Santos Timoteo y Tito. Siglo I.

Obispos y discípulos del apóstol san Pablo, que le ayudaron en su ministerio y presidieron las Iglesias de Éfeso y de Creta, respectivamente. Recibieron cartas de su maestro, que conservamos.

La pregunta de Mingote: ¿Para qué sirvo yo?

Mingote descubrelo más valioso que guarda en su intimidad, lo que le permite vivir y ser feliz. No mide su valor por sus logros ni por sus aptitudes, no busca su valor en lo que él posee, hace o crea. ¡Es formidable! Encuentra su grandeza en lo que recibe, en «ser amado» de manera incondicional.

Su mujer, Isabel, es quien nos ha proporcionado este testimonio. Dejamos que sea ella quien nos lo cuente:

«A pesar de encontrar a Antonio Mingote el ser más admirable del universo, (…) a veces, en la vida cotidiana, durante tantos años de convivencia, sorprendo en él numerosos defectos que le reprocho sin piedad. A esto se une aquello de que no hay hombre admirable para su ayuda de cámara, y en este caso el ayuda de cámara es Carmen, la persona que vive y trabaja con nosotros desde hace más de treinta años. Antonio casi diariamente tira agua, café o tinta sobre todas las mesas que tiene llenas de papeles, y grita: ¡Carmen! Y allá va Carmen llena de trapos y cubos “rezando” (expresión suya, es andaluza): “A ver qué tontería ha hecho el señor”.

»Otras veces dice, cuando Antonio le pide que conecte un enchufe o no acierta a encender el gas o a manejar un aparato: “Es que al señor no se le ocurre nada”.

»Hace bastante tiempo, un día, abrumado por estos reproches de Carmen u por los constante míos, que estoy harta de limpiarle manchas en la ropa y remediar continuos desperfectos que produce generosamente, se levantó abatido de la mesa, se fue a la de su estudio y regresó dándome la hojita que copio al final. Confieso que me conmovió bastante y me propuse no regañarle más. Sigo intentando, con gran dificultad, cumplir este propósito. Mientras tanto, y como expiación a mi dureza en el trato con este ser angelical, transcribo exactamente lo que me puso en la hojita, a ver si ustedes también se conmueven como yo y lo quieren aún más.

»¿PARA QUÉ SIRVO YO?

»Para nada. No sirvo para nada. Excepto dibujar y escribir torpemente, dudosas habilidades con las que, sorprendentemente, me gano la vida y la de los míos, no sé hacer nada más.

»No sé administrar el dinero que gano (sin mi mujer, se disiparía como el humo) ni elegir mis trajes ni cortarme las uñas de los pies. No sé donde hay que llamar para que venga un fontanero ni cuidar a un enfermo ni poner una inyección ni consolar al triste. No soy capaz de hilvanar un discurso medianamente coherente, de mantener una discusión razonable, de mediar con algún éxito en un pleito. No sé nada de economía ni de política ni de astronomía ni de filatelia. No sé encargar por teléfono un pasaje de avión ni comprarme unos calcetines ni buscar un médico. No puedo recordar cómo se llama esa señora tan simpática con la que comí ayer ni la protagonista de aquella película que me gustó tanto y cuyo título he olvidado. No sé montar en bicicleta ni hablar francés (ni ningún otro idioma excepto el mío y éste con dificultad). No sé comunicarme con mis semejantes (ni con los más queridos) ni programar un despertador ni jugar al póquer ni al bridge ni al ajedrez. Ni cazar ni pescar ni saltar con pértiga más de cuarenta centímetros. No sé cómo se escribe Schopenjagüer, ni resolver una ecuación ni bailar sevillanas ni distinguir un álamo de un chopo. No sé divertirme con las diversiones normales, y no sé nada de toros ni de fútbol. No sé contar chistes y si supiera no recordaría ninguno. No sé guisar. No sé manejar en absoluto un ordenador, muy poco un vídeo y apenas el teléfono.

»No sé tocar el piano ni las castañuelas ni ningún otro instrumento. No sé bailar. No sé nunca lo que me conviene hacer o decir ni gobernar mis sentimientos ni resolver un conflicto. Y cualquiera puede convencerme de cualquier cosa. No sé patinar ni navegar a vela. No sé como hace funcionar una lavadora ni un lavaplatos ni usar un microondas. No distingo el whisky escocés del americano ni una noruega de una sueca ni un chino de un japonés.

»Además soy un viejo caduco (caducado) fuera de uso. Soy un completo inútil.

»Pero algunas personas me quieren.

»Y si soy capaz de suscitar en esos pocos los gratificantes sentimientos de amor, amistad o camaradería, tendré que aceptar que soy un inútil muy afortunado.»

Ésa es la roca firme sobre la que Mingote se levanta, el valor sobre el que edifica su vida y su obra. Es importante y muy cristiano este modo de vivir: Mingote renuncia a una pretendida autosuficiencia y se declara necesitado.

Ojalá reconozcamos que «ser amado» es lo único importante, y en primer lugar, ser amado por Dios.

Jesús, tú nos lo dijiste de mil modos: el Padre nos ama a cada uno. El hecho de ser amado es lo más importante de mí mismo. Gracias, y que viva siempre abierto a ese amor. Que no me mida por lo que hago, por lo que soy capaz de hacer, sino que me sepa valioso porque soy hijo de Dios, amado por ti.

Puedes comentar con Él si valoras el ser amado, o sólo vives preocupado por lo que haces y consigues, y por lo que dejas de hacer y de conseguir.

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