02-03

San Blas, Obispo y Mártir. Siglo IV.

Obispo de Sebaste (Armenia). Se le atribuye el milagro de sanar a un niño que se estaba muriendo como consecuencia de una espina de pescado atravesada en la garganta. Sufrió la persecución de Licinio y fue condenado al martirio.

La madre Angélica y su televisión

Madre Angélica es uno de los personajes más sorprendentes de nuestro siglo. Su nombre de pila es Rita Rizzo. Nació en 1923, hija única en una familia muy problemática en un vecindario pobre italiano del este de Ohio. Su padre era un hombre vago e inútil que siempre estaba ausente del hogar; su madre, una mujer histérica y altamente dependiente, que delegó el rol materno con Rita.

Creció como pudo. Terminó el colegio y se puso a trabajar hasta que ingresó en un convento. Años más tarde, durante un viaje a Chicago en marzo de 1978, visitó el Canal 38, una emisora de televisión baptista ubicada en el último piso de un rascacielos. Era la primera vez que veía unos estudios de televisión. «Señor, yo tengo que tener uno de éstos», murmuró la Madre Angélica. ¡Tenía tantas ganas de hablar a todo el mundo de Jesús! Al ver los estudios de televisión vio que sería una buena manera de ayudar a tantos a ser felices y libres hablándoles de Jesús y sus enseñanzas. Pero de inmediato la asaltaron las dudas: «¿Qué haríamos doce monjas con esto? Soy una monja de clausura y no entiendo nada de televisión.» Después le informaron de que el estudio «solamente» costaba 950.000 dólares. Ella respondió: «¿Eso es todo? Yo quiero uno.»

Luchó para fundar la EWTN hasta hacer de su monasterio la primera comunidad religiosa que obtuvo una licencia de la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones) para transmitir. Con apoyo del diácono y de algún otro pudo hacer frente a los tres grandes problemas típicos de toda empresa audiovisual: encontrar la financiación necesaria, conseguir contenidos para emitir y asegurar la difusión de la señal.

Las emisiones se reducían al principio a pocas horas diarias, y ahora abarcan las 24 horas del día sin interrupción. En los primeros tiempos, la EWTN se nutría de viejas películas prestadas, de algunas comedias y de viejas grabaciones como Life is Worth Living, de Fulton Sheen, célebre arzobispo norteamericano y pionero de la radio y televisión católicas. Ahora, la EWTN emite cinco programas en directo y decenas de series televisivas, producidas tanto dentro como fuera de sus estudios.

Tom Monaghan, que se deshizo de su imperio Domino’s Pizza para fundar una universidad católica en Florida, dice de ella que es «una de las más grandes empresarias de todos los tiempos». Todo ello, además, sin tener más estudios que los del colegio. Esta monja de clausura capaz de interpelar al mundo y que, según la revista Time, es «la mujer católica más influyente de los Estados Unidos» se le presenta como una «Teresa de Ávila moderna».

«De todos aquellos que el Señor pudo elegir para levantar este emporio internacional de la comunicación, la madre Angélica era la candidata menos apropiada. Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos», escribe el arzobispo de Denver y miembro del consejo de dirección de EWTN, Charles J. Chaput, OFM.

Joseph Ratzinger decía en 1999 que «la madre Angélica ha logrado en los Estados Unidos lo que otros han intentado sin éxito: hacer llegar sus programas a un número de espectadores que se cuentan por millones, representando para la Iglesia un foco de fe y de fuerza renovadora».

¿Cómo ha hecho todo esto? Los no creyentes pueden hablar de casualidades. Los creyentes reconocerán en cambio la mano de la Providencia. Esta mujer se confiaba plenamente a la Providencia divina y a la intercesión de sus santos preferidos. Y el tiempo ha demostrado que no se equivocó.

Madre Angélica dedica todos los días tres horas a la adoración de Jesús en la eucaristía, es inválida —sí, inválida de piernas — y su cuerpo le causa mucho dolor, y tiene una ilusión enorme en que Jesús sea conocido por todos. Si Dios me quiere meter en esto, él me irá llevando, él sacará las cosas adelante.

Esta monja llena de aparentes contradicciones —«la monja de clausura que habla al mundo; la mujer independiente a quien no le importa romper todas las reglas pero a la que muchos llaman ultraconservadora; la aguda humorista que sufre dolores permanentes; la pobre clarisa que dirige una corporación multimillonaria…»— es un grito de Dios al mundo: confiad en mí, que yo hago lo que vosotros consideráis más difícil con un instrumento inepto.

Dios Padre, creo en tu providencia, en tu cuidado permanente de cada una de tus criaturas. Gracias, que cada día confíe un poco más en ti. Señor, nos lo dijiste bien claro: «Mirad los lirios, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, pero os lo aseguro: ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se la arroja al fuego, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe!» (Lucas 12, 27 ss.). Padre, bien sabes tú lo que nos conviene y necesitamos. Confío en ti. Sí: ¡confío!

Si quieres puedes comentar con Dios Padre el caso de Madre Angélica, manifiéstale el deseo de que le conozca todo el mundo, y abandónate en Él para que haga contigo lo que quiera, dile que puede contar contigo y que tú confiarás en su Providencia.

02-02

Fiesta de la Candelaria.

Conocida antes como Fiesta de la Purificación de María, quien fue al Templo de Jerusalén para entregar a su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. Actualmente recibe el título de Presentación del Señor.

El vaso nuevo

La historia se divide en dos grandes partes: antes de Cristo y después de Cristo. Antes de Cristo todo estaba claro: Dios era Dios y el hombre era hombre. Pero, cuando nace Jesús, Dios se hace hombre. El que era inmaterial y estaba fuera del tiempo y del espacio… se hace carne y entra en el tiempo. Rompe la línea divisoria entre Dios y el hombre, porque Dios se hace hombre.

Los Padres de la Iglesia dicen que Dios se hace hombre para conceder a los hombres la posibilidad de hacerse dioses. Así lo dice san Atanasio, obispo de Alejandría: «Dios se hizo ser humano para que los hombres llegaran a ser dioses.» ¡Nada más ni nada menos! Lo que él quiere es que tengamos su vida, su mismo Espíritu. Si nos unimos a Jesús, él nos concede participar de la vida de Dios.

Esto nos lo concede gratis, porque le da la gana. Lo que ocurre es que Dios nos quiere tanto que no soporta vivir separado de nosotros los hombres. Quiere meternos en él, estar unidos y que seamos uno con él. Como dos personas que se abrazan para fundirse porque se quieren, así Dios nos abraza fundiéndose de verdad, realmente, con quien acepta a Jesús, quien cree en él. Esto nos lo concede en el bautismo.

Es gratuito, gratis, don, regalo, gracia. Hay muchos otros regalos de Dios al hombre, como la tierra y el mar, la salud corporal, personas que nos ha puesto al lado, la lluvia y las cosechas (Hechos 14, 17), etc. Pero todos esos regalos son como de segunda en comparación con el regalo de los regalos, el don más grande con diferencia: ¡estar unido a Dios! Por eso le llamamos gracia.

Cuando hablamos de estar en gracia lo que queremos decir es estar dentro de este abrazo de Dios. Estar en gracia es aceptar la gracia, vivir abiertos al regalo de la vida de Dios, estar disfrutando de este don de Dios que es su misma vida, dejar que su Espíritu viva en mí. No estar en gracia es rechazar el regalo, la gracia.

Esta gracia nos hace nuevos. Decía san Juan Crisóstomo que en el bautismo no se limpia el vaso, sino que se hace uno nuevo, no se limpia el hombre sino que se hace un hombre nuevo.

Escribía Pemán:

En este trueque de amor

no es mi falta

sino tu abundancia

lo que me asusta, Señor.

 

¡Así es! Lo que nos asusta a los cristianos no son nuestros pecados, aunque sean gordos y frecuentes… Eso no nos asusta. Lo que de verdad nos asusta es la abundancia de Dios, nos asusta tener un Padre así de bueno y de «necesitado» de nuestra respuesta, nos asusta ver todo un Dios sediento del amor que sólo yo puedo darle.

Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que los que hemos sido bautizados respetemos el nuevo vaso que nos has dado. Que valore la gracia, y siempre quiera crecer en gracia, que cada día sea mayor tu vida en mí. María, tú que eres la llena de gracia, ruega por nosotros.

Habla ahora con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha. Dile que no quieres acostumbrarte al regalo de los regalos que te ha hecho en el bautismo, que quieres vivir «asustado» de su abundancia.

02-01

Santa Viridiana, Virgen y Reclusa. Siglo XIII.

De la Toscana, de la noble familia de los Attavanti y coetánea de San Francisco de Asís. Peregrinó a Compostela y, a su regreso, vivió reclusa en una celda durante 34 años. Su culto fue aprobado por Clemente VII en 1533.

Será otro en mí quien sufra por mí

Son famosas las actas del martirio de Felícitas y Perpetua. Corría el año 204. La primera era esclava de la segunda, y las dos se convirtieron al mismo tiempo. Por ser catecúmenas fueron encarceladas en Cartago (al norte de África) y echadas a las bestias en un circo para dar un espectáculo con ocasión de unas fiestas. Las dos se bautizaron en la cárcel. Felicidad estaba embarazada de ocho meses. Antes de martirizarla debía dar a luz, pues el derecho prohibía martirizar mujeres embarazadas. Todos los cristianos, cuentan las actas, rezaron juntos pidiendo a Dios que diera a luz. Así lo cuentan:

«Apenas hubieron terminado la petición, Felícitas fue asaltada por los dolores del parto. Por las dificultades normales de un parto en el octavo mes, sufría mucho y gemía. Entonces uno de los carceleros le dijo:

»—Si gimes así ahora, ¿qué harás cuando te entreguen a las fieras que tú has decidido afrontar al rechazar el sacrificio? [Felícitas se había negado a ofrecer un sacrificio al Emperador aceptando que era un dios].

»Felicitas le respondió:

»—Ahora soy yo quien sufre lo que sufro. Pero allí abajo será Otro en mí quien sufra por mí, porque es por Él por quien sufriré.

»Felicitas dio a luz una niña que adoptó una mujer cristiana como hija.»

¿No te parece sabio? Esta recién bautizada sabe muy bien lo que significa ser cristiana: «Será Otro en mí quien sufra por mí, porque es por Él por quien sufriré.» Felícitas había entendido a la perfección que el bautizado es «yo pero no sólo yo». El bautizado no deja de ser él mismo, pero el bautismo le cambia y a partir de ese momento posee un nuevo ser en Cristo glorificado. No es sólo él, por lo que Cristo obra en él y con él.

Gracias, Dios Padre, por concedernos unirnos a Cristo, por darnos un nuevo ser en Cristo. Me has hecho grande en el bautismo. Gracias por el bautismo.

Ahora puedes hablar con Dios acerca de lo leído con tus palabras. Después termina con la oración final.

01-31

San Juan Bosco, Presbítero y Fundador. 1815-1888.

Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María Dominica Mazzarello, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Dedicó su vida a la educación de los jóvenes.

Mi juicio

Jean Guitton fue un filósofo francés que escribió un montón de libros. A los 98 años escribe Mi testamento filosófico. Narra una ficción acerca de su propia muerte, entierro y juicio. En el juicio tiene que enfrentarse a algunos santos que le hacen preguntas aparentemente sencillas, pero nada fáciles de contestar. Al ser filósofo pudo dar respuesta de forma convincente o todo lo preguntado hasta este momento. La cosa se complicó con esta pregunta de san Pedro:

«—Todos los aquí presentes hemos definido el amor, con las palabras de Teresa de Lisieux: amar es darlo todo y darse a sí mismo. Tengo que hacer ahora, en presencia de todos, la gran y única pregunta: Jean, ¿te diste?

»No respondí. Hizo de nuevo su pregunta.

»—Jean, ¿te diste?

»En ese momento me desmayé y me habría caído al sillón a no ser por los dos ángeles suizos que se precipitaron para sostenerme. Enderecé la cabeza. Unas gruesas lágrimas corrían por mis mejillas. San Pedro retomó la palabra.

»—Jean, tu último día ya llegó y pasó. Ahora es la Hora suprema. El juez va a fallar. Piensa que es el Amor el que te juzga. Eres juzgado sobre el amor. Debes responder a esta última pregunta. Jean, ¿te diste?»

Continúa diciendo que lo pasó mal para contestar a esta pregunta, repasando su vida.

Una buena costumbre cristiana es hacer todas las noches un breve examen de conciencia: un par de minutos en los que repasamos el día. Una buena pregunta para el examen de cada noche es ésta: ¿me he dado hoy? ¿he dado tiempo? ¿he dado alegría y paz? ¿he estado «a mi bola», con mis cosas, mi música, mi yo? ¿gasto todo el dinero de que dispongo en mí mismo? ¿me estoy dando a los demás? ¿he hecho favores hoy? ¿he dado a Dios un tiempo del día para la oración, para visitarle en un sagrario?

Dios mío, quiero vivir cada día dando y dándome. Es lo que Jesús nos ha enseñado con su ejemplo. Dame un corazón generoso. Cada noche procuraré hacer el examen de conciencia, y preguntármelo. Recuérdamelo.

Comenta con Dios, con tus palabras, si te das. Pídele ir descubriendo más formas de darte, y de darte mejor, de dar y darte con alegría.

01-30

Santa Martina, Mártir. Siglo III.

Era hija de un noble romano y debido a su fe la condenaron a muerte. La devoción a la Santa se expandió en 1634, 1400 años después de su martirio, al hallar sus reliquias.

La alegría no es trabajo de chinos

Te transcribo un artículo que salió en la prensa hace unos años:

«Hacia 1990, a un sacerdote que había escapado a Filipinas huyendo de la persecución comunista, se le permitió volver a China para ver a su madre enferma. Nada más llegar, el jefe local del Partido le echó un sermoncito en público, recordándole que estaba prohibido cualquier trabajo sacerdotal.

»Pronto se le acercó alguien para citarle en una casa con un gran huerto, en las afueras del pueblo, al caer la tarde.

»A la hora fijada, el huerto estaba lleno de católicos. Le dijeron: “No hemos podido confesarnos en muchos años. Métase en la casa e iremos pasando de uno en uno. Hay una cama preparada. Si viene algún sospechoso le avisaremos, usted métase en la cama y ronque. Le diremos que estaba tan cansado del viaje que se ha acostado y estamos esperando a que despierte para saludarle.”

»Pasó horas oyendo confesiones. Uno de los penitentes fue el jefe del Partido, que se excusó: “Perdone, padre, por haberle tenido que regañar en público.”»

¡Imagínate la pena de aquellos pobres católicos al no poder confesarse durante años! ¡Cómo aprovechan la primera ocasión que se les presenta! Es difícil que nos hagamos una idea de lo que eso supone, pues nosotros pegamos una patada al aire y salen volando cinco sacerdotes… Tal vez por eso nos acostumbramos a las cosas más impresionantes, como es la confesión. ¿Alguna vez has sentido lo que significa que se te perdonen todos tus pecados y faltas? ¿Alguna vez lo has meditado?

¡La confesión debe ser el momento de mayor alegría de la semana! Eso es lo que respondió un cardenal muy santo cuando le preguntaron cuál era su momento favorito de la semana: «Cuando, después de haberme confesado, sé que Cristo me ha perdonado todo.»

Gracias, Señor, por haber querido la confesión. ¡Qué bien nos viene, oír con nuestros oídos, a través de tu iglesia —del sacerdote— que tú me dices: «Yo te absuelvo de tus pecados, yo te perdono, ¡vete en paz…!» Gracias, Señor. Si es verdad que a veces me cuesta confesarme, ayúdame a no fijarme en el esfuerzo mío sino en el amor tuyo. Y sí que puede estar bien que me proponga confesarme semanal o quincenalmente… ¿qué te parece?

Agradécele el perdón, y pídele que todos los cristianos descubramos la maravilla de la confesión. También al terminar el día es buen momento para pedirle perdón por el bien que has dejado de hacer, por el mal que hayas hecho.

01-29

San Valero, Obispo. Siglo III-IV.

Obispo de Zaragoza. Durante la época en la que vivió, la Iglesia sufrió una cruel persecución y Valero fue desterrado a Enate (pueblo cercano a Barbastro).

La nevada de todos los días

Un sacerdote, buen teólogo, hacía este interesante comentario. Antes debo decir que una de las muchas prendas de ropa —ornamentos— con las que se reviste el sacerdote para celebrar la misa, la primera de ellas, es el amito. El amito es una especie de pañoleta blanca, frecuentemente con una cruz bordada en el centro. Cuando el sacerdote comienza a revestirse para la celebración eucarística coge el amito, lo reposa brevemente sobre la cabeza, y luego se lo pone sobre los hombros, rodeando el cuello que así queda cubierto por el blanco del amito. Y ahora el comentario.

Decía este teólogo que cuando iba a celebrar misa y se ponía el amito sobre la cabeza y los hombros, pensaba que la misa que iba a celebrar en ese momento era como el amito que usaba; del mismo modo que la prenda le cubría a él con su blancura, la misa era como un manto blanco con el que cubría Dios todas las fatalidades, la maldad, el pecado, la corrupción del mundo.

En el mundo hay mucha trampa, maldad, incomprensión, mentira, sufrimiento, dolor, ira, venganza, vicios… y lo sabemos de sobra; nos tropezamos a diario con esa realidad. Sin embargo ésa no es toda la realidad, es sólo una parte, y —considerada en su conjunto— la más pequeña e insignificante. Cuando celebramos la misa es como si cogiéramos esa capa blanca del Dios rico en misericordia, del Dios todopoderoso, que exuberantemente derrocha bondad sobre los hombres, y cubriéramos junto con Él la maldad de los hombres con su blancura, con su perdón y amor, con su protección y fuerza, con su espíritu. 

Cada misa no es una oración más. Cristo vive hoy, y con su cuerpo espiritual que es la Iglesia, en cada misa habla al Padre. Quien habla es el mismo Cristo, con nosotros como parte suya (los cristianos formamos su cuerpo que es la Iglesia).

Ahí está la grandeza de nuestra vida: en hacer cosas incorporados con Cristo. La humildad no consiste en echarnos cubos de basura encima. Si alguien nos dice que cantamos bien y decimos que cantamos horrible; o si sacamos buenas notas y nos restamos mérito diciendo que era fácil el examen, eso no es la humildad. La humildad es algo mucho más profundo. La humildad de saberse instrumentos es reconocer que la acción valiosa, salvadora, viene de Dios.

La humildad supone saber que somos una parte, un miembro de ese Cristo total, y que la eficacia de nuestras acciones, oraciones y palabras es tremenda. En el momento de la misa, Cristo —muerto y resucitado—, coge al mundo y lo lleva a la presencia del Padre, ya sanado, vivificado, salvado. De manera que somos una parte de ese Cristo que se presenta al Padre en cada misa.

Ante el mal en la sociedad, los cristianos luchamos de muchas formas: organizamos manifestaciones para protestar, escribimos quejas a los periódicos, fundamos ONG… Todos estos esfuerzos son válidos, justos y necesarios, siempre y cuando no perdamos de vista que la verdadera acción sanadora, purificadora, salvadora del mundo es la que viene de Cristo, y de nosotros en cuanto nos incorporamos a Él, en cuanto llevamos nuestra realidad a su presencia. Todo nuestro entorno, nuestra familia, universidad, compañeros de trabajo, etc., los cargamos sobre nosotros, como si los metiéramos en una mochila, y los llevamos al Padre en cada misa; incorporados a Cristo, le devolvemos el mundo. Ése es el Espíritu que aletea en el fondo del corazón del cristiano. Por eso le gritamos: «Ven, Señor, a salvarnos.»

Muchos se preguntan para qué les sirve ir a misa, otros que les hace sentirse mejor… No vamos a la misa para sentirnos mejor, sino para glorificar al Padre, para devolverle el mundo, para que reciba el amor que espera de la humanidad. Así curamos la herida de su amor dolido, y curamos al mundo de su mal. Eso es lo que nos llena a los cristianos: la nevada de cada día.

Decía santo Tomás que todos los pecados que hemos cometido y podemos cometer en el futuro todos los hombres de la historia, en comparación con el valor de una misa, son como un granito de arena junto al sol. Sí: cada misa cubre de blanco el mundo entero, como el amito cubre de blanco los hombros del sacerdote.

Gracias, Dios mío, por cada misa, y por poder participar en cada misa. En cada una de ellas cubres el mal de este mundo con tu misericordia. Quiero poner en cada misa todo mi día, unirme a ti, y así purificar el mundo. Gracias, Señor. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, la victoria de tu amor sobre el mal. ¡Ven, Señor Jesús! Cubre el mal que hay en el mundo con tu nevada de cada misa, con el blanco de tu misericordia.

Puedes pedirle que aumente tu fe en la misa. Si a veces eres algo pesimista o negativo, quizá es porque has olvidado esta verdad. Háblalo con Él.

01-28

Santo Tomás de Aquino, Presbítero dominico. 1225-1274.

Su pensamiento ha sido durante siglos la base de los estudios filosóficos y teológicos. Su obra más famosa es la «Summa Theologiae» de estilo sencillo y preciso.

¡… como su perro!

Un día de otoño de 1852, Dorel, un joven con buena pinta de 32 años, es invitado a Ars por un amigo suyo que quiere confesarse. «—Haz lo que quieras —le contesta—. Yo iré contigo, pero llevaré mi escopeta y mi perro… Y, después de haber visto al “maravilloso” cura, me iré a cazar patos…»

Cuando entran en el pueblo se cruzan con el Cura, san Juan María Vianney, que anda con la lentitud de sus 66 años. Al pasar por delante de Dorel, le mira a él y a su perro y le dice con enorme simpatía: «Oiga, señor, sería de desear que su alma fuese tan hermosa como su perro».

Estas palabras entraron en Dorel hasta el fondo produciendo un efecto demoledor. Su perro era como tenía que ser: ágil, fiel, bonito… Sin embargo su alma… era un auténtico desastre. Se confesó, y cambió de vida. Murió santamente 36 años más tarde como trapense.

Quizá esto es lo que debemos decir los cristianos al oído de muchos amigos nuestros: ojalá tuvieses tu alma tan cuidada como tu perro, o como tu físico, como tu ropa o tu pelo, como tu moto o tu coche… El mismo Jesús lo dijo: «Vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad» (Lc 11, 39).

Sólo con que cada vez que nos miramos en el espejo o en el reflejo de los escaparates, pensásemos en el estado de nuestra alma, en la limpieza de nuestro corazón… y le pidiésemos: «Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Salmo 50). Si la cuidásemos tanto como a nuestro cuerpo… la tendríamos en mucho mejor estado.

Dios mío, quiero estar más pendiente de la salud y la belleza de mi alma que de la de mi cuerpo. Y a mis amigos les diré al oído que también ellos lo hagan. «Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.»

Comenta ahora con Dios los cuidados que tienes de tu cuerpo y de tu alma, y pregúntale si vas bien o si te estás equivocando.

01-27

Santa Ángela de Mérici. 1474-1540.

Quedó huérfana cuando aún era muy niña, se hizo Terciaria Franciscana y fundó la Comunidad de Hermanas Ursulinas en 1535. Fue la primera comunidad religiosa femenina para educar a niñas.

¡Oh! ¡Un mono que vuela!

C. S. Lewis nos da una buena pista para conocernos. Cuando muere su mujer, lleno de enfado hacia Dios, escribe en un cuaderno que tiene en la cocina sus desahogos. En uno de ellos se dirige a él directamente:

«A veces, Señor, se ve uno tentado a decir que si hubierais querido que nuestro comportamiento fuera como el de los lirios del campo (débiles pero preciosos) nos habríais dado una organización más parecida a la de ellos, pero supongo que [el hombre] es simplemente vuestro gran experimento. O no, quizá no es un experimento, ya que no tenéis necesidad de confirmar nada, mejor sería decir que es vuestro gran proyecto: crear un organismo que sea espíritu al mismo tiempo, crear esa formidable paradoja que es el animal espiritual, coger a un pobre primate, un orangután, una bestia con los nervios a flor de piel, una criatura cuyo estómago pide ser saciado, un animal reproductor que necesita a su pareja, y decirle “venga, y ahora conviértete en un Dios.”»

Cada hombre somos un plan atrevido de Dios que consiste, ni más ni menos, en tomar un animal y hacerlo espiritual. Está claro que no tenemos la estructura de un lirio del campo; más bien, compartimos la estructura del mono, del cerdo, del toro… tenemos la estructura de una bestia. Pero escogidos por Dios. Nos ha concedido un alma, un espíritu. Somos unas bestias peculiares porque tenemos espíritu sin dejar de ser bestias. En filosofía se nos llama animales espirituales, porque tenemos algo de animal y algo de espiritual.

 

¿Cuánto tenemos de cada uno? Si fuéramos a una clase de niños pequeños y tirásemos caramelos al aire, veríamos a los niños lanzarse en manada a pillar los caramelos; se darían patadas, saltarían de los pupitres, harían una melé para lograr más golosinas. Su comportamiento no sería muy diferente al de perros enjaulados luchando por un puñado de huesos. Así es. Cuando se es pequeño se tiene mucho de animal, pero su espíritu todavía no se ha desarrollado. Ese desarrollo de lo espiritual del hombre es lo que se logra, en parte, con la educación.

Educación viene de ex–ducere (ducere es conducir, y ex, afuera, arriba); es decir, sacar fuera, conducir hacia arriba, elevar, llevar lo que hay dentro de la persona al exterior, elevar al hombre sobre su animalidad… De modo que la educación logra que cada vez tengamos mayor porcentaje de ángel, y que los condicionamientos, los movimientos y las pasiones animales estén sometidos a nuestra libertad.

Se puede probar cuánto de ángel y cuánto de animal tiene una persona si atendemos lo siguiente: ¿Cuáles son las pasiones más fuertes en el animal? Los instintos, fundamentalmente el de conservación: conservarme yo (para eso comer y beber), y conservar la especie (para eso el instinto sexual). Éstos son los instintos más básicos que compartimos hombres y animales.

Saber cuánto de ángel y cuánto de animal tiene uno puede resultar fácil mirando estos tres apartados:

Cómo come: si lo hace desaforadamente, se le van los ojos detrás de la comida, empieza a comer sin esperar a que los demás se sirvan, no mira a los otros mientras come, se coge lo mejor y la mayor parte…

Cómo bebe: si es desmedido.

La forma de vivir su sexualidad: si mira más el cuerpo que el alma, si en ocasiones da rienda suelta al instinto, si usa el cuerpo suciamente, si no controlar la curiosidad, si busca el placer por el placer…

Señor, quiero que mi espíritu gobierne todo mi comportamiento. Me has creado para vivir tu vida. Lucharé para que mis instintos no me dominen, para que no me esclavicen. Por eso me mortificaré en la comida y en la bebida, y lucharé por vivir la pureza. ¿Cómo vivo estas tres cosas ahora? ¿Quieres que mejore? ¿Soy «educado»? Señor, educa mi espíritu.

Buen momento para comentar con Dios cómo comes, cómo bebes y cómo vives la sexualidad. Puedes terminar con la oración final.

01-26

Santos Timoteo y Tito. Siglo I.

Obispos y discípulos del apóstol san Pablo, que le ayudaron en su ministerio y presidieron las Iglesias de Éfeso y de Creta, respectivamente. Recibieron cartas de su maestro, que conservamos.

La pregunta de Mingote: ¿Para qué sirvo yo?

Mingote descubrelo más valioso que guarda en su intimidad, lo que le permite vivir y ser feliz. No mide su valor por sus logros ni por sus aptitudes, no busca su valor en lo que él posee, hace o crea. ¡Es formidable! Encuentra su grandeza en lo que recibe, en «ser amado» de manera incondicional.

Su mujer, Isabel, es quien nos ha proporcionado este testimonio. Dejamos que sea ella quien nos lo cuente:

«A pesar de encontrar a Antonio Mingote el ser más admirable del universo, (…) a veces, en la vida cotidiana, durante tantos años de convivencia, sorprendo en él numerosos defectos que le reprocho sin piedad. A esto se une aquello de que no hay hombre admirable para su ayuda de cámara, y en este caso el ayuda de cámara es Carmen, la persona que vive y trabaja con nosotros desde hace más de treinta años. Antonio casi diariamente tira agua, café o tinta sobre todas las mesas que tiene llenas de papeles, y grita: ¡Carmen! Y allá va Carmen llena de trapos y cubos “rezando” (expresión suya, es andaluza): “A ver qué tontería ha hecho el señor”.

»Otras veces dice, cuando Antonio le pide que conecte un enchufe o no acierta a encender el gas o a manejar un aparato: “Es que al señor no se le ocurre nada”.

»Hace bastante tiempo, un día, abrumado por estos reproches de Carmen u por los constante míos, que estoy harta de limpiarle manchas en la ropa y remediar continuos desperfectos que produce generosamente, se levantó abatido de la mesa, se fue a la de su estudio y regresó dándome la hojita que copio al final. Confieso que me conmovió bastante y me propuse no regañarle más. Sigo intentando, con gran dificultad, cumplir este propósito. Mientras tanto, y como expiación a mi dureza en el trato con este ser angelical, transcribo exactamente lo que me puso en la hojita, a ver si ustedes también se conmueven como yo y lo quieren aún más.

»¿PARA QUÉ SIRVO YO?

»Para nada. No sirvo para nada. Excepto dibujar y escribir torpemente, dudosas habilidades con las que, sorprendentemente, me gano la vida y la de los míos, no sé hacer nada más.

»No sé administrar el dinero que gano (sin mi mujer, se disiparía como el humo) ni elegir mis trajes ni cortarme las uñas de los pies. No sé donde hay que llamar para que venga un fontanero ni cuidar a un enfermo ni poner una inyección ni consolar al triste. No soy capaz de hilvanar un discurso medianamente coherente, de mantener una discusión razonable, de mediar con algún éxito en un pleito. No sé nada de economía ni de política ni de astronomía ni de filatelia. No sé encargar por teléfono un pasaje de avión ni comprarme unos calcetines ni buscar un médico. No puedo recordar cómo se llama esa señora tan simpática con la que comí ayer ni la protagonista de aquella película que me gustó tanto y cuyo título he olvidado. No sé montar en bicicleta ni hablar francés (ni ningún otro idioma excepto el mío y éste con dificultad). No sé comunicarme con mis semejantes (ni con los más queridos) ni programar un despertador ni jugar al póquer ni al bridge ni al ajedrez. Ni cazar ni pescar ni saltar con pértiga más de cuarenta centímetros. No sé cómo se escribe Schopenjagüer, ni resolver una ecuación ni bailar sevillanas ni distinguir un álamo de un chopo. No sé divertirme con las diversiones normales, y no sé nada de toros ni de fútbol. No sé contar chistes y si supiera no recordaría ninguno. No sé guisar. No sé manejar en absoluto un ordenador, muy poco un vídeo y apenas el teléfono.

»No sé tocar el piano ni las castañuelas ni ningún otro instrumento. No sé bailar. No sé nunca lo que me conviene hacer o decir ni gobernar mis sentimientos ni resolver un conflicto. Y cualquiera puede convencerme de cualquier cosa. No sé patinar ni navegar a vela. No sé como hace funcionar una lavadora ni un lavaplatos ni usar un microondas. No distingo el whisky escocés del americano ni una noruega de una sueca ni un chino de un japonés.

»Además soy un viejo caduco (caducado) fuera de uso. Soy un completo inútil.

»Pero algunas personas me quieren.

»Y si soy capaz de suscitar en esos pocos los gratificantes sentimientos de amor, amistad o camaradería, tendré que aceptar que soy un inútil muy afortunado.»

Ésa es la roca firme sobre la que Mingote se levanta, el valor sobre el que edifica su vida y su obra. Es importante y muy cristiano este modo de vivir: Mingote renuncia a una pretendida autosuficiencia y se declara necesitado.

Ojalá reconozcamos que «ser amado» es lo único importante, y en primer lugar, ser amado por Dios.

Jesús, tú nos lo dijiste de mil modos: el Padre nos ama a cada uno. El hecho de ser amado es lo más importante de mí mismo. Gracias, y que viva siempre abierto a ese amor. Que no me mida por lo que hago, por lo que soy capaz de hacer, sino que me sepa valioso porque soy hijo de Dios, amado por ti.

Puedes comentar con Él si valoras el ser amado, o sólo vives preocupado por lo que haces y consigues, y por lo que dejas de hacer y de conseguir.

01-25

Conversión del Apóstol San Pablo.

Viajando hacia Damasco persiguiendo a los cristianos el mismo Jesús se le reveló en el camino, eligiéndole para que anunciase el Evangelio a los gentiles, donde sufrió muchas dificultades.

La gracia de la risa

Me llama la atención cómo dibuja la personalidad de san Felipe Neri esta biografía:

«Seguramente no hay ningún santo en la Historia de la Iglesia que haya dado un testimonio tan convincente de la libertad de los hijos de Dios como el fundador de uno de sus institutos más singulares —al menos en sus comienzos— que ha conocido el catolicismo: san Felipe Neri, el padre del Oratorio. 

»Hacia 1590 se le ve deambular por las calles de Roma a este tipo extraño, calvo, de barba rala, de cuerpo largo y desgarbado, que se mueve en grandes gestos y habla y ríe con cualquiera que pasa. Ninguna aspereza hay en él; es la cosa más insignificante que uno pueda imaginar. Nada le gusta tanto como dirigir una buena palabra, hacer una broma, hacerse él mismo motivo de risa; él sabe por qué. Diríase que ha decidido que no se le tome en serio. Pero es esta humildad lo que llega a tocar las almas, esta desenvoltura mezclada de gentileza… Su “continua hilaridad de espíritu” es comunicativa y su humor, que le acompaña casi siempre, se sitúa entre la ternura y la ironía, entre el consejo moral y la broma, allí donde nace en la alegría la libertad del cristiano.»

¡Qué cantidad de veces hace referencia a su buen humor, a sus bromas y a su risa! Efectivamente, es un buen indicador de que alguien vive con libertad, con la libertad y soltura de quien sabe que es hijo de Dios.

¿Hago bromas agradables? ¿Los demás están a gusto conmigo? ¿Tengo habitualmente buen humor? ¿Me río bastante cada día? ¿Me hago a mí mismo motivo de risa en ocasiones? ¿O me tomo tan en serio que ni siquiera tolero que los demás hagan bromas conmigo?

Jesús, ayúdame a vivir con este estilo que siempre ha caracterizado a la familia de los cristianos. Sé que me lo tengo que proponer, y que si hay algo que me lo hace difícil, dime qué es y ayúdame a cambiarlo. María, causa de nuestra verdadera alegría, ruega por nosotros.

Pídele el buen humor, y mira si habitualmente estás alegre, o si te dejas dominar por el mal humor… y por qué.