02-23

San Policarpo de Esmirna, Obispo y Mártir. Siglo II.

Conoció de cerca al apóstol Juan. Se nos presenta, por tanto, como testigo de la vida apostólica. Se mantuvo escondido por su desconfianza en sí mismo. Cuando fue descubierto, se le exhortó a renegar de su fe, negándose a ello, por lo que fue quemado vivo.

Colectas necesarias

Clave tiene que ver con llave. La clave de un ordenador es la llave que me permite acceder: la clave abre la puerta del ordenador. El cristianismo también tiene una clave que tiene cuatro caracteres: a-m-o-r. No es una horterada, es otra forma de decir que si no amo a los demás me falta la llave y, como consecuencia, Cristo y lo que él dice no me resultarán accesibles… Eso sí, conoceré el cristianismo como quien conoce un hotel porque lo ha visto desde la calle o un museo desde la acera: desde fuera. Pero para conocer a Cristo desde dentro es imprescindible amar al prójimo.

Un juego de cartas poco conocido tiene una regla muy original: si dices la palabra dos pierdes, lleves las cartas que lleves. El cristianismo tiene una regla parecida: si hacemos muchas cosas pero no las hacemos por amor a los demás y a Dios, hemos perdido.

Un día se le acercó a Jesús un experto en temas religiosos —un doctor de la ley judía— y le preguntó cuál era el primer mandamiento de la ley. Jesús contestó sin dudarlo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente» (Mateo 22, 37).

Resulta desconcertante: ¿cómo es posible que un doctor de la ley no sepa cuál es el primer mandamiento dado por Dios en el Sinaí a Moisés? Muy sencillo: los judíos se habían «liado» un poco con miles de preceptos y un montón de opiniones según las diferentes escuelas que interpretaban y enseñaban la ley de Dios. Unos decían que lo más importante era guardar el sábado, otros que la circuncisión, otros que las ofrendas en el templo… Por eso, este doctor de la ley —que debía de ser buena persona— ante la respuesta del Señor se queda lleno de alegría y le felicita a Jesucristo por lo claro de su respuesta.

Decía Teresa de Calcuta: «La más grande enfermedad hoy en día no es la lepra ni la tuberculosis, sino el sentimiento de no ser reconocido. Hay más hambre en el mundo por amor y por ser apreciado, que por pan.»

¿No te parece que ésa puede ser la razón por la que en el mundo hoy cuesta entender tanto a los cristianos? A muchos falta la clave a-m-o-r. Será mejor que hagamos colectas de amor más que de alimentos. Por ejemplo: los deficientes mentales, los enfermos incurables, los inválidos, los ancianos… son personas que colectan amor, y hacen un gran bien al mundo recolectando amor. ¡Y a veces los aparcamos, los alejamos para que les cuiden otros por dinero, y no dejamos que nos hagan bien!

Dame la clave, Jesús: quiero amar a mi hermano al que veo para entrar en el mundo de mi Padre Dios a quien no veo. Que dé amor, que colecte amor, que ofrezca mi amor a los que lo necesitan… Que los cristianos —la Iglesia— llenemos el mundo de amor.

Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha.

02-22

Santa Margarita de Cortona, Terciaria Franciscana. Siglo XIII.

De familia de campesinos, huye con un terrateniente, con quien vive ocho años de lujos y tiene un hijo. Al morir su compañero, entra en contacto con los Padres Franciscanos. En sus últimos años de vida, atendió a toda clase de enfermos.

Tu tiempo es limitado

En el discurso que Steve Jobs, fundador de Apple, a los universitarios de Stanford, recordaba un hecho de su vida:

«Cuando tenía 17 años, leí una cita que decía algo parecido a “Si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto”. A mí me impresionó y desde entonces, durante los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: “Si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy?” Y cada vez que la respuesta ha sido “No” por varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo.

»Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a decidir las grandes elecciones de mi vida. Porque casi todo —todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso—, todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solamente aquello que es realmente importante. Recordar que van a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienen algo que perder. Ya están desnudos. No hay ninguna razón para no seguir a su corazón. Casi un año atrás me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un escáner a las 7:30 de la mañana y claramente mostraba un tumor en el páncreas. Yo ni sabía lo que era el páncreas. Los doctores me dijeron que era muy probable que fuera un tipo de cáncer incurable y que mis expectativas de vida no superarían los tres a seis meses. Mi doctor me aconsejó que me fuera a casa y arreglara mis asuntos, que es el código médico para prepararte para la muerte.

»Significa intentar decirle a tus hijos todo lo que pensabas decirles en los próximos 10 años, decirlo en unos pocos meses. Significa asegurarte de que todo esté finiquitado de modo que sea lo más sencillo posible para tu familia. Significa despedirte. Viví con ese diagnóstico todo el día. Luego, al atardecer, me hicieron una biopsia en que introdujeron un endoscopio por mi garganta, a través del estómago y mis intestinos, pincharon con una aguja mi páncreas y extrajeron unas pocas células del tumor. Estaba sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me contó que cuando examinaron las células en el microscopio, los doctores empezaron a llorar porque descubrieron que era una forma muy rara de cáncer pancreático, curable con cirugía. Me operaron y ahora estoy bien.

»Fue lo más cercano que he estado a la muerte y espero que sea lo más cercano por unas cuantas décadas más. Al haber vivido esa experiencia, puedo contarla con un poco más de certeza que cuando la muerte era un útil pero puramente intelectual concepto: Nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para llegar allá. La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la Muerte es muy probable que sea la mejor invención de la Vida. Es el agente de cambio de la Vida. Elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Ahora mismo, ustedes son lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, gradualmente ustedes serán viejos y serán eliminados. Lamento ser tan trágico, pero es muy cierto.

»Su tiempo tiene límite, así que no lo pierdan viviendo la vida de otra persona. No se dejen atrapar por dogmas —es decir, vivir con los resultados del pensamiento de otras personas—. No permitan que el ruido de las opiniones ajenas silencien su propia voz interior. Y más importante todavía, tengan el valor de seguir su corazón e intuición, que de alguna manera ya saben lo que realmente quieren llegar a ser. Todo lo demás es secundario.»

Después hablaba de un libro que «en la tapa trasera de la última edición, había una fotografía de una carretera en el campo temprano en la mañana, similar a una en que estarían haciendo dedo si fueran así de aventureros. Debajo de la foto decía: “Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados.” Fue su mensaje de despedida al finalizar. «Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados. Siempre he deseado eso para mí. Y ahora, cuando se gradúan para empezar de nuevo, es lo que deseo para ustedes. Permanezcan hambrientos. Permanezcan descabellados. Muchas gracias.»

El éxito del hijo de Dios es lo que buscamos. Necesitamos hambre de conocer, vivir una vida en la que cada día hagamos lo que más interesa, aprovechar el tiempo, prepararnos para influir llenando el mundo de espíritu cristiano, hacer felices a los de al lado, luchar contra lo injusto, estudiar y trabajar… Un hijo de Dios no puede ser mediocre: no es un rasgo de la familia de Dios. Entonces la vida es maravillosa.

Padre, quiero vivir como hijo tuyo. Que cuando me mire en el espejo me pregunte «si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy?…» El tiempo es limitado y tú cuentas conmigo para muchas cosas.

Comenta con tus palabras a tu Padre Dios lo que has leído.

02-21

San Pedro Damián, Obispo, Cardenal y Doctor de la Iglesia. Siglo XI.

De Ravena, dirigió una abadía de ermitaños y fundó otras cinco comunidades, antes de ser nombrado Cardenal y Obispo de Ostia. A pesar de su severidad y disciplina, sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia.

Algunos muros gritan

Hace unos años, el dominico Fr. Radcliffe predicaba al capítulo de los benedictinos, religiosos que siempre viven en monasterios. Al principio parece que se mete con ellos: «Lo que resulta más obvio de la vida monástica es precisamente que ustedes no desempeñan ninguna función concreta. Trabajan la tierra, pero no son agricultores. Enseñan, pero no son profesores. Quizá incluso tienen a su cargo hospitales o misiones, pero su papel no es ser ante todo médicos o misioneros. Ustedes son únicamente monjes que siguen la Regla de san Benito. No tienen como misión hacer nada en particular. Habitualmente, los monjes son personas que están muy ocupadas. Raramente se encuentran ociosos, pero la actividad no es el propósito de su vida. El Cardenal Hume escribió una vez sobre los monjes: “Cuando nos miramos a nosotros mismos, no vemos que tengamos una misión o función particular en la Iglesia. No nos ponemos en camino para cambiar el curso de la historia. En ella, desde el punto de vista humano, sólo estamos casi por accidente. Y afortunadamente, seguimos adelante, sencillamente estamos ahí.”».”

Parece que estaba diciéndoles a los benedictinos en su cara que son inútiles, que no sirven para nada, que hacen cosas pero que son chapuceros o poco serios y, en el mejor de los casos, prescindibles. Pero nada de eso. Explicaba entonces que lo interesante de los monjes es precisamente eso, que no tienen un objetivo explícito, que no se mueven para conseguir cosas concretas, que no viven con retos y planificaciones. Y eso es lo interesante porque eso es «lo que revela a Dios como la razón de ser, escondida y secreta, de sus vidas. Dios se manifiesta como el centro invisible de nuestras vidas cuando no intentamos buscar la razón de nuestra existencia en otra cosa. La característica fundamental de la vida cristiana es solamente estar con Dios. Jesús dice a sus discípulos: “Permaneced en mi amor” (Juan 15, 10). Los monjes están llamados a permanecer en su amor».

Así es. Los monjes gritan al mundo que Dios puede ser la única razón de la vida, que no hace falta nada más que Dios para vivir y ser feliz. ¡Basta con amar a Dios para ser feliz! O, en palabras de santa Teresa, «sólo Dios basta».

No sólo los monjes, sino todos los cristianos, vivimos esta verdad: sólo Dios basta, la razón de la vida es permanecer en su amor, no salirnos del abrazo de nuestro Padre. Trabajamos, lo pasamos bien con mil fiestas y salidas, disfrutamos con la música, el deporte, la ropa… y tantas cosas formidables de este mundo. Y en todo eso vemos a Dios como quien al leer un sms ve a quien se lo envía. Permanecemos en el amor de Dios dejándonos abrazar por su creación. Ahora bien: si no le tratamos, dejamos de verle a él en lo que hacemos, es más, lo que hacemos nos distrae de él, nos llena el corazón y nos aleja de Dios.

Cada vez que veamos un convento, un monasterio, que oigamos el grito sin palabras que sale de esos muros: «Permaneced en mi amor», para ser feliz no necesitas nada más que Dios, sólo Dios basta, tu convento es el mundo…

Gracias, Dios mío, por todos esos hermanos míos que desde sus conventos y monasterios nos hablan de ti y del sentido de la vida. Que yo, estando dentro del mundo viva unido a ti, viéndote detrás de todo, que con mi vida recuerde a todos lo que los monjes recuerdan con la suya. Tú has querido que como los monjes viva sólo de tu amor, pero mi monasterio es la calle, el mundo, la universidad y el mercado, la fábrica y el despacho, el campo de deporte y la pista de entrenamiento, el local del bar y mi dormitorio… En todo te veo a ti y estoy contigo, en todo recibo tu amor y te doy el mío.

Es el momento de hablarle con tus palabras. Pídele con deseo de que te lo conceda permanecer en su amor todos los días en todo lo que hagas.

02-20

San Eleuterio de Tournai, Obispo. Siglos V-VI.

Coetáneo de San Medardo. Tuvo el papel de evangelizar a los francos, pueblo del pagano rey Clodoveo, que conquistó la Galia por aquellos tiempos.

Templadito me gusta más

«Conozco tus obras y que no eres no frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así pues, porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Porque dices: “Soy rico, me he enriquecido y de nada carezco”, y no sabes que eres un desgraciado y un miserable, pobre, ciego y desnudo» (Apocalipsis 3, 15-17).

Un cristiano tibio es el que no comete grandes maldades, pero tampoco hace nada bueno. Vivir apartado totalmente de Dios sería como «estar frío». Ser un cristiano comprometido con Dios y con los demás, que se esfuerza en ser generoso y trabajador, que trata a Jesús y que hace cosas por los demás… está «caliente».

Tibio es quien se conforma con una vida mediocre: procura no cometer grandes pecados, aunque de hecho acaba pecando. Se confiesa sin mucho dolor y va tirando.

Un tibio peligroso es el prototipo que podríamos calificar como niño bueno o niña buena. Pueden tener edad, pero se creen buenos porque no han roto un plato, porque no son como otros que hacen barbaridades o niegan a Dios. Se creen buenos porque no hacen maldades. Lo peligroso de esta situación es que quien la padece no se da cuenta: «Pero si no hago nada malo, no mato, no robo, no cometo grandes pecados…, hay gente que se porta peor que yo…» Sí, es verdad, pero el objetivo de nuestra vida no es únicamente evitar terminar en la cárcel, no hemos sido creados para ser niños buenos.

«Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o “cuquería” el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos.» Sí. El tibio es cuco. El cuco es un ave que tiene la habilidad de llevar los huevos que pone a los nidos de otras aves para que los calienten ellas, mientras ella disfruta de los garbeos que se le antojan. El tibio es cuco y consigue que sus deberes los hagan otros, se aprovecha de los demás en lo que puede.

Somos hijos de Dios. Se trata de vivir con el estilo de nuestro Padre. Podemos aspirar a mucho más. Basta con que escuchemos lo que nos dice el Señor, que hagamos examen de nuestros pecados veniales continuos, de faltas de cariño… A veces nos da igual comportarnos así, y olvidamos que hacen daño… «Porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.»

Padre nuestro que estás en los cielos, no quiero la tibieza, no quiero ser un niño bueno. Quiero vivir como hijo tuyo. ¿Soy cuco? ¿Me ves tibio? Voy a repasar los rasgos que he leído que caracterizan al tibio. Dame un amor de hijo que me haga reaccionar.

Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: respóndele a las preguntas que han salido, pregúntale si te ve tibio…

 

02-19

Beato Álvaro de Córdoba, Predicador Dominico. Siglos XIV-XV.

De la noble familia Cardona, entró en el convento dominico de San Pedro. Tras peregrinar a Tierra Santa, fundó el convento de Santo Domingo Escalaceli, donde había varios oratorios que reproducían la vía dolorosa, imitada por otros conventos.

Lo que hice yo, ningún animal lo hubiera hecho

Esta historia la relata el escritor y también aviador Saint-Exupéry. Un piloto sobrevuela los Andes. Su avión se estrella y se encuentra solo en medio de la cordillera, a kilómetros de cualquier punto civilizado. La temperatura es de muchos grados bajo cero. No tiene ropa adecuada y para salir de allí se ve obligado a escalar varios picos altísimos y además… ¡solo! Sin alimentos, sin agua… Imagínatelo… Empieza a andar. Tras dos días, llega un momento en que no puede dar un paso más. Lo único en lo que piensa es en dejarse caer y morir allí mismo. Hambre, sed, frío, cansancio, los dedos de los pies y de las manos ya no los siente. La cabeza le da vueltas, se encuentra desorientado, perdido… y casi muerto. «He hecho lo que he podido, ¿por qué insistir en este martirio? Me basta cerrar los ojos y conseguir la paz…», se decía.

En un momento pasan por su cabeza su mujer y sus hijos. Sabe que se encuentran en Francia esperándole… No, no les podía fallar. Ellos le querían… ¿Qué pasaría si ellos supiesen que estaba vivo y que se dejaba morir porque no podía más? «Si mi mujer cree que vivo, cree que camino; si mis amigos me creen vivo, creen que camino… Todos tienen puesta su confianza en mí… y soy un canalla si no camino.»

Cuando volvía a caer y sus piernas se negaban a avanzar, volvía a hacerse ese razonamiento: «Si creen que vivo, creen que camino… soy un canalla si no camino.» Y así salió de los Andes después de muchos días. Cuando, por fin, los equipos de rescate dieron con él, lo primero que dijo fue: «Lo que hice yo, ningún animal lo hubiera hecho.» Y es verdad, ningún animal quiere así a su mujer y a sus hijos.

Voluntad. Esfuerzo. Vencer. Superarse. Sufrir lo que toca. Cuando somos flojos o vagos… es que no pensamos en los demás. Que todos los días podamos decir «lo que he hecho yo, ningún animal lo hubiera hecho»; «lo que he hecho, lo he hecho porque otros esperaban que lo hiciese, porque no podía fallar a quienes me aman».

Padre mío, que no me deje engañar por la pereza y la vagancia, por la flojera y el cansancio. Los obstáculos están para superarlos. Sabes, Dios mío, que me desanimo, que a veces no tengo ganas… ni fuerzas. ¡Quiero pensar en los demás y luchar! ¡Quiero amar a los que tengo al lado con obras! ¡Quiero hacer las cosas que tu amor de Padre espera de este hijo tuyo que soy yo!

Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale de tu flojera…

02-18

San Eladio de Toledo, Arzobispo. Siglos VI-VII.

Predecesor de San Ildefonso en la sede arzobispal de Toledo. Estuvo 18 años al servicio de los cristianos, negoció la convivencia entre éstos y los judíos y construyó el templo Santa Leocadia.

Correr en el tour de la vida

Uno de los ciclistas más grandes de la historia ha sido Miguel Induráin. Este hombre de cuerpo demasiado grande para dedicarse al ciclismo, ha ganado cinco Tour de Francia. Pero quizá lo que no conocen todos es su historia previa a la primera victoria. Se presentó por primera vez al Tour en el año 85 y tuvo que abandonar la carrera en la cuarta etapa porque no podía más. En aquel año ¿quién apostaba por Miguel Induráin? Era un desconocido. Al año siguiente se vuelve a presentar y abandona en la decimosegunda etapa. En 1987 llega a la meta en el puesto 97. En el 88 llega en el puesto 47. En el 89 llega en el puesto 17 y gana una etapa. En 1990 llega en el puesto 10 y gana otra etapa. Y por fin en el año 91 es vencedor de la carrera. Le costó siete años… Sin comentarios. Lo nuestro no es el Tour, es algo más valioso: corremos para vivir como hijos de Dios, vivir el cielo aquí y luego como premio eterno.

Lo malo no es caer, lo malo es no levantarse. «Me he manchado de barro los zapatos, pues ahora me revuelco en el barro»… «Me ha caído un poco de comida en los pantalones, pues ahora me tiro el plato encima…» No está todo perdido. Recomienza, deja que tu Padre-Dios te perdone: «Hay más alegría en el cielo por un pecador que hace penitencia, que por 99 justos que no necesitan de penitencia» (San Lucas 15, 7). Es necesario combatir la tonta soberbia. Te creías irrompible y ya ves… no lo eres.

En la Biblia se cuenta el sueño que tuvo un rey. Vio una estatua colosal hecha de materiales duros y buenos: la cabeza de oro, el pecho de bronce, los brazos de acero, las piernas de hierro; y, finalmente los pies, parte de hierro y parte de barro. Sus pies de barro eran frágiles, podían romperse y la estatua entera se derrumbaría. En el sueño el rey vio cómo una pequeña piedra dio en los pies de la estatua. La estatua era muy resistente, pero como dio en su punto débil que eran los pies, se vino abajo y se rompió.

Esto mismo nos pasa a todos los hijos de Adán y Eva. Cualidades formidables y también malas inclinaciones. Es decir, los pies de barro. Cada uno también tenemosun punto débil.

«¡Es que… siempre me confieso de lo mismo!», se oye con frecuencia. ¡Pues claro! ¡y menos mal! Que pregunten a Induráin si cada vez le fallaba una cosa. Lo que nos cuesta habitualmente es lo mismo. El punto flaco es el punto flaco: es punto y es flaco. Se trata de luchar una y mil veces hasta que el punto flaco se hace punto menos flaco, luego punto normal… y al final punto fuerte.

Tengo un amigo que se dedica a estudiar procesos de personas que pueden ser beatificados o canonizados. Me decía que lo que más estudian en la vida del posible santo es aquello que le costaba especialmente, su punto flaco, eso que solemos decir que es «superior a mis fuerzas»: cómo había luchado en aquello, cómo vencía, cómo reaccionaba cuando era vencido…

Dios mío, me has dado muchas buenas cualidades, pero soy miserable, tengo los pies de arcilla. Y me he venido abajo muchas veces. ¡Que no tire la toalla! ¿Cuál es mi punto flaco?

Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha. Coméntale tu punto débil.

02-17

Santos Fundadores de los Siervos de Santa María Virgen. Siglo XIV.

Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo fueron los siete florentinos reunidos por María, a modo de siete estrellas. Predicaron por la región toscana y fundaron la Orden de los Servitas.

El útero

En todas las iglesias hay una pila bautismal. Los primeros cristianos comparaban la pila bautismal al seno de la Iglesia, al útero donde somos concebidos los cristianos. Por ejemplo, san Agustín decía a unos catecúmenos –personas que estaban preparándose para recibir el bautismo: «Ahora, aunque no habéis nacido, habéis sido ya concebidos… como en la matriz de la Iglesia que os alumbrará en la fuente [bautismal]» (Sermón 56, 5).

En la antigüedad, el rito del bautismo era por inmersión de la persona en el agua. Cuando un individuo entra en el agua bautismal está volviendo a entrar en el útero, y cuando sale es como si hubiera vuelto a nacer. Es decir, al sumergirse en el agua está poniéndose en el estado de alguien que no ha nacido aún, y se somete a la acción de Dios.

Por eso, en el diálogo del sacerdote con los padres del niño que quieren bautizar, la pregunta de «¿Qué nombre queréis ponerle?» tiene un gran significado: el yo del individuo se anula, y se quiere reemplazar para empezar una vida nueva. Poner un nombre significa renacer.

Jesús dijo a Nicodemo que es necesario nacer de nuevo. Éste le pregunta: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» (Juan 3, 4). La respuesta es que sí: se puede entrar en el seno de la madre iglesia para que nos dé a luz a la vida nueva, a la vida de Dios. Nacemos en Cristo, unidos a Cristo, vitalizados con el Espíritu de Cristo. Y así, hijos de Dios.

El bautismo es algo sencillo pero con un efecto magnífico, porque Dios actúa, el Espíritu Santo transforma al bautizado. San Pablo, buscando formas de decir lo que le ocurre al bautizado, dice que somos «vestidos de Cristo»(Gálatas 3, 27), que es como una nueva ropa que viste al alma. Pero no como se viste el actor de teatro, que se disfraza, sino como se viste el sacerdote en el altar, por medio del cual habla y actúa Cristo. También lo explica con imágenes como que el cristiano es un hombre nuevo que ha cambiado de residencia, se le ha dado un nuevo ser, se ha desplazado hacia Cristo (Efesios 2, 6).

Me decía una monja a la que estaba ayudando en la atención a unos enfermos de sida, en un momento en el que uno estaba pesadísimo con todo tipo de exigencias y provocando con gamberradas: «Padre, rece por mí, que tenga paciencia, porque ellos tienen que descubrir la paciencia de Dios a través de mi paciencia.» Eso es. Tenemos la vida de Dios, de un Dios que es amor. Vivir como hijo de Dios significa vivir dejando que el amor de Dios actúe a través de nosotros, que llegue a todos por medio de mi amor. Así hacemos bueno al mundo: amando a todos y siempre, contaminando de amor lo que tocamos y los ambientes en los que estamos.

Gracias, Señor, por el Bautismo. Gracias porque he sido concebido de nuevo en la iglesia. Quiero vivir de acuerdo a la nueva vida que me has dado: que haga el bien, que viva en la luz, que tu amor crezca en mí, que lo lleve a todas las personas con las que trato.

Es el momento de hablarle con tus palabras lo leído, y de agradecerle el bautismo. Mira con él si contaminas de amor… o no.

 

02-16

San Macario el Grande, Abad. Siglo IV.

Oriundo de Egipto, vivió en el desierto durante 60 años, dedicándose a la oración, a la meditación y a la penitencia. Fue desterrado por los herejes arrianos a una isla, donde continuó predicando. Cuando aquellos fueron vencidos, volvió al desierto, donde murió a los 90 años.

¡Abbá! ¡Papá! ¡Padre!

Madrid, otoño de 1931. El ambiente político está revuelto: agitación, brotes de anarquía, descontento y atropellos: la tensión remueve las calles. Un joven sacerdote, nuevo capellán del Patronato de enfermos de Santa Isabel, compra el periódico en Atocha. Acaba de celebrar Misa. Toma el tranvía en la misma Atocha. Estos desplazamientos habituales los aprovecha para hablar interiormente con Dios. Hoy sucede algo extraño: no ha leído más de un párrafo y, de improviso, le domina un sentimiento poderosísimo, una certeza imparable de que es hijo de Dios. Una experiencia de tal intensidad que, sin poder evitarlo, le empuja a pronunciar en voz alta: Abba, Pater! (iPapá, Padre!). Él mismo lo cuenta así:

«Y anduve por las calles de Madrid, quizá una hora, quizá dos, no lo puedo decir, el tiempo se pasa sin sentirlo. Me debieron de tomar por loco. Estuve contemplando con luces que no eran mías esa asombrosa verdad, que queda encendida como una brasa en mi alma, para no apagarse nunca.»

Que Dios es Padre, san Josemaría lo sabe desde niño: pero lo de aquel día no se limita a saber, al plano del conocimiento intelectual, a un abstracto tener noticia de algo. Se trata de otra cosa: de un conocimiento inmediato e intuitivo de lo que significa ser hijo de Dios. Es experiencia inmediata del amor de Padre que le tiene Dios. Por eso hablará siempre del sentido de la filiación divina. Dios le ha hecho sentir su ser Padre y su ser hijo. Y se lo ha hecho sentir con una intensidad y profundidad que le hacen gritar por la calle.

Si hasta entonces Josemaría poseía la verdad «Dios es Padre», ahora esa verdad le posee a él, se adueña de él, lo domina, lo llena y le desborda. Las manos de la gracia le han transportado a una nueva patria. Ve todo de otra manera. Instalado en esta nueva posición afirmará, cada día con más fuerza, que ahí se encuentra su fundamento, su seguridad… y su descanso.

Ser hijo de Dios no es simplemente una verdad acerca de nuestro origen y nuestra dignidad. No. Significa mucho más: define un modo de estar en el mundo.

Cuesta transmitir con palabras una experiencia, sea del tipo que sea. Mucho más difícil se hace expresar lo que es fruto de la gracia de Dios. San Josemaría dejó escritos textos que pueden ayudarnos a descubrir esta verdad. Copiamos algunos:

«Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada.

»Ésta es la sabiduría que Dios espera que ejercitemos en el trato con Él. Ésa sí que es una manifestación de ciencia matemática: reconocer que somos un cero a la izquierda… Pero nuestro Padre Dios nos ama a cada uno tal como somos; ¡tal como somos!

»Dios no se cansa de sus hijos. Sin embargo, como resulta que a veces nos cansamos de nosotros mismos, podemos acabar pensando que también Dios se hartará. Mirad que no estoy inventando nada. Recordad aquella parábola que el Hijo de Dios nos contó para que entendiéramos el amor del Padre que está en los cielos; la parábola del hijo pródigo. Cuando aún estaba lejos, dice la Escritura, lo vio su padre, y se le enternecieron las entrañas y, corriendo a su encuentro, le echó los brazos al cuello y le dio mil besos. Éstas son las palabras del libro sagrado: le dio mil besos, se lo comía a besos. ¿Se puede hablar más humanamente? ¿Se puede describir de manera más gráfica el amor paternal de Dios por los hombres.»

¡Qué alegría, Dios mío, saberme tu hijo! Te pido que no sea esta una verdad que simplemente la conozco, algo que sé. Quiero, Padre mío, que sea la verdad que defina mi modo de estar en el mundo, que esta verdad me posea a mí. Aprovecho para decirte ahora: «Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado…»

Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha. Dile que no quieres saber teóricamente que eres su hijo, sino que quieres que esa verdad te entre en el corazón.

 

02-15

Beato Ángelo de Sansepolcro, Presbítero y Ermitaño. Siglo XIV.

Hermano de la Orden de los Eremitas de San Agustín, se lo vincula con el milagro de la resurrección de un inocente condenado a muerte. Se le destacan su humildad, caridad y pureza.

Queremos ser como los demás

Siempre ha sido así. Si has leído la Biblia, es como la historia de una madre y su hijo en la edad del pavo. Ella que le busca y le quiere, y el niño —es decir, sus elegidos— que no quieren los besos de su madre. Vamos, que queremos que nos deje en paz. Pero como él ha hecho una alianza, por mal que lo pase, continúa en su promesa de no echarse atrás le hagamos lo que le hagamos.

Un día dijo Dios unas palabras bastante duras: «Vuestros discursos son arrogantes contra mí. Vosotros objetáis: “¿Cómo es que hablamos arrogantemente?” Porque decís: “No vale la pena servir al Señor, ¿qué ganamos con guardar sus mandamientos? ¿Por qué andar en duelo en presencia del Señor de los ejércitos?”» Aunque está escrito hace muchos siglos, ya se ve que los hombres seguimos siendo los mismos. Pero no se queda ahí: sigue diciendo algo como si nos leyese por dentro: «Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; aun haciendo el mal les va bien, provocan a Dios y quedan impunes» (Malaquías 3, 1-4.6).

Otra reacción muy típica nuestra: no queremos ser distintos, preferimos ser como los demás. Lo mismo dijeron los judíos a Samuel. Los demás pueblos tenían reyes; sin embargo ellos, por ser el pueblo elegido, tenían al frente Patriarcas. «Los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá. Le dijeron: “Mira, tú eres ya viejo… Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones.” A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor. El Señor le respondió: “Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey.”»

Samuel les transmitió lo dicho por el Señor, y les advirtió que el rey les sometería, en ocasiones abusaría, que serían sus esclavos, les exigiría diezmos… «No importa —insistieron—. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos” (1Sam 8, 4-7.10-22). Les dio por rey a Saúl.

¿No te parece que es lo mismo que nos ocurre continuamente a los cristianos? Arrogantes, pensamos que no compensa vivir los mandamientos, envidiamos a los malvados porque a ellos no les va mal, no queremos a Dios por rey, queremos ser como los demás… Una fotografía de la humanidad.

Después, el hombre extraviado vuelve a Dios porque se da cuenta de que se ha equivocado. Dios, siempre fiel a su alianza, espera y da el perdón todas las veces que sea necesario.

Gracias, Dios nuestro, por tu fidelidad. «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 99). Gracias, Señor, y no tengas en cuenta nuestra arrogancia, las tonterías por las que nos dejamos engañar continuamente. «Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto» (129). Tú eres Padre bueno, el único Padre.

Si quieres, es el momento para pedirle perdón por las veces que interiormente te hayas quejado de él, y puedes comentar las últimas veces que te haya pasado.

02-14

Santos Cirilo y Metodio. Siglo IX.

De Tesalónica, los dos hermanos llevaron el evangelio por el imperio de Moravia. Para ello, crearon el alfabeto cirílico con el que tradujeron la Biblia y el Misal a la lengua eslava. Fueron nombrados co-patronos de Europa por el Papa Juan Pablo II.

Una alianza peculiar y arcoirís

«Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna…» En la consagración de la misa sale una palabra que es clave: Alianza. Continuamente hablamos de la antigua y de la nueva alianza. La más antigua alianza la hizo Dios con Noé. Vamos a ver en qué consistió.

Hemos leído en la Biblia que hubo un diluvio universal. Sólo sobrevivieron los que se encontraban dentro del arca de Noé. Después del diluvio, Dios dijo a Noé que quería hacer una alianza con él: se comprometía a no alterar el orden natural, y que la señal de esta promesa sería el arcoíris. (Génesis 8, 9-12).

Después los judíos rezarán mil veces recordando a Dios su alianza, y así continuamos los cristianos, como diciéndole: «Tú que por fidelidad a la promesa que hiciste a Noé respetas el orden natural y el sol sale todos los días y el arcoíris continúa vistiendo el cielo, te pedimos que seas igualmente fiel al plan de la salvación. Respeta tu alianza.»

¿Qué quiere decir Alianza? Si dos de nosotros hacemos un pacto y uno de los dos lo rompe, el compromiso queda anulado automáticamente. En un pacto o acuerdo entre dos, el incumplimiento de uno libera al otro de la obligación acordada. Pues bien: la palabra hebrea Berith que hemos traducido por alianza no significa pacto o contrato bilateral. La palabra hebrea quiere decir lo que Dios establece con Noé: el compromiso por parte de Dios de que el sol salga todos los días, independientemente de cómo me porte yo. La alianza de Dios no es como un pacto nuestro, la alianza es un pacto entre Dios y nosotros en el que Dios se compromete unilateralmente, con independencia de que nosotros cumplamos nuestra parte.

Esto es muy importante: si yo no cumplo mis obligaciones, Dios no queda liberado de su palabra. La alianza que Dios ha hecho con el hombre le compromete a no romperlo jamás.

Jesús renueva la alianza: ésta es la sangre de la nueva alianza. Nos ha ganado el perdón de Dios, nuestra vida eterna, nuestra salvación. Lo que nos une a Dios no es un pacto entre dos, sino que él está comprometido a concedérnoslo siempre. Por eso los cristianos somos siempre optimistas y positivos. Tenemos un Dios que es un experto en amor porque es Amor puro.

Nosotros somos libres y podemos impedir que dé frutos en nosotros. No podemos impedir que exista el deseo y empeño de Dios por salvarnos, aunque sí puedo rechazarlo.

Hoy celebramos el día de los enamorados. Puede ser un buen día para imitar a Dios en sus alianzas. A quien amemos, que le demos lo conveniente y necesario que esté en nuestra mano, que le deseemos y hagamos el bien… aunque no corresponda. Que no saquemos la calculadora: me ha hecho esto tantas veces y yo a él tantas otras, por lo que hasta que él no recoja dos veces más la cocina yo no lo haré… Que demos aunque no recibamos.

Dios nuestro, tú que por fidelidad mantienes el orden del mundo, sé fiel a la promesa que nos has hecho de darnos la vida eterna, aquí en la tierra y después en el cielo. Y te pido que yo sea fiel a los demás con este mismo estilo tuyo. Que sea un enamorado como tú: fiel aunque no me correspondan.

Agradécele otra vez más, pídele confiar más en su alianza. Después termina con la oración final.