Santa Elena, Reina. Siglo IV.

De Daprasano, de familia pobre, se dedicó a una afanosa búsqueda de la Santa Cruz: las excavaciones tuvieron éxito y Elena mandó hacer tres partes: una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma.

No tengo nada que hacer

Nos dice el papa Juan Pablo II: «¿Qué es la juventud? No es solamente un período de la vida correspondiente a un determinado número de años, sino que es, a la vez, un tiempo dado por la Providencia a cada hombre, tiempo que se le ha dado como tarea durante el cual, como el joven rico, busca la respuesta a los interrogantes fundamentales: no sólo el sentido de la vida, sino también un plan concreto para comenzar a construir su vida.»

Los jóvenes tienen toda una vida por delante, los demás tienen toda una vida por detrás. Ésta es la ventaja de los jóvenes. Sería manifestación de inmadurez perder el tiempo. El joven que no aprovecha el tiempo está en la situación del viejo, no porque no exista el tiempo para él, sino porque no lo aprovecha.

Como nos dice el libro del Eclesiastés: «Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo del cielo: un tiempo para reír y un tiempo para llorar; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado. Un tiempo para bailar y un tiempo para lamentarse; un tiempo para hablar y un tiempo para callar; un tiempo para dar y un tiempo para recibir…» (3,1-8). Lo que no hay es tiempo para no hacer nada. Esto último sería matar el tiempo.

Cuántas veces uno pasa horas delante del televisor soñando con ser el protagonista de la película, el héroe de la acción intrépida, el inteligente concursante, el famoso sabio. Pero no puede ser ninguno de ellos porque ese tiempo necesario para forjar el genio lo dedicamos a mirar el televisor. ¡Es frustrante! Los jóvenes son generosos y buenos, son un libro abierto, capaz de acoger grandes ideales y de proyectar futuras metas. Pero si se enganchan a tonterías y se les va la vida en diversiones inútiles, aquel libro se cierra llevándoles a una desilusión completa.

Necesitamos planificarnos. Como nos hemos leído que decía Juan Pablo II, proyectar un plan concreto para comenzar a construir la vida. Todo por delante, pero todo por hacer. Serás lo que hagas con ese tiempo. Y saca siempre tiempo para Dios. Es la mejor manera de aprovecharlo, pues Dios es Señor del tiempo y capaz de fructificarlo al máximo.

Quien dice que no tiene nada que hacer, es que sólo ha pensado en hacer lo que necesita él mismo para sí mismo y a corto plazo.

Gracias, Señor, por el tiempo que nos das a cada uno. Es uno de tus dones, de los talentos que me has entregado para que negocie con él. Quiero aprovecharlo: ahora que dispongo de tiempo, que lo aproveche. Casi me enseñas que el tiempo no es mío sino tuyo, que me lo das para que lo invierta en lo que vale la pena: en los demás, en ti, y en prepararme para servir mejor a los demás. Que me prepare para servir mejor, que acompañe y dedique tiempo a lo que los otros necesiten, que lo dedique a cuidar mis amores. Gracias, y que no mate ni un segundo.

Puedes preguntar al Señor en qué quiere que te conviertas en lo que se refiere al aprovechamiento del tiempo. No tengas prisa y, si quieres, concreta. Puedes terminar con la oración final.

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