San Raimundo de Peñafort, Presbítero dominico. 1175-1275
Maestro de filosofía en Barcelona y de derecho canónico en Bolonía. Fue elegido maestro general de su orden. Destacan sus escritos sobre el sacramento de la Confesión. Murió en Barcelona.
El don de los lunes por la mañana
Maestro de filosofía en Barcelona y de derecho canónico en Bolonía. Fue elegido maestro general de su orden. Destacan sus escritos sobre el sacramento de la Confesión. Murió en Barcelona.
Un encargo que tenemos todos los cristianos es el de inyectar a diario alegría en el mundo. Sí: encargados de alegrar el autobús, la cola de espera, el sitio donde trabajo o estudio, el grupo de amigos, alegrar mi casa… Con la venida de Jesús a este mundo se escuchó el grito del cielo: «¡Alegraos!» Y cada día lo tenemos que gritar nosotros a los nuestros.
A la vuelta del verano me lo contaba un universitario que había estado haciendo prácticas en una empresa durante los meses de julio y agosto. Cuando llevaba tres semanas trabajando, una tarde fue convocado por su jefe al despacho. En estas situaciones uno se espera lo peor: pensó que habría hecho algo mal y suponía que en breve le llegaría una buena bronca —aun no sabía por qué—: tan agobiado estaba que su única aspiración era lograr que no le despidiesen. Nada más llegar por la tarde, se dirigió ansioso y acobardado al despacho del jefe. «Los lunes por la mañana todos venimos a trabajar a la oficina con mala cara, algo desmotivados, proclives al enfado…; todos menos tú, que entras sonriente y tan amable como cualquier otro día… No me contestes si no quieres: ¿cuál es tu secreto?». El universitario, sorprendido ante la pregunta y la situación, le dijo que los lunes, antes de entrar en el trabajo, iba a misa.
El lunes siguiente el jefe le volvió a llamar para decirle que se había confesado y que ese domingo había ido a misa después de muchos años.
El apostolado de los cristianos no necesita de grandes gestas… Este chaval no se había parado a pensar en los efectos que podía tener entrar con una sonrisa los lunes por la mañana en la oficina… pero, a veces, más vale una sonrisa que mil palabras.
San Pablo en casi todas sus cartas pide a los cristianos de los distintos sitios que estén alegres. A los corintios, a los de Tesalónica, a los filipenses… repite la misma petición: «Por lo demás, hermanos, alegraos… Alegraos en el Señor… Estad siempre alegres…». Es algo de familia: los cristianos somos de buen humor.
Señor Jesús, que me dé cuenta de la necesidad que tienen los demás de mi alegría. Que sonría, que bromee, que no pida a los demás que me tomen en serio, que me ría de tantas cosas que son para reírse, que tenga buen humor y que lo contagie… también cuando no me apetezca, cuando esté cansado, dolorido o seco… sonreír. Santa María, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.
Ahora puedes seguir hablando a Jesús con tus propias palabras, comentándole la ilusión que te hace que tu vida pueda servir a otros para descubrir lo bueno que es Dios, lo bella que es la vida cristiana. Después termina con la oración final.
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