01-14

San Félix de Nola, Obispo. Siglo III

Durante la cruel persecución de Decio fue encarcelado y sometido a crueles torturas. Al llegar la paz pudo volver con los suyos y vivió en la pobreza hasta su muerte, ya anciano.

El éxito de los exititos

Tal vez hayas asistido alguna vez a la proyección de un vídeo en casa de un amigo que quiere mostrarte lo mucho que ha disfrutado en su último viaje por el océano Índico. De repente, para hacerse el gracioso, interrumpe la proyección y la imagen queda congelada en la pantalla. Ahí queda él paralizado en una postura ridícula, con expresión boba, el ceño fruncido, una ingenua sonrisa… Resulta cómico y todo el mundo se ríe.

También Dios interrumpirá la cinta de nuestra vida un día… y quedaremos captados para siempre en nuestra fealdad o en nuestra hermosura. Por eso debemos estar preparados para recibir la muerte, que no es más que un cambio de casa. Como nos repetía Jesús: «Velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt 25, 13).

¿Y cómo estar preparado? Viviendo con Dios, esto es, viviendo en gracia, con la mayor gracia —esto es, con la mayor vida de Dios—, y siempre en gracia…

Lo más importante de Dios no es que sea Creador, ni Sabio, ni Todopoderoso, ni… Lo más importante de Dios es que es Padre. Las demás cosas de Dios están al servicio de su paternidad.

Análogamente, lo más importante de cada uno de nosotros es que somos hijos: hijos de Dios. Por lo tanto, yo tengo éxito en la vida no si obtengo «exititos» humanos, sino si consigo vivir como lo que soy esencialmente: si logro llevar una vida de hijo de Dios.

Lo que nos hace ser hijos de Dios es la gracia. Y lo que nos hace vivir como hijos de Dios es la fuerza de la gracia. Uno es hijo de su padre cuando recibe de él la vida: eso establece una relación de filiación-paternidad. Lo que tenemos en común con Dios —que nos hace hijos suyos— es tener su misma vida. Esta vida de Dios en nosotros es lo que llamamos gracia. Como la gracia es la vida de Dios en nosotros, cuanta más presencia de la gracia haya en nosotros, más capaces seremos de vivir como Dios —o como hijos de Dios—. En los primeros siglos escribía san Cipriano: «Debemos saber que cuando nosotros llamamos Padre nuestro a Dios debemos comportarnos como hijos de Dios, para que él se complazca en nosotros como nosotros nos complacemos en él».

Sabemos que la gracia la recibimos fundamentalmente por la oración y los sacramentos.

¿Qué puede ayudarme a defender y a aumentar la gracia en mí? Vive siempre deseando llenarte de gracia. ¿Eres consciente de que puede que Jesús te llame en cualquier momento? ¿Y de que vale la pena morir bien porque, comparado con la tierra, el cielo dura infinitamente más?

Madre mía, ayúdame a estar preparado para cuando me llame Jesús. Pero no de cualquier manera: con toda la gracia que me sea posible. Tú eres la llena de gracia, Dios te llenaba, no había nada tuyo personal que se opusiese a Dios. Él hacía a través de ti todo lo que quería… porque le dejabas. Así quiero vivir y morir yo.

Coméntale a Dios ahora algo de lo que has leído, y las preguntas que han salido en el texto. Después termina con la oración final.

 

01-13

San Hilario de Poitiers, Obispo y Doctor de la Iglesia. Siglo IV

Luchó contra el arrianismo, por lo cual fue desterrado 4 años a Frigia. Compuso unos comentarios muy célebres sobre los Salmos y sobre el evangelio de san Mateo.

El delito de contar los delitos

«Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?», dice el salmista (Salmo 130). La verdad es que la pregunta tiene algo de retórico pues, efectivamente, nadie podría resistir. Si Dios sacase papel y fuese anotando cada uno de nuestros delitos… ninguno de nosotros podría resistir delante de él.

Gracias a Dios, sabemos que él no va anotando en una lista de agravios todas nuestras tonterías. Sabemos que nos quiere, que perdona y olvida. O mejor: no sólo olvida, sino que anula nuestros pecados con su perdón. De otra manera viviríamos avergonzados, tristes y humillados. Pero como Dios no es así, podemos comenzar de nuevo cada día, nos sabemos comprendidos y excusados por Dios, que nos mira a cada uno como a la niña de sus ojos (cfr. Salmo 17).

Pero (atentos a este «pero’) también podríamos decir: «Si yo llevo cuenta de los delitos, ¿quién podrá resistir?» Que si fulano me dijo no sé qué, que si llegó tarde, que si no me hizo caso, que no me entendió…; así vamos acumulando «delitos» que los demás han cometido contra nosotros. ¿Quién podrá resistir? Curiosamente, la respuesta es la misma: nadie. ¡Qué horror cuando somos de los que perdonamos y no olvidamos, de los que guardan lista de agravios! Los cristianos hemos aprendido de Dios cómo tratar a los demás: hay que tratarles como él nos trata.

Cuando nos enfadamos con alguien, puede activarse nuestra mente levantando la escotilla de recuerdos-basura que en un momento nos invaden: «sí, porque el otro día también dijiste que…, y la semana pasada fuiste a tal e hiciste esto otro…, y el año pasado…, y siempre que tal… tú haces así, y…». Y salen tantos «delitos» que tengo guardados en mi corazón. Atesorarlos es guardar veneno.

El problema no está en que los demás fallen y se equivoquen conmigo, que hayan hecho o dicho cosas desafortunadas o injustas para mí. Todos los hombres lo hacemos porque somos imperfectos. El problema no está en que los demás cometan «delitos», sino que el verdadero «delito» está en mí… que llevo cuenta de los delitos. No es justo comportarse así con los demás, no es el trato que necesitan ellos.

Cuentan de un monje que tuvo una aparición. Estaba confundido, pues no sabía si ese ser sobrenatural era Jesús o el demonio. Fue a decírselo rápidamente a su confesor. Éste le dio un sabio consejo: si volvía a ocurrir, debía preguntarle cuáles habían sido los pecados de su última confesión. Cuando se le apareció de nuevo, el monje le preguntó: «Dime cuáles han sido los últimos pecados de los que me confesé». La respuesta fue: «No lo sé, porque ya están perdonados, no sólo los he olvidado sino que no existen». Supo entonces que era Jesús. No sé si este hecho sucedió —supongo que no— o es una historia que se cuenta por su moraleja, pero lo que dice sí es verdad. Dios hace «borrón y cuenta nueva» cuando pedimos perdón. Yo debo aprender a hacer «borrón y cuenta nueva». Como hace mi Padre Celestial.

«Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» Gracias porque no llevas cuenta de nuestros delitos. Pero ahora mismo, ahora y con tu ayuda, quiero romper todas las listas, resentimientos, rencores y enfados que guardo hacia otros. Te digo que me ayudes porque algunos de ellos están en el fondo de mi corazón, tan en el fondo que ahora ni siquiera sé que están ahí, pero seguro que están. Límpiame, Jesús, de todo mal, haz un reset y limpia mi disco duro.

Puedes continuar hablándole con tus palabras: insístele en pedirle ayuda para que limpie tu disco duro, para no llevar la cuenta de delitos. ¿Llevas esa cuenta con alguna persona en concreto?

01-12

San Benito Biscop, Abad. 629-690

Fue abad del monasterio de Canterbury. Peregrinó 5 veces a Roma de donde trajo libros y maestros para instruir a los monjes benedictinos.

La espiral interminable

San Pablo escribe: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rom 12, 21). Te copio parte del artículo de Ana Arregi, publicado en El Correo, de Bilbao. Pude seguir los acontecimientos de cerca, pues soy amigo de esta extraordinaria familia. Ana se había casado poco antes con un ertzaina, su primer hijo tenía meses.

«Hace algo más de un año, una noche recibí una llamada telefónica que cambió mi vida. Mi marido, Jon, acababa de ser víctima de un brutal atentado que por poco le cuesta la vida. Mientras me dirigía al hospital sólo podía desear una cosa: ¡Que esté vivo!

»Luego he vivido muchos meses de dolor y de miedo. Una pesadilla que aún continúa. Meses en los que sufrí y vi padecer tanto como jamás pensaba que pudiera sufrirse. Podría alargar la descripción de cada uno de esos días tristes, pero no quiero convertir esta carta en un culebrón. Sólo añado que he llorado mucho y que aprendí pronto que el alma también puede quedar en carne viva, como quedó el cuerpo de mi marido por el efecto del fuego. Me daba cuenta, cada día, de que la inconsciencia y el odio trataban de interponerse entre mi familia y su futuro, y decidí no permitirlo. Me lo pedían y me lo piden hoy también los ojos de Jon y los ojos de mi hijo.

»Hablo de inconsciencia, porque creo que los que atentaron contra esa furgoneta no calculan todavía la dimensión de su acto. No tienen ni idea del dolor que han causado y siguen causando y del año que nos hacen. De los años de sufrimientos que nos esperan. Quiero creer que, si lo hubieran sabido, aquella tarde no hubiesen jugado a guerrilleros y nos estaríamos lamentando.

»Hablo de odio, porque sólo un odio visceral puede limar del todo la sensibilidad humana y convertir una agresión tan brutal en un acto lúdico. Porque sólo así se puede tratar de ocultar el dolor que se causa. Porque sólo así puede haber gente capaz de alegrarse de lo que ocurrió, de felicitarse por el resultado de aquella barbaridad. Y eso desgraciadamente también pasó.

»En más de una ocasión tuve la tentación de rebelarme y refugiar mi dolor también en el odio. No era difícil. Ésa es la rueda que tratan de poner en marcha los que se empeñan en odiar y sembrar el odio en este país. Sin embargo he aprendido demasiado sobre el dolor para aceptar esa mecánica sin más problemas. Frente a mí, durante muchos meses en la UVI de Cruces y hoy cada día en mi casa, tengo la palpable demostración de lo destructivo que puede llegar a ser el odio.

»Por eso pienso que los verdugos y quienes les apoyan llevan en su odio una condena. Es suficientemente triste estar obligado a reprimir el sentido común, la bondad, la humanidad, la sensibilidad, el amor, la fraternidad, el compañerismo, la solidaridad, la valentía, el honor, el propio criterio, porque alguien ha declarado enemigo al que tienes frente a ti.

»Por eso digo que la del odio es una gran condena y no estoy dispuesta a compartirla. Primero, porque ni mi marido ni mi hijo lo merecen, como no lo merece el país en el que vivo. Segundo, porque el odio no sirve para nada, sólo degrada al que vive esclavo de sus consecuencias. Además, porque marca la diferencia que siempre ha habido entre víctimas y verdugos, porque coloca a cada uno en su sitio y revela y engrandece la dimensión de la injusticia que se ha cometido con mi familia y con muchas otras.

»La primera lección que aprendí cuando vi lo que hicieron a Jon es que me resultaba imposible desear ese padecimiento para nadie, ni siquiera para el que nos ha hecho tanto daño. Y eso me parece más que suficiente para superar la absurda dinámica que los que odian nos quieren imponer.»

Seguramente a nosotros no nos maten al marido o a la esposa en un atentado, pero hay unas «espirales de odio» hechas a nuestra medida, cercanas, del día a día y, por tanto, muy sutiles. Son, por ejemplo, la espiral de «no le hablo porque no me habla», de «no le saludo porque él tampoco lo hace», de «le critico porque una vez me humilló», de «voy a intentar pisotearle porque una vez pasó por encima de mí sin escrúpulos», de «critico porque me critican»…

Recuerda las palabras de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.»

Señor, que no entre en la espiral de devolver mal por mal. Gracias porque tantos cristianos, como Ana, nos recuerdan que es posible vivir de acuerdo a lo que tú nos enseñaste: devolver bien por mal, a quien te pega en una mejilla mostrarle la otra, amar a quienes nos hacen mal. Quiero vivir así: intentaré pensar, hablar y hacer bien a todos… a todos… ¡a todos!

Habla con Dios si sabes poner la otra mejilla cuando te ofenden, si vives con el estilo cristiano de perdonar, de no entrar en la espiral del mal. Pide a María su ayuda.

01-11

Santo Tomás de Cori, Presbítero franciscano. 1655-1729.

Destaca por su vida austera y por la predicación. Iniciador de los retiros. Copatrono de Roma.

¡Un San Pablo en el metro!

La primera carta que escribe san Pablo la dirige a los cristianos de Tesalónica, una ciudad en la que había vivido durante unos meses, y en la que muchos paganos se habían convertido al Camino —así llamaban al cristianismo—. De allí se fue a Corinto. Tenía noticias de los tesalonicenses, por los que rezaba a diario y a los que recordaba continuamente. Toda la primera parte de la carta rebosa cariño. Entre otras cosas, les dice esto: «Os hemos evangelizado con la Palabra, con la fuerza del Espíritu Santo, con convicción».

¡Qué buen resumen! Todos somos apóstoles, y este maestro de apóstoles señala las tres cosas que resultan indispensables para quien quiera que otros descubran la felicidad en Cristo:

1. la Palabra,

2. Espíritu Santo y

3. convicción.

Viniendo de quien viene, no podemos pasarlo por alto.

Quizá no es lo nuestro convertirnos en otro pilar de la Iglesia Universal como san Pablo, pero sí podemos convertirnos en el san Pablo de Vallecas, de Mirasierra, de Baracaldo, de Chamberí, de mi calle, de mi casa, de mi grupo de amigos, de mi complejo urbanístico…

Sigamos su consejo: Palabra, Espíritu Santo y convicción. Me gustaría subrayar el tercer elemento: convicción. No es que sea el más importante de los tres, pero te sugiero que pienses si hablas de él y actúas con convicción. ¡Hablar y actuar con convicción! Los demás necesitan encontrar en nosotros convicción.

¿A quién has oído hablar con convicción? Convicción no es intransigencia, gritar, amenazar o sentirse superior. Es otra cosa. La convicción es la fuerza que da a las palabras la propia vida, la energía que acompaña a quien dice lo que se cree y de algún modo experimenta, la pasión del que sabe que no da igual una cosa que otra, del que habla porque le quiere al otro y quiere a Dios…

Vale la pena que vivamos como apóstoles. Teresa de Calcuta lo ejemplifica así: «Cada uno de nosotros somos un instrumento pobre. Si observas la composición de un electrodoméstico, encontrarás un ensamblaje de hilos grandes y pequeños, nuevos y gastados, caros y baratos. Si la corriente eléctrica no pasa a través de todo ello, no habrá luz. Estos hilos somos tú y yo. Dios es la corriente. Tenemos poder para dejar pasar la corriente a través de nosotros, dejarnos utilizar por Dios, dejar que se produzca luz en el mundo… o bien rehusar ser instrumentos y dejar que las tinieblas se extiendan.» Vamos a dejarnos utilizar por Dios, pero para que nos utilice mejor… hagamos las cosas con convicción.

Señor, te pido por intercesión de san Pablo que hable a los demás de ti, que confíe en el trabajo que el Espíritu Santo puede hacer y hace en el alma de mis amigos y familiares, y que actúe con convicción, sin miedo a parecer convencido, contento, firme, contundente, confiado… Quiero que pase la corriente a través de mí.

Pregúntale si te ve con convicción, si transmites y contagias a los demás. Si no es así, convéncele de que te de esa convicción.

01-10

San Gregorio de Nisa, Obispo. Siglo IV.

Hermano de san Basilio el Grande, admirable por su vida y doctrina, que, por haber confesado la recta fe, fue expulsado de su sede por el emperador arriano Valente.

El pasillo de la novia

Presté a un amigo un libro con textos y hechos de la vida del santo cura de Ars. Al cabo de unos días me comentaba algo importante. «Hoy, después de comulgar —me decía—, le he dicho a Jesucristo: “Gracias, Señor, porque siempre ha habido alguien en la tierra que te ha amado como tu Madre, como la Magdalena, como el cura de Ars…; siempre ha habido alguien que te ha acompañado en la tierra. ¡Cómo me alegra! Te doy gracias por esto.”»

Definía el comentario como importante. Sí. No se trata de un comentario piadoso sin más, sino de alguien que vive unos minutos de conversación de amor con Jesucristo cada vez que comulga, que se alegra por él, que se une.

Comulgar no es comer algo, un trozo de pan, sino recibir a Alguien. Comulgar es el encuentro de dos personas, quien comulga y Jesús: dos personas que se aceptan mutuamente, que desean compartir y comparten, que quieren ser iguales, vibrar con lo mismo, sentir del mismo modo…

Entonces se entiende muy bien lo que un día, el 19 de septiembre de 1937, decía Jesús a santa Faustina. Lo que dice no se refiere a todos los cristianos, sino a las almas consagradas, esto es, a los religiosos, monjas y otros que han hecho votos de dedicarse exclusivamente a Dios. Pero nos viene bien saberlo: «Hija mía, escribe, que me duele mucho cuando las almas consagradas se acercan al sacramento del Amor solamente por costumbre como si no distinguieran este alimento. No encuentro en sus corazones ni fe ni amor. A tales almas voy con gran renuncia, sería mejor que no me recibieran»(Diario, 1288).

El momento más apasionante del día debe ser la comunión. Sí: vivirlo con pasión. Como cuentan de san Felipe Neri, que tenía tantas ansias, tanta pasión al comer el Cuerpo y beber la Sangre de Cristo en la misa que los que recogían la iglesia después de que él hubiera celebrado veían que el cáliz estaba mordido, que el santo lo arañaba con los dientes.

Me gusta poner esta imagen. Cuando nos acercamos por el pasillo hasta el pie del altar para recibir del sacerdote la sagrada Hostia, te propongo que recorras esos metros como los recorre la novia el día de su boda, donde al pie del altar le espera el novio con la ilusión de recibirla. Sí, da esos pasos sobre esa alfombra roja, mirado y acompañado por tantos ángeles porque allí te está esperando el Esposo, Jesús de Nazaret, que te espera y te abraza, ese Esposo al que tú te entregas en el momento en el que abres la boca y le recibes después de decir el tierno sí del «Amén». ¡Vive la comunión con pasión!

Señor, cómo me alegra que siempre has tenido y tienes en la tierra personas que te quieren como cuando estaba tu madre. Quisiera recibirte cada día con la pureza, humildad y devoción con que te recibió ella, con el espíritu y fervor con que te han recibido los santos. No permitas que comulgue con rutina, dame pasión por ese encuentro que tenemos los dos cada vez que comulgo. Quiero comulgar con pasión, con hambre, con asombro, con ternura, con cariño… Así sea.

Puedes seguir hablándole con tus palabras, y puedes pedir a María y a José que te recuerden lo de recorrer el pasillo hacia el comulgatorio como la novia el día de su boda. Termina, luego, con la oración final.

01-09

San Eulogio de Córdoba, Presbítero y Mártir. 800-859.

Por ocultar a una conversa hija de musulmanes, santa Lucrecia, fue juzgado ante el emir y condenado a decapitación, pese a que se le tenía gran admiración en la Córdoba musulmana.

En mi escaparate está todo lo que quieres

Las empresas dedican una buena parte de sus gastos a la publicidad. Se trata de que el producto que quieren vender resulte atractivo, que apetezca.

Tuve ocasión de ver cómo hacían un anuncio de una empresa de comestibles. Ofrecían unos pollos que sólo verlos cocinados se te hacía la boca agua. Sin embargo, al ver cómo lo realizaban en el plató, se te secaba de inmediato.

El pollo en cuestión estaba crudo; dentro le metían una buena bola de tela para que quedase hinchado; con una brocha gorda lo untaban de betadine —un líquido rojo que se usa para desinfectar heridas— que lo dejaba con un dorado brillante, como acaramelado; luego lo ponían en una reluciente fuente de cerámica y, por último, le echaban unas gotas de ácido que en contacto con el pollo producía unas siluetas de humo que daban una formidable impresión de recién sacado del horno. Realmente, parecía que el pollo gritaba «¡Cómeme!». Todo era un montaje, pero la estrategia puede servirnos. Si el marketing consistiese en repetir: «¡Come los pollos de esta marca!», seguramente no tendrían mucho resultado. Sin embargo, el marketing venía a decir: «Mira estos pollos, y serás tú quien querrá buscarlos en el mercado, comprarlos y comértelos».

La mejor manera de ayudar a los demás —a un amigo, un hermano, un hijo, a los propios padres— no es la de decirles mil veces lo que —a tu juicio— tienen que hacer. ¡Qué va! La mejor manera es ayudarles a querer lo que tú crees que es bueno que hagan. ¿Y cómo hacerlo? Tenemos que conseguir que brille en nosotros aquello que queremos que los demás elijan.

Es la táctica del buen frutero que da brillo a la manzana que quiere que compre el cliente que pase por allí. Pone lo mejor en el escaparate, a la vista de todos, para tentarles; todo limpio, apetitoso y reluciente.

Si quiero que un amigo trabaje más o sea sincero, que haga oración o sea positivo, que deje tal hábito o que se baje de la parra, que deje de criticar o que sea más autocrítico… lo mejor es que yo mismo me esfuerce por vivir mucho mejor eso mismo, de tal manera que brille en mí, que resulte atractivo, que sea capaz de contagiárselo. A lo mejor tengo que decírselo alguna vez, pero sobre todo… contagiárselo.

Dicen que el mejor predicador es fray Ejemplo. El mejor amigo es el que despierta el deseo de ser mejor a su amigo porque él mismo va por delante y le tira para arriba, el que le hace descubrir la fealdad de lo malo al tiempo que le hace sentir una sana envidia por la belleza de lo bueno.

Señor Jesús, que despertaste la admiración en tantos que convivieron contigo, que al verte exclamaban «Todo lo hace bien»; te pido que, aunque tenga mil imperfecciones, me esfuerce en vivir mejor aquello que quiero que mejoren los que tengo a mi lado. De esa manera, si ven el atractivo de tu vida en mí, te seguirán a ti. Gracias, Señor, y ojalá puedas servirte de mí para ayudar a todos.

Comenta con él lo leído, y manifiéstale deseos. Sí: pierde tiempo manifestándole deseos. Dice la escritura de David que era «varón de deseos», y que «los deseos del justo se cumplen». Sé tú también hombre o mujer de deseos grandes, y díselos. Escúchale también, a ver si te quiere sugerir cómo podrías contagiar y a quién.

01-08

San Severino, Presbítero y Monje. Siglo V.

Vivió en Nórico (entre Baviera y Hungría). En la época de las invasiones bárbaras, defendió a los pueblos amenazados y envangelizó a las tribus germanas, convirtiendo a muchos.

El futuro, ¿en vertical o en horizontal?

Recuerdo un amigo que temía el mes de diciembre. Lo veía acercarse con verdadero pavor. El día 1 ya se agobiaba con las navidades, y pasaba todo el mes con la presión de escribir las felicitaciones, comprar los regalos, preparar la cena de Navidad… Su obsesión era adelantar todo, quitárselo de encima cuanto antes… Odiaba el mes de diciembre y, con el afán de quitarse cosas pendientes, no las disfrutaba. ¡Qué pena! Unas entrañables tradiciones para vivir y disfrutar con familiares y amigos las había convertido en una especie de tortura.

Muchos podemos cometer el error de ponernos el futuro como un gran rascacielos sobre la cabeza y vivir oprimidos por lo que nos espera. Es un error, sí: lo que nos espera, que espere.

Si pasará esto o lo otro, que tengo que terminar tal asunto, que no sé si podré, ¿seré capaz?… Y si no lo soy, ¿qué pasará?, no sé si aguantaré toda la vida así, ¿aprobaré?, muy bien si venzo ahora pero no voy a estar toda la vida venciendo en esto y total para ceder más tarde caigo ahora y ya está, qué hago si me quedo solo (y las personas mayores, con que si se les acaba el dinero)…

Lo normal y sano es vivir las cosas en su momento, cada una en su momento. Como quien tiene delante de sí una calle que se extiende longitudinalmente y la recorre paso a paso, nosotros hemos de vivir una cosa después de otra, cada una cuando llega. El futuro se extiende por delante de nosotros, horizontalmente.

El error radica en tomar todo eso que está por delante como quien toma esa calle que se extiende a sus pies y con una fuerza hercúlea la levanta en vertical y la pone sobre su cabeza. Claro, así cualquiera se aplasta, cualquiera vive agotado, agobiado por la vida…

Quien nos ha creado es nuestro Padre, y quiere que seamos felices. Quiere que disfrutemos. Es verdad que tenemos que tomar su cruz, pero siendo felices. Y no hay forma de ser feliz viviendo con el futuro en vertical sobre nuestra cabeza.

En cierta ocasión, una persona joven a quien le costaba sujetarse a un horario y pensar que eso tenía que ser para siempre se lo comentaba a su obispo. Éste le respondió:

«No te agobies pensando que esto, que ahora se te hace costoso, va a durar toda la vida, porque no sabemos el tiempo que tenemos por delante. El día de ayer ya pasó, y sólo queda el bien que hicimos, o el que dejamos de hacer. Mañana es una interrogación muy grande sobre nuestra cabeza, pues no sabemos si llegará para nosotros. Cuando hemos de volcarnos con el Señor es hoy, y para hoy tenemos toda la gracia del Cielo. Si mañana vivimos, Dios Nuestro Señor nos volverá a otorgar toda su gracia. Y así cada día transcurre; es preciso recomenzar cada jornada.

»Probablemente —añadió este anciano prelado al chaval agobiado—, si nos volvemos a ver dentro de veinte o treinta años en algún rincón del mundo, me dirás: hoy he comenzado. Porque esto es lo nuestro.»

Viviré al día, Señor. Ayúdame a darte el día de hoy, que es lo único que tengo, y a abandonar el futuro en tus manos. Que sepa disfrutar de cada cosa en su momento. Que cuando algo no lo disfrute, algún asunto del futuro me agobie y me quite la paz… que reaccione enseguida: iré a ti, te pediré que me enseñes a vivir eso, me recordarás que tú me darás mi pan cada día, me susurrarás al oído que me pasa por estar pensando demasiado en mí y por vivirlo en solitario… Gracias, Señor: ¡viviré contigo y al día!

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras. Pídele que te ayude a vivir en el presente. Comenta con él si tú, de hecho, vives agobiado y algo tenso.

01-07

San Raimundo de Peñafort, Presbítero dominico. 1175-1275

Maestro de filosofía en Barcelona y de derecho canónico en Bolonía. Fue elegido maestro general de su orden. Destacan sus escritos sobre el sacramento de la Confesión. Murió en Barcelona.

El don de los lunes por la mañana

Maestro de filosofía en Barcelona y de derecho canónico en Bolonía. Fue elegido maestro general de su orden. Destacan sus escritos sobre el sacramento de la Confesión. Murió en Barcelona.

Un encargo que tenemos todos los cristianos es el de inyectar a diario alegría en el mundo. Sí: encargados de alegrar el autobús, la cola de espera, el sitio donde trabajo o estudio, el grupo de amigos, alegrar mi casa… Con la venida de Jesús a este mundo se escuchó el grito del cielo: «¡Alegraos!» Y cada día lo tenemos que gritar nosotros a los nuestros.

A la vuelta del verano me lo contaba un universitario que había estado haciendo prácticas en una empresa durante los meses de julio y agosto. Cuando llevaba tres semanas trabajando, una tarde fue convocado por su jefe al despacho. En estas situaciones uno se espera lo peor: pensó que habría hecho algo mal y suponía que en breve le llegaría una buena bronca —aun no sabía por qué—: tan agobiado estaba que su única aspiración era lograr que no le despidiesen. Nada más llegar por la tarde, se dirigió ansioso y acobardado al despacho del jefe. «Los lunes por la mañana todos venimos a trabajar a la oficina con mala cara, algo desmotivados, proclives al enfado…; todos menos tú, que entras sonriente y tan amable como cualquier otro día… No me contestes si no quieres: ¿cuál es tu secreto?». El universitario, sorprendido ante la pregunta y la situación, le dijo que los lunes, antes de entrar en el trabajo, iba a misa.

El lunes siguiente el jefe le volvió a llamar para decirle que se había confesado y que ese domingo había ido a misa después de muchos años.

El apostolado de los cristianos no necesita de grandes gestas… Este chaval no se había parado a pensar en los efectos que podía tener entrar con una sonrisa los lunes por la mañana en la oficina… pero, a veces, más vale una sonrisa que mil palabras.

San Pablo en casi todas sus cartas pide a los cristianos de los distintos sitios que estén alegres. A los corintios, a los de Tesalónica, a los filipenses… repite la misma petición: «Por lo demás, hermanos, alegraos… Alegraos en el Señor… Estad siempre alegres…». Es algo de familia: los cristianos somos de buen humor.

Señor Jesús, que me dé cuenta de la necesidad que tienen los demás de mi alegría. Que sonría, que bromee, que no pida a los demás que me tomen en serio, que me ría de tantas cosas que son para reírse, que tenga buen humor y que lo contagie… también cuando no me apetezca, cuando esté cansado, dolorido o seco… sonreír. Santa María, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús con tus propias palabras, comentándole la ilusión que te hace que tu vida pueda servir a otros para descubrir lo bueno que es Dios, lo bella que es la vida cristiana. Después termina con la oración final. 

01-06

Epifanía del Señor.

Siguiendo la estrella que los guía, llegan los tres Reyes Magos a Belén a adorar al Niño Jesús y le traen presentes. A través de estos hombres, Dios se manifiesta a todo el mundo, no solo al pueblo judío.

El mundo, la gran sala de « la fiesta de los regalos »

Celebramos hoy el día en que los Reyes Magos fueron a adorar a Jesús al poco de nacer. Pero estos reyes no eran magos en el sentido que hoy tiene esta palabra. No eran prestidigitadores, sino más bien personas pertenecientes a la tribu sacerdotal que se dedicaban a escrutar y estudiar los astros. Pertenecían a la casta de sabios que tenía mucha influencia en los emperadores sirios, caldeos y persas. Nosotros los conocemos como Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes representarían a las razas conocidas hasta entonces por los judíos: la blanca, la árabe y la negra.

Los tres Reyes hicieron regalos. Ellos son los que empezaron con esta gran fiesta de los regalos que hoy vivimos en todo el mundo. ¡Qué barbaridad! Llevamos días comprando de todo y para todos. Sí: ¡la fiesta de los regalos!

Pero la verdad es que los tres Reyes no son los que empezaron. Ellos fueron los segundos. El primero que regala es Dios Padre: nos regala a su Hijo. Ahora está claro lo que pasa hoy: Dios entra en el mundo regalándonos el mejor don que podríamos recibir nunca, lo que jamás hubiéramos imaginado, lo que no nos habríamos ni siquiera atrevido a pedir: que Dios venga al mundo como hombre. Hasta ahora Dios era Dios y los hombres éramos hombres, cada uno en su sitio, sitio diferenciado y ajeno al del otro. Con este regalo la cosa cambia: Dios ahora es hombre, las parcelas han sido rotas, la divinidad ha entrado en la realidad hombre, y —¡esto es grandioso!— el hombre ha entrado en la parcela de Dios, la humanidad se ha introducido en la realidad divina. Le es posible a Dios ser hombre, y al mismo tiempo se nos ha regalado que al hombre le sea posible ser Dios, o mejor, vivir la vida de Dios. ¡Menudo regalo!

Y nos lo da sin merecerlo nosotros, gratuitamente. Entonces los hombres —los pastores que están por allí y los Reyes— se lo quieren agradecer haciéndole dones, ofreciéndole cosas. Pastores y Reyes… y nosotros.

La familias cristianas hemos aprendido de Dios que es bueno regalar, que todo lo que somos y tenemos nos ha sido dado, que el mayor tesoro —Jesús— también nos ha sido dado… y que si queremos ser buenos hijos del Padre debemos vivir con su estilo: regalando. Dar gratuitamente, dar porque nos da la gana, dar para que el otro disfrute, dar porque es bueno para él, dar aunque me duela, aunque tenga que rascarme el bolsillo, el horario, el carácter y el corazón…

Muchas veces, el afán consumista y el exagerado hincapié que hacemos en los regalos en estos días hacen que prestemos una atención desmedida a los aspectos externos de estas fiestas. Sin ánimo de ser aguafiestas, déjame que te anime con palabras de Juan Pablo II a vivir estas fiestas con su sentido: «Si de verdad la Navidad se ha convertido, con razón, en la fiesta de los regalos, es porque celebra el don por excelencia que Dios ha hecho a la humanidad en la persona de Jesús. Pero es preciso que esta tradición sea vivida en sintonía con el significado del acontecimiento, con estilo sencillo y sobrio».

Dios mío, nunca me cansaré de darte las gracias por habernos dado a Jesús. Quiero vivir también yo regalando. Ayúdame hoy a dar las gracias a quienes me regalan. Que no mire tanto lo que me dan como la ilusión con la que me dan. Que no mida y compare mis regalos con los de los demás. Que esté pendiente de que hoy todos lo pasen bien. Te pido por aquellos a los que hoy nadie da nada, los que viven solos, sin familia… Te pido que todos los cristianos vivamos esta fiesta con el sentido que tiene, con estilo sencillo y sobrio. Gracias otra vez.

Puedes comentarle lo leído, y contarle el día. Di algo a María y a José. Agradécele al Padre todo lo que puedas: el cariño de todas las personas que hoy te han regalado algo… y el gran regalo de Dios. Luego puedes terminar con la oración final.

01-05

San Simeón, Anacoreta. Siglo V.

Nace en Sisán (entre las actuales Siria y Turquía). Pastor de pequeño, tras oír las Bienaventuranzas, cambia su vida hacia la oración y la penitencia. Acaba su vida viviendo sobre una columna.

Goteras bajo el agua

Un verano que pasé en Cabo de Palos, un me invitó a visitar en Cartagena la base de submarinos, en la que trabajaba. Aquellas máquinas son realmente fascinantes, y sus tripulaciones me parecían admirables por ser capaces de vivir en ellos largas temporadas bajo el agua. Había allí algunas naves destinadas a la reparación. Me decían que cada dos años los sacaban del mar y en uno de esos hangares los desmontaban para repasar cada una de las juntas entre pieza y pieza. La presión del agua a la que están sometidos hace que el deterioro en el ensamblaje de dos piezas signifique una seria amenaza: el agua empezaría a entrar por la más mínima fisura hasta hundir la embarcación. Es curioso: por una parte, el submarino está hecho para el agua, solo funciona gracias al agua, el agua es su mejor amiga, fuera de ella es un trasto inútil. Y al mismo tiempo el agua puede convertirse en su peor enemigo.

Ahora que empezamos el año podemos plantearnos lo siguiente. Las personas pensamos, y eso es lo que nos distancia del resto de las criaturas. El pensamiento es algo grande, amigo nuestro. Al mismo tiempo, como el agua, puede ser nuestro enemigo: que si me han dicho tal y cual, que si me han dicho que ese otro dijo que yo…, que si me han mirado bien/mal, que si me han sonreído forzosamente, que si caigo bien por esto, si no me valoran, si tenía que haber dicho esto y qué pena porque no se me ha ocurrido antes y hubiese quedado como alguien inteligente y no como un soso… por qué me ocurre esto, por qué sucede lo otro, si es injusto y no lo merezco…

Todos esos pensamientos inútiles no son indiferentes. Con esas gotas de agua entra en nuestra alma no poco resentimiento, desconfianza, envidia o susceptibilidad, autocompasión…  y la imaginación lo agranda más todavía, de manera que bien pueden hundir nuestra alma.

En estos primeros días del año vale la pena que nos propongamos, para que este año nuevo sea año bueno, revisar todos los días las juntas, no perder el tiempo con pensamientos tontos y malignos. No tengas miedo al enemigo equipado con cañones, no temas este año momentos en los que se te presenten grandes peligros o tentaciones. Valora el enemigo de la gota de agua que entra donde no debe entrar, del breve pensamiento que piensa tonterías. Y da muerte a esos enemigos que quieren entrar en tu interior. ¿Sabes cómo se llama a esta pelea? Mortificación interior.

Líbrame, Señor, de una imaginación desbocada, de los pensamientos inútiles y estúpidos sobre mí mismo. Líbrame del deseo de ser admirado, valorado, sonreído, aprobado… Que dedique todos mis pensamientos a pensar en los demás y en ti, en cómo servirles mejor y hacerles la vida más agradable. Madre amable, ruega por nosotros.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús lo leído, y comentarle que quieres vivir la mortificación interior. Háblale de las gotas de agua que con más frecuencia se te meten en tu alma, de los pensamientos tontos en los que pierdes el tiempo con más frecuencia. Y acuérdate de escucharle, que es lo mejor.