Fiesta de la Candelaria.

Conocida antes como Fiesta de la Purificación de María, quien fue al Templo de Jerusalén para entregar a su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. Actualmente recibe el título de Presentación del Señor.

El vaso nuevo

La historia se divide en dos grandes partes: antes de Cristo y después de Cristo. Antes de Cristo todo estaba claro: Dios era Dios y el hombre era hombre. Pero, cuando nace Jesús, Dios se hace hombre. El que era inmaterial y estaba fuera del tiempo y del espacio… se hace carne y entra en el tiempo. Rompe la línea divisoria entre Dios y el hombre, porque Dios se hace hombre.

Los Padres de la Iglesia dicen que Dios se hace hombre para conceder a los hombres la posibilidad de hacerse dioses. Así lo dice san Atanasio, obispo de Alejandría: «Dios se hizo ser humano para que los hombres llegaran a ser dioses.» ¡Nada más ni nada menos! Lo que él quiere es que tengamos su vida, su mismo Espíritu. Si nos unimos a Jesús, él nos concede participar de la vida de Dios.

Esto nos lo concede gratis, porque le da la gana. Lo que ocurre es que Dios nos quiere tanto que no soporta vivir separado de nosotros los hombres. Quiere meternos en él, estar unidos y que seamos uno con él. Como dos personas que se abrazan para fundirse porque se quieren, así Dios nos abraza fundiéndose de verdad, realmente, con quien acepta a Jesús, quien cree en él. Esto nos lo concede en el bautismo.

Es gratuito, gratis, don, regalo, gracia. Hay muchos otros regalos de Dios al hombre, como la tierra y el mar, la salud corporal, personas que nos ha puesto al lado, la lluvia y las cosechas (Hechos 14, 17), etc. Pero todos esos regalos son como de segunda en comparación con el regalo de los regalos, el don más grande con diferencia: ¡estar unido a Dios! Por eso le llamamos gracia.

Cuando hablamos de estar en gracia lo que queremos decir es estar dentro de este abrazo de Dios. Estar en gracia es aceptar la gracia, vivir abiertos al regalo de la vida de Dios, estar disfrutando de este don de Dios que es su misma vida, dejar que su Espíritu viva en mí. No estar en gracia es rechazar el regalo, la gracia.

Esta gracia nos hace nuevos. Decía san Juan Crisóstomo que en el bautismo no se limpia el vaso, sino que se hace uno nuevo, no se limpia el hombre sino que se hace un hombre nuevo.

Escribía Pemán:

En este trueque de amor

no es mi falta

sino tu abundancia

lo que me asusta, Señor.

 

¡Así es! Lo que nos asusta a los cristianos no son nuestros pecados, aunque sean gordos y frecuentes… Eso no nos asusta. Lo que de verdad nos asusta es la abundancia de Dios, nos asusta tener un Padre así de bueno y de «necesitado» de nuestra respuesta, nos asusta ver todo un Dios sediento del amor que sólo yo puedo darle.

Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, para que los que hemos sido bautizados respetemos el nuevo vaso que nos has dado. Que valore la gracia, y siempre quiera crecer en gracia, que cada día sea mayor tu vida en mí. María, tú que eres la llena de gracia, ruega por nosotros.

Habla ahora con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha. Dile que no quieres acostumbrarte al regalo de los regalos que te ha hecho en el bautismo, que quieres vivir «asustado» de su abundancia.

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