San Pedro Canisio, Doctor de la Iglesia. 1521-1597

Ingresó en la Compañía de Jesús. Tomó parte activa en el concilio de Trento. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu conciliador.

Andaba a gatas

A Mauricio le conocí hace muchos años. Éramos compañeros de guardería. La vida nos separó y desde entonces no me lo he encontrado hasta ahora: han pasado 22 años. Me sorprende verlo andando a gatas. No sé cómo hacer para no mostrar extrañeza y a la vez preguntarle por la causa de su enfermedad: ¡Debe de ser muy duro no poder andar a los 25 años y verse obligado a gatear! Por fin, tras los primeros saludos y divertidos recuerdos, abordo el tema.

—No, no tengo ninguna enfermedad —me contesta —. Es un trauma.

—¡Ah, sí! ¿Cómo es eso?

—A los cuatro años me costaba todavía andar: algo de torpeza. En esos intentos, cuando por fin me solté, me caí la primera vez; también la segunda. Lo intenté una tercera vez, y como volví a caerme ya dejé de intentarlo. Como vi que eso de andar no era lo mío, decidí desplazarme a gatas. No lo intenté una ni dos veces, sino tres. Para estar toda la vida cayéndome y humillado, prefería hacerme a este modo de vida. No me va tan mal, aunque algo limitado y muy cansado.

Es evidente que este sucedido no es real al cien por cien. A ese tal Mauricio no me lo he encontrado. Pero sí me he encontrado muchos jóvenes y menos jóvenes que con su alma siguen andando a gatas: ya no se proponen ser santos, vivir para los demás, hacer oración, vivir algunas virtudes, luchar por… porque lo intentaron tiempo atrás… y como no lo consiguieron ya no lo intentan más. Así es: ¡ya no lo intentan más!

¡Ése es el fracaso de Jesucristo en algunos cristianos! Él se hace hombre para que seamos santos. ¡Y podemos! Tan sólo hacen falta dos cosas.

Primera, llevar las ballestas metidas en el tendido eléctrico, como los trolebuses y tranvías; esto es, mantener relación con Dios buscando la gracia en la oración y los sacramentos (sobre todo la Eucaristía y la Penitencia).

Segunda, querer. Querer no es un simple desear. Te copio lo escrito por un psiquiatra:

«Querer es buscar algo poniendo la voluntad por delante; con empeño y tesón, dejándose uno la piel en esa empresa. De ahí que se pueda decir que desea la persona poco madura y quiere el hombre hecho y sólido. Cuando queremos alcanzar algo poniendo la voluntad en marcha, hay tres etapas importantes: “1—. Saber lo que uno quiere: esto es fundamental. Tanto, que el que no sabe lo que quiere en la vida, no puede ser feliz. Después, poner los medios adecuados con ilusión. 2—. Viene después la determinación rotunda de que esa pretensión no sea algo fugaz, pasajero, sin consistencia, como una tormenta de verano. De ahí que la voluntad sea una mezcla de disposición decidida, tesón, tenacidad, insistencia que no se doblega ante las dificultades e imprevistos, que es capaz de crecerse ante las dificultades… Un hombre que obra de ese modo va haciendo como una fortaleza amurallada. No habrá empresa que se le resista y, antes o después, irán llegando los frutos. 3—. Por último está el mise au point de los franceses o el ready to go de los anglosajones; ponerse en movimiento.»

¡Aplícalo! Ser santo es participar de la santidad de Dios, recibir de él la vida nueva; por eso las ballestas en el tendido eléctrico. Pero si no queremos… no hay nada que hacer.

Jesús, quiero ser santo. ¿Me ha ocurrido a mí lo que a Mauricio? ¿Puedo decir que llevo habitualmente metidas mis ballestas en el tendido eléctrico? ¿Quiero ser santo? ¿Vivo esas tres etapas? Madre mía ¡puedo! Es lo verdaderamente importante en mi vida. Que no me desanime, porque soy santo no cuando hago todo bien, sino cuando lucho por ser buen hijo de tan buen Padre, por ser buen hermano de Jesucristo.

Puedes comentar con Él, con humor, si has sido o eres en algo como el imaginario amigo Mauricio… Termina, después, con la oración final.

12-20

Santo Domingo de Silos, Abad. Siglo XI

Fue ordenado sacerdote y tras año y medio se marcha y toma el hábito negro de San Benito. Fue expulsado al defender los tesoros del monasterio frente al rey. En Castilla se encargará de poner en pie el monasterio de San Sebastián de Silos.

La palabra y la voz

Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios. Tres personas. El Hijo es Dios, y por eso eterno como el Padre. Y es la Palabra, como dice san Juan. La palabra se hizo hombre. Pero Jesucristo sigue siendo la Palabra.

Es evidente que la palabra no es lo mismo que la voz. La palabra es lo que tiene un contenido que va del que habla al que escucha. Y el medio por el que va de uno a otro es la voz. Unos tienen buena voz y sus palabras no dicen nada; otros al contrario, con mala voz dicen palabras muy interesantes.

Cuando predicaba san Juan decía: yo soy la voz del que grita en el desierto. Juan es la voz. Cristo es la Palabra.

Y ahora, para hablar, el Hijo no necesita de voz. Muchas veces también usa la voz de alguien que nos habla para hablar Él, como usó hace veinte siglos la voz de Juan, pero no le resulta imprescindible.

Cristo sigue siendo la palabra y sigue hablando. Pero no siempre necesita voz. Habla por la Iglesia, pero también habla allá dentro de nosotros, donde se encuentra la conciencia (aunque no es la conciencia). Para escucharle hace falta un mínimo de silencio interior. Igual que si pongo el compact-disc muy bajito y al lado mi hermano está tocando la batería no oiré el compact, del mismo modo si no tengo silencio por dentro tampoco le podré oír.

Además, él habla muy bien. En un momento muy breve es capaz de hacer ver algo que, explicado «con voz», podría costar horas y horas hacerlo entender, y a pesar de todo quizá no quedaría bien entendido.

Pero es necesario que creemos el clima en el que pueda hablarnos. Símbolo de este clima es el desierto. «Hay que atravesar el desierto y permanecer en él para acoger la gracia de Dios. Es aquí donde uno se vacía de sí mismo, donde uno echa de sí lo que no es de Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejar todo el lugar para Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en el desierto antes de recibir su misión, san Pablo, san Juan Crisóstomo se prepararon en el desierto. Es un tiempo de gracia, un período por el cual tiene que pasar todo el mundo que quisiera dar fruto. Hace falta este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado, en medio del cual Dios establece su reino y forma en el alma el espíritu interior; la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Más tarde el alma dará fruto exactamente en la medida en que el hombre interior se haya ido formando en ella.

»Sólo se puede dar lo que uno tiene y es en la soledad, en esta vida solo con Dios solo, en el recogimiento profundo del alma, donde olvida todo para vivir únicamente en unión con Dios, pues Dios se da todo entero a aquel que también se da sin reserva.

»¡Date enteramente a Dios solo y él se te dará todo entero a ti! Mira a san Pablo, a san Benito, a san Patricio, a san Gregorio Magno, y a tantos otros; ¡qué tiempos tan largos de recogimiento y de silencio! Sube más arriba: mira a san Juan Bautista, mira a Nuestro Señor. Nuestro Señor no tenía necesidad, pero ha querido darnos un ejemplo.»

Se preguntaba Ratzinger: «¿Cómo encontramos ese silencio? El mero callar no lo crea. En efecto, un hombre puede callar exteriormente pero estar al mismo tiempo totalmente desgarrado por el desasosiego de las cosas. Alguien puede callar pero tener muchísimo ruido en su interior.» Y entonces, con palabras algo difíciles pero que leídas dos veces se van descubriendo, dice de cuatro maneras en qué consiste:

«Hacer silencio significa encontrar un nuevo orden interior.

»Significa pensar no sólo en las cosas que se pueden exponer y mostrar.

»Significa mirar no sólo hacia aquello que tiene vigencia y valor de mercado entre los hombres.

»Silencio significa desarrollar los sentidos interiores, el sentido de la conciencia, el sentido de lo eterno en nosotros, la capacidad de escucha frente a Dios.»

Normalmente el Señor habla a quien le quiere oír y lo hace posible. Él sabe perfectamente cuándo quieres o no quieres. ¿Le preguntas cosas a Dios? ¿Le pides que te explique lo que no entiendes? ¿Sabes esperar o quieres que te lo haga ver sobre la marcha? ¿Le pides darte cuenta de esa cosa, o de aquella otra? ¿Creas el clima del desierto en tu alma dedicando un tiempo sólo para él, para que él se te dé «todo para ti»?

Madre mía, consíguenos el saber hablar y escuchar a tu Hijo, que es la Palabra. Que sintonice con él fácilmente, como sintonizo fácilmente la emisora de radio que me gusta. Que cree silencio en mi interior. Que oiga todo lo que quiere decirme. Que cuide este pequeño rato de oración todos los días de mi vida, donde le hablo y donde él me habla. Tengo que decidirme a crear «silencio» en mí. Ayúdame.

¡Qué interesante sería que ahora te decidieses con Dios a buscar el silencio del desierto estos días! Háblalo con él.

12-19

San Nemesio, mártir. Siglo III

Apreciado por su bondad y conducta ética intachable, como debe esperarse en un discípulo de Cristo. Lo delataron, primero, de delincuente y, después, de cristiano. Confirmando esta última fue quemado en la hoguera.

Las cuatro etapas

Me lo contaba un chaval, buen amigo. Durante una clase de catequesis de confirmación, mirando el retablo de la capilla donde se encontraba, se distrajo. Se le fue la cabeza, no sabía ni de qué hablaban. Pero pensando descubrió lo que llamaba la cuarta etapa. Me lo explicaba así:

«Me he dado cuenta de que cuando era pequeño rezaba de memoria oraciones, siempre que en casa o en el colegio era costumbre rezar. Pero lo había sin dirigir de forma consciente las palabras a nadie. Las recitaba, sin más. Estaba en mi primera etapa de oración.

»Un día, atraído por una imagen que me gustaba, caí en la cuenta de que mis oraciones iban dirigidas a aquella pintura de la Virgen, a aquel crucifijo o cuadro de Jesús. Entré en mi segunda etapa.

»No duró mucho esa situación, pues pronto me percaté de que aquellas imágenes no eran vivas y, por lo tanto, no podían escucharme. Así empecé a dirigir conscientemente mis oraciones a quien representaba esa imagen, que están vivos “allá arriba”, en los cielos. Era mi tercera etapa.»

Y terminaba: «Ayer, en mi distracción, descubrí que esas personas vivas, además de estar allí arriba, también están dentro de mí, en mi alma si estoy en gracia de Dios. Ahora sí me sé escuchado y apoyado cuando hago oración.»

Interesante. Piensa: ¿en qué etapa te encuentras tú?

Estos días, cuando te encuentres delante de un Nacimiento, delante de un niño Jesús, recuerda que puedes hablar y hablas con Jesús, el mismo que nació en Belén, vivió en Israel, murió en Jerusalén, resucitó y ya no morirá nunca más, el mismo que ascendió a los Cielos, donde vive ya sin tiempo ni muerte que le amenace. Nos dijo, además, que viviría dentro de cada uno de nosotros, dentro de ti y de mí, si le dejamos nacer en nosotros aceptando la gracia.

Quien ha llegado a la cuarta etapa descubre las personas vivas a las que se dirige cuando canta villancicos. No cantamos cualquier cosa, ni cantamos al sol o a la mañana. Cantamos a Jesús, a María, a José, imaginando circunstancias o diálogos en torno a un hecho de su vida. No nos importa hacernos niños con esos cantos y dar vueltas a algo de sus vidas que hicieron por nosotros. ¡Qué buena oración podemos hacer cantando villancicos!

Jesús, ¿en qué etapa me encuentro? ¡Qué me sepa escuchado! Que me sepa capaz de agradarte, de hacerte pasar un buen rato. ¡Soy tu hermano! Santa María, que no deje nunca la oración.

Charla con él de la etapa en la que te encuentras. Si no la has alcanzado, quizá puedes pedirle entrar en la cuarta.

12-18

La expectación del Parto

Fiesta propagada en el concilio del 656, para preparar la Navidad contemplando el indecible gozo esperado de Santa María por el futuro próximo de su parto. Fiesta también conocida como «Nuestra Señora de la O».

Traer Belén

En las afueras del pueblo de Belén se encuentra la gruta en la que nació Jesús hace dos mil años. Esa desconocida cueva, que hasta entonces sólo importaba a su dueño porque le servía para dar cobijo a unos pocos animales, ha pasado a ser un lugar importante, muy importante.

Allí se encuentra el primer suelo que tocó Dios hecho hombre. Aquel es el lugar en el que por primera vez los hombres podíamos ver al Dios invisible. Aquel Dios desconocido al que durante siglos nadie vio, ni oyó, ni tocó. En esa habitación de animales Dios podía ser visto, oído y tocado por primera vez. Por eso, esa gruta de Belén es un lugar importante, querido y entrañable para todos los que seguimos a Jesucristo.

¡Qué suerte poder ir a Belén durante estos días en los que recordamos lo que allí ocurrió! Como no nos resulta posible ir a Belén, traemos Belén a nuestras casas. Así nació la costumbre de poner durante las Navidades un «Belén» en algún rincón de todos los hogares cristianos. No es una tontería. Es un modo de acercarnos al misterio que celebramos estos días.

¿Sabes de quién fue la idea de los belenes? De san Francisco de Asís. Así cuentan lo que ocurrió cuando vivía en Greccio:

«Unos quince días antes de Navidad, Francisco dijo: “Quiero evocar el recuerdo del niño nacido en Belén y de todas las penurias que tuvo que soportar desde su infancia. Lo quiero ver con mis propios ojos, tal como era, acostado en un pesebre y durmiendo sobre heno, entre el buey y la mula…”

»Llegó el día de alegría. Convocaron a los hermanos de varios conventos de los alrededores. Con ánimo festivo, la gente del país, hombres y mujeres, prepararon, cada cual según sus posibilidades, antorchas y cirios para iluminar esta noche que vería levantarse la Estrella fulgurante que ilumina todos los tiempos. Cuando llegó, el santo vio que todo estaba preparado y se llenó de alegría. Se había dispuesto un pesebre con heno, había un buey y una mula. La simplicidad dominaba todo, la pobreza triunfaba en el ambiente, toda una lección de humildad. Greccio se había convertido en un nuevo Belén. La noche se hizo clara como el día y deliciosa tanto para los animales como para los hombres. La gente acudía y se llenaba de gozo al ver renovarse el misterio… Los hermanos cantaban las alabanzas del Señor y toda la noche transcurría en una gran alegría. El santo pasaba la noche de pie ante el pesebre, sobrecogido de compasión, transido de un gozo inefable. Al final, se celebró la misa con el pesebre como altar, y el sacerdote quedó embargado de una devoción jamás experimentada antes.

»Francisco se revistió de la dalmática, ya que era diácono, y cantó el Evangelio con voz sonora… Luego predicó al pueblo y encontró palabras dulces como la miel para hablar del nacimiento del Rey pobre y de la pequeña villa de Belén.»

Cuando vemos fotos de lugares donde hemos vivido un tiempo, hemos pasado un verano o hemos ido de excursión… nos traen muchos recuerdos. Cuando veo el Belén y me quedo mirándolo, qué fácil resulta que me asalten recuerdos de lo que allí ocurrió, imaginarme las cosas que nos cuenta el Evangelio, revivirlas y hablarle, darle gracias y comentar con María y con José lo que ellos pensarían…

¡Trae Belén a tu casa! No es como el árbol de Navidad ni como cualquier otro adorno. No es sólo para dar ambiente. ¡Empéñate en ponerlo, en cuidarlo, en enriquecerlo de detalles que lo hagan vivo y que manifiesten tu fe y tu cariño!

Te aconsejo que durante estos días, cuando puedas, hagas este rato de oración delante del Belén. Que cada vez que pases por delante le lances a Jesús, al menos, un «te quiero»; que le repitas muchas veces: ¡Ven, Señor Jesús! Que cantéis toda la familia villancicos delante del Belén.

Jesús, gracias por haberte hecho niño, por haber habitado esta tierra nuestra, por haberte hecho visible. Quiero vivir unas Navidades cristianas. Me serviré del Belén. Madre mía, que desee su venida como tú la deseaste. ¡Ven, Señor Jesús!

Dile ahora, con afecto, qué buscas estas fiestas, qué pretendes con el Belén, si le gusta, cómo aprovecharlo para crecer en piedad y amor a él…

12-17

San Lázaro

Hermano de Marta y María y amigo de Jesús, hasta el punto de que Jesús se compadece y lo resucita. Es un ejemplo con Jesús entre sus amigos acogiéndolo en su casa en diversas ocasiones.

¿Por dónde se va a…?

El Evangelio de hoy nos recuerda con detalle los antepasados de Jesús, su árbol genealógico, para meternos por los ojos que se hizo hombre. ¿Para qué? Ya hemos considerado algunos motivos por los que Dios se ha hecho hombre. Veamos otro.

Cuando se va a hacer un viaje, lo primero es enterarse por dónde se va al destino. Entre el lugar donde me encuentro y el lugar al que me dirijo, hay un espacio que debo recorrer.

«Yo soy el camino», dice Jesús. ¿Qué quiere decirnos? Sencillamente esto: que desde lo que ahora soy yo hasta el yo pleno, Jesús es el Camino.

¿Qué es el yo pleno? Lo que yo puedo ser, lo que estoy llamado a ser: plenamente libre, completamente feliz, fuerte para aliviar los sufrimientos de los demás, capaz de realizar en esta vida los privilegios que me corresponden, realmente lleno de la vida nueva que Jesús nos ha traído, sinceramente enamorado de Dios y unido a los demás… Este yo pleno se alcanza del todo tras la muerte, pero empieza ya en esta vida. En esta vida, hoy mismo si quieres, empieza el camino desde el yo actual al yo pleno.

¿Qué hacer para alcanzarlo? Recorrer el camino, ir detrás de Jesús, seguir lo que él hizo, pisar donde él pisó. Él nos precede y nos muestra el camino: «Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14, 6).

Dios, el invisible, a través de Jesús se hace visible y nos habla de modo que le entendemos. Ya sabemos cómo es el Padre. Y a través de Jesús, que vive como vivimos cualquiera de nosotros —pasa sueño, cansancio, tiene amigos, recibe críticas, trabaja, etc.— conocemos el camino que nos lleva a él.

Esto implica que tratemos de distinto modo al Hijo que al Padre. Cuando oramos a Jesucristo hacemos bien si le adoramos y pedimos ayuda… Sin embargo, eso también lo hacemos al hablar con Dios Padre. Lo característico de la oración con Jesucristo es que con él hablamos de hermano a Hermano. Es un trato distinto. Lo propio con él será, más bien, pedirle llegar a comprenderle, meditar sobre su vida y sus palabras, tratar de pensar de acuerdo con sus pensamientos y enseñanzas, preguntarle cómo hacer para imitarle, cómo actuar en esta situación y cómo reaccionar en esa otra…

Se trata de dirigir nuestra mirada a Jesús porque —como dice san Juan —si le vemos, vemos al Padre (14, 9).

Tratar y amar a Jesús, hombre y Dios, de manera que ese amor sea el motor de nuestra vida. Pedirle que nos dé la vida nueva que nos ha traído. Hablamos de hermano a Hermano.

Dios creador mío, que has querido que tu Hijo se encarnase en el seno de María, ayúdanos a ser hijos tuyos en él, por él y con él. Jesús, que te imite, que me parezca a ti. Que sepa hablar contigo como tu hermano. Que sepa fijarme en tu comportamiento, para identificarme contigo y ser en todo momento tú, el mismo Cristo, por obra del Espíritu Santo.

Puedes hablar a Dios con tus palabras, hablar con Cristo de acuerdo con lo que has leído: de manera distinta a como lo haces con Dios Padre.

12-16

Santa Adelaida, Emperatriz en Italia. 931-999

Protege, socorre y consuela a los necesitados. Reza, se mortifica y expía por los pecados de su pueblo. Queda viuda a los 18 años y sus funciones como Regente emperatriz se vieron interrumpidas por un periodo de cárcel y destierro.

He podido sonreír

No he conocido a muchas personas que escriban su diario. No se lleva mucho. Sin embargo, parece que en ocasiones resulta interesante. Eso me decía un amigo cuando me leyó sus anotaciones de años atrás:

«Entran en la habitación y saludan alegremente a mi compañero de trabajo. Digo una cosa y…sin mirarme… me contestan fríamente. ¡Cómo duele! Gracias, Dios mío, por el desprecio (no lo es en verdad, pero así me lo he tomado en un primer momento). Gracias porque merecería eso y mucho más.» Al día siguiente escribía:

«Iba con el propósito de estar animoso en el trabajo. No he podido sonreír a X. ¡Gracias Dios mío! Ni siquiera puedo eso, no soy capaz de sonreír… y eso que quería.»

Esta anécdota me parece adecuada para estos días. ¿Por qué? Porque Jesús, haciéndose hombre y llevando una vida normal como la nuestra durante treinta años, nos enseña que ser santos se alcanza en lo normal. Ser santo no es hacer cosas raras: el santo es quien se esfuerza por sonreír y reconoce humildemente que no ha podido, se ríe de él mismo, pide ayuda y se lo propone de nuevo el día siguiente, más apoyado en la ayuda de Dios que en sus propias fuerzas. Ése es ser el camino recorrido por todos los santos.

Lo pequeño, o lo pequeñísimo, es importante. Eso sí puedo ofrecérselo a Dios. Y eso es para todos. ¿Luchas en cosas pequeñas? ¿Cada noche haces un corto examen de conciencia para repasar con Dios las pequeñeces del día? ¿Concretas para cada día uno o dos propósitos pequeños para el día siguiente? ¿Reconoces, cuando no has podido, que no has podido? ¿Pides ayuda?

Miremos el ejemplo de un santo. Cuentan que «un día, cuando el joven Francisco montaba a caballo cerca de Asís, un leproso le salió al encuentro. Francisco sentía una gran repugnancia hacia los leprosos. Esto le empujó con fuerza a bajar del caballo y le dio al leproso una moneda de plata, besándole la mano. El leproso le dio un beso de paz y Francisco montó de nuevo en el caballo y continuó su camino. A partir de este momento empezó a superar cada vez más sus inclinaciones naturales y llegó a una perfecta victoria sobre sí mismo, por la gracia de Dios. Algunos días más tarde, con gran cantidad de dinero en el bolsillo se dirigió hacia el hospicio de los leprosos y, una vez reunidos todos, le dio a cada uno de ellos una limosna besándoles las manos. A la vuelta experimentó lo que en un principio le resultaba amargo —ver y tocar a los leprosos—, se le había vuelto dulzura. Antes, la simple vista de los leprosos, como él mismo confesaba, le era tan penosa que incluso evitaba ver las casas donde habitaban. Si en alguna ocasión los veía o le tocaba pasar cerca de una leprosería… volvía el rostro y se tapaba la nariz. Pero la gracia de Dios le convirtió de tal manera que se le hizo familiar y le gustaba convivir con ellos y servirlos, como él mismo reconoce en su testamento. La visita a los leprosos le había transformado.»

Jesús, quiero ofrecerte cada día mil cosas pequeñas, ¡eso sí que puedo! Grandes heroísmos no se me presentan, y mejor así, porque si se me presentasen… no sé si sería capaz de vencer. Pero lucharé en los detalles pequeños —¡sonreír cada día!—.

Puedes charlar con él de cómo es tu lucha, responder a las preguntas, comentar el hecho de san Francisco.

12-15

San Urbicio. Siglo VIII

Fue esclavizado por los musulmanes. Atribuye su libertad a la intercesión de los niños santos de Alcalá, los santos Justo y Pastor. En un viaje de agradecimiento a Alcalá roba unas reliquias en peligro de profanación.

Liberarnos o que nos liberen

Un suceso divertido que nos cuenta el Evangelio. Se trata de un enfado de los judíos fariseos que se habían convertido y seguían a Cristo. Jesús les dijo que había venido a liberarlos. Con aire de superioridad y en tono despectivo, le contestaron: nosotros somos libres, no necesitamos tu liberación.

Me parece que a muchos nos pasa algo de esto. Cuando escuchamos que Dios se hizo hombre para liberarnos del pecado, para hacernos verdaderamente libres, no acabamos de entenderlo. Se nos puede pasar por la cabeza que estamos muy bien como estamos, que no necesitamos que nos libere de nada.

La verdad no es así. Hay siete cadenas que, con mayor o menor fuerza, nos atan o nos amenazan con hacerlo. Esas siete cadenas son: avaricia, lujuria, egoísmo, soberbia, gula, ira, pereza. En teología se llaman los siete pecados capitales.

Esas siete cadenas están escondidas en el interior del hombre después del pecado original. La liberación que nos ofrece Jesucristo es la de librarnos de estas consecuencias del pecado original.

¿Sabes por qué la navidad se celebra el 25 de diciembre? El rey sirio Antíoco, que se hacía venerar como dios Zeus, había hecho erigir una imagen suya; un 25 de diciembre la introdujo en el templo, pasando a ser ese el día de su fiesta.

Años más tarde, también un 25 de diciembre, Judas Macabeo entró de nuevo en ese mismo templo —corría el año 165 antes de Cristo— para quitar ese mismo altar dedicado a Zeus puesto por Antíoco; por eso en el calendario judío el 25 de diciembre era y sigue celebrando la fiesta de las luces, la fiesta de la purificación o restauración del templo, ya que volvieron a adorar a Yavé su Dios en su templo.

Pero como la semana del 25 al 31 de diciembre era la semana previa al año nuevo, esperaban que ese día también fuese el de la venida del verdadero Mesías, día en que se liberarían de todo lo provisional, en el que empezaría la nueva libertad: ya sin ídolos verían una gran luz. San Lucas sitúa en la noche de las luces el nacimiento de Jesús; así, en esa misma fecha, los cristianos celebramos la fiesta de la Navidad: lo que Judas Macabeo hizo ese día de manera limitada, lo hizo Cristo de forma plena y definitiva: liberar a los hombres de los ídolos.

Te servirá rezar despacio esta oración de la Madre Teresa de Calcuta, parándote en cada liberación que pides:

Líbrame, Jesús mío, del deseo de ser amada,

líbrame del deseo de ser alabada,

líbrame del deseo de ser honrada,

líbrame del deseo de ser venerada,

líbrame del deseo de ser preferida,

líbrame del deseo de ser consultada,

líbrame del deseo de ser aprobada,

líbrame del deseo de ser popular,

líbrame del temor de ser humillada,

líbrame del temor de ser despreciada,

líbrame del temor de sufrir rechazos,

líbrame del temor de ser calumniada,

líbrame del temor de ser olvidada,

líbrame del temor de ser ofendida,

líbrame del temor de ser ridiculizada,

líbrame del temor de ser acusada.

¡Fíjate si hay cadenas! Puedes seguir pidiéndole que te libere de tu pereza… de tus ataques de ira… de tu lujuria… de tu afán de poseer…

Sigue con tus palabras, y suplícale que te libere…

12-14

San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia. 1542-1591

Por consejo de santa Teresa, fue el primero que emprendió la reforma de la Orden. Buscó siempre una vida escondida en Cristo y quemada por la llama de su amor.

¿Puedes humillarte?

El cura de Ars repetía continuamente este consejo: «Sed humildes, sed sencillos; cuanto más humildes, mayor será el bien que hagáis.» Para grabarlo a fuego en sus feligreses solía predicar esta historia:

El diablo se apareció un día a san Mauricio diciéndole:

—Todo lo que tú haces, lo hago yo también. Tú ayunas, y yo no como nunca; tú velas, y yo no duermo nunca.

—Una cosa hago yo que tú no puedes hacer.

—¿Y cuál es?

—¡Humillarme!

La primera vez que escuché esta anécdota me pareció muy fuerte porque… ¡cuesta tanto humillarse! ¡A veces no somos capaces! ¡Y cuando no podemos humillarnos… mal asunto!

Humillarte es reconocer que te has equivocado y decirlo. Humillarte es decir la verdad aunque quedes mal con tus amigos, con tu familia, con el sacerdote, con quien sea…

¿Por qué algunas veces en vez de decir que no lo sabes, dices que ahora no te sale? ¿O que estaba comunicando el teléfono, en vez de decir que te has olvidado? ¿O que has pillado un atasco, en vez de decir la verdad? ¿Por qué dices más o menos, en vez de decir exactamente? ¿por qué dices que no has conseguido eso porque pasabas, cuando la verdad es que no podías? Humillarte es obedecer aunque no entiendas. Humillarte es aceptar las humillaciones que recibes sin merecerlo… y muchas cosas más.

La humildad es una de las grandes lecciones de la Navidad. Desde la Edad Media solemos representar el pesebre como un edificio más bien desvencijado. Es posible todavía reconocer el esplendor que tuvo, pero ahora se encuentra en ruinas, destartalado, abandonado… y por eso convertido en un establo. Aunque esto no tiene un fundamento histórico, expresa bien algo que se esconde en el misterio de la Navidad.

En Belén, ciudad del rey David, este nuevo rey que es Jesús reina desde un trono distinto: desde una cuna. Y su palacio también es nuevo. Desde la sencillez del niño Jesús está anunciando el nuevo modo de reinar en el mundo. Desde el nuevo palacio del establo nos anuncia que el nuevo poder que atraerá todo hacia él será la bondad y el amor manifestado en la Cruz. La verdadera realeza se realiza en la entrega del que se humilla. Tenemos que humillarnos para entendernos con Jesús.

Señor en este adviento quiero que me hagas humilde. Por mi parte, aprovecharé todas las ocasiones que tenga de hacer un acto de humildad. Madre mía, ¡esto sí que me supera! ¡ayúdame más!

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras.

12-13

Santa Lucía, mártir. Siglo IV

Hizo los votos de virginidad por amor a Cristo, pero su madre insiste en que se case. Poco antes de la boda la madre se cura milagrosamente por intercesión de Santa Águeda; es por ello que la dejará seguir su camino.

El mesón, hazle sitio

A la entrada de Belén se encuentra un edificio muy grande que mandó construir el Galadita, hijo de David, diez siglos antes del nacimiento de Cristo. Probablemente sea éste el «mesón» al que se dirigió José buscando un lugar para el parto de María, como nos cuenta el Evangelio.

El Galadita construyó este edificio para sus rebaños. Su arquitectura es sencilla: una tapia cuadrada cierra un espacio sin techo donde se meten los animales. En algunas de las paredes se apoyan unos tejadillos de madera donde podían reposar las personas en gran número. También había unos pequeñísimos cuartos que sí estaban cerrados, pero eran muy pocos y muy caros.

Todavía se encuentran construcciones de este tipo en Palestina. Entonces eran lugares muy frecuentados por pastores y comerciantes, y en esos días en que cada uno debía trasladarse a la ciudad de sus antepasados para empadronarse, los mesones estaban repletos de gente. Carros, animales, gente, ruido, olor, insectos… El lugar no era ningún paraíso.

Allí quiso encontrar habitación José. Pero no había lugar en la posada. Se entiende que todas esas pequeñas habitaciones estuviesen ocupadas; el resto de ese gran edificio no ofrecía ninguna intimidad.

Cuando ahora lo recordamos nos parece una barbaridad. Dios hace todo el mundo, y no hay sitio para él cuando quiere venir a vivir en él. ¡Pero no se daban cuenta! Sin embargo, más vale andarnos con cuidado porque hoy puede ocurrirnos lo mismo a ti y a mí.

¡Dios está ahí! Quiere sitio en tu vida, quiere sitio en tu corazón, quiere sitio en tu cabeza, quiere sitio en tu tiempo.

Como estamos tan llenos no hay sitio para Él: pero no nos damos cuenta porque estamos llenos. Es importante que estos días estemos especialmente atentos.

Normalmente lo que más llena, lo que más sitio ocupa y nos hace incompatibles con Dios es el amor propio. Nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y también a los hombres. Y todos somos soberbios.

¿Qué es la soberbia? Es el amor desmedido que me tengo a mí mismo.

Puede servir este breve test con cinco manifestaciones de soberbia. Si quieres puedes leer cada una y hablar con Dios cómo vas de eso. Te sugiero que le vayas pidiendo perdón por lo que veas, y que te vayas riendo de ti por lo tonto que eres a veces.

1. Es la soberbia la que hace que queramos ser el centro de atención.

2. La soberbia nos lleva a pensar que somos mejores de lo que realmente somos, o que hacemos las cosas mejor de lo que realmente las hacemos. Por eso dicen que el mejor negocio sería comprar a una persona por lo que ella vale y venderla por lo que él cree que vale.

3. Nos lleva a no aceptar nuestros fallos, a ocultarlos con la mentira, o enfadarnos cuando nos los dicen, a excusarnos con el «es que», «pensé que», «creí que».

4. El amor excesivo al yo también hace que pensemos mucho en nosotros mismos y en nuestras cosas, y esa inercia nos impida estar pendientes de los demás.

5. Es la que hace que hablemos mucho de nosotros, y exageremos con fantasmadas nuestras batallas.

Jesús quiero hacerte sitio, quiero matar la soberbia. Dame la humildad. Te digo lo que decía el Bautista: «Conviene que Él crezca y que yo disminuya» (Juan 3, 30). Eso es, Jesús. Conviene que crezcas y que yo disminuya. Madre mía, hazme humilde, ayúdame a reírme de mi mismo cuando haga el tonto dejándome engañar por la soberbia.

Coméntale lo leído o lo que quieras: y pídele que no te asuste la soberbia, ni te domine. ¿En cuáles de esos cinco puntos te aprieta el zapato de la soberbia.

12-12

Nuestra Señora de Guadalupe

La virgen se apareció en México a un joven azteca, Juan Diego, para solicitarle la construcción de un templo. Como señal para el obispo le lleva rosas en invierno. Éstas rosas estaban envueltas en una tela en la que aparece la preciosa imagen d la Virgen de Guadalupe, venerada hoy por numerosos peregrinos.

Guadalupe y las ratas del desván

Celebramos hoy nuestra Señora de Guadalupe. En cierta ocasión Juan Diego estaba triste por la enfermedad de su tío Bernardino. Entonces se le presenta María por cuarta vez y le dice unas palabras tan tiernas, tan de madre cariñosa, que conviene que resuenen hoy en los oídos de todos los que somos hijos suyos: «Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí? ¿No soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más necesitas? Que nada te apene ni te inquiete; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; estate seguro de que está sano.»

Nos va bien esta protección y cuidado de nuestra Madre, porque todos estamos enfermos por el pecado, y podríamos desanimarnos o entristecernos. Trataré de decirlo gráficamente.

«Cuando rezo mis plagarías nocturnas —explica C.S. Lewis, el autor de los cuentos de Narnia— e intento hacer un recuento de los pecados del día, nueve veces de cada diez se trata de algún pecado contra la caridad; me he enfurruñado o he contestado bruscamente o me he burlado o he despreciado a alguien o he dado rienda suelta a mi ira.» Y añade que casi siempre es porque se trata de situaciones que le sorprenden, en las que no se puede controlar. Esos comportamientos son muy interesantes para saber cómo soy, porque «no cabe duda de que lo que un hombre hace cuando lo sorprenden es la mejor evidencia de lo que ese hombre es»: lo que me sale sin poder controlarlo es lo que mejor me dice precisamente cómo soy, aunque lógicamente no sea eso lo que quisiera ser.

Con este ejemplo quedará más claro lo que queremos decir. «Si hay ratas en el desván (en el trastero) es más probable que las veáis si entráis allí de repente. Pero ese de repente no crea a las ratas; sólo les impide esconderse. (…) Las ratas siempre están allí en el desván; pero si entráis dando gritos se habrán puesto a cubierto antes de que hayáis encendido la luz.» Si entras sin hacer ruido y con cuidado, no les darás tiempo a esconderse, y las pillarás fuera de juego: seguramente verás todas las ratas que por allí campean a sus anchas.

Cómo soy, qué hay en nuestro corazón, podemos conocerlo mejor en esas situaciones en las que nos encontramos fuera de juego: cuando estamos cansados, cuando algo es un imprevisto, cuando tengo mucho sueño, estoy cansado o tengo mucha hambre… Entonces observamos en nosotros que controlamos menos y que sale más basura de dentro: malas reacciones, sentimientos de venganza o envidia, enfados, resentimientos, rebeldía, mal carácter… En las excursiones o salidas de verano se nota: al principio todo es fantástico; cuando se lleva un tiempo, el calor cansa y se ha dormido poco… empiezan los choques.

Esas ratas de mi desván, esos prontos con los que reacciono son los que me dicen cómo soy yo, qué hay dentro de mi corazón. Es importante que reconozcamos que somos así, que aunque nos gustase ser de otra manera somos como somos.

Reconocerlo. Si no, como no nos gusta la verdad sobre nosotros mismos, terminamos echando la culpa a los demás, o nos excusamos con los famosos «es que», «pensé que», «creí que».

La reacción lógica al encontrar una nueva rata en mi desván deberá ser alegrarme: «Ahora sé algo mejor cómo soy, Señor. Pero no me preocupa porque tú eres mi Salvador, tú me librarás de mi pecado.» Y le pediremos con el salmista: «Oh Dios, Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quietes tu santo espíritu» (50). Es lógico: como son comportamientos que salen sin quererlos, la única forma de cambiarlos es pidiendo a Dios que seamos de otra forma, que nos cambie el corazón.

Ven, Señor Jesús. Ven y cambia mi corazón, dame uno como el tuyo. Que sepa amar, que tenga mejores sentimientos. Que de verdad nazcas en mí estas Navidades, porque lo necesito. ¡Que nazcas en todos los cristianos! Santa María, hoy que celebramos la fiesta tuya bajo el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe, quiero decirte: ¡Bendita sea tu pureza! Consigue para todos tus hijos un corazón puro, renuévanos por dentro. Que no olvide que tú me cuidas, que tú eres mi madre. Felicidades.

Ahora te toca a ti comentarle las últimas ratas que has sorprendido en tu alma.