San Quiliano, obispo y mártir. Siglo 7

Monje irlandés que predicó el evangelio en Franconia (Badén y Baviera) y fue martirizado por velar diligentemente para que se observase la vida cristiana.

La tristeza de san Francisco

Un día, después de hacer oración, san Francisco de Asís se encontraba triste, abatido y lloraba como un niño. Cuando sus seguidores le preguntaron a qué se debía, él respondió que en la oración había visto a mucha gente en las iglesias. «¿Qué tiene eso de malo?», le preguntaron. Él contestó que había visto y oído lo que toda esa gente decía a Dios: «¡Sólo pedían!: Dame dinero y fortuna, o Líbrame de la enfermedad… Sólo pedían.» Aquello le entristeció mucho a san Francisco, porque aquellas personas sólo acudían a Dios porque podía resultarles útil.

Dice un refrán que sólo nos acordamos de santa Bárbara cuando llueve. ¿No es verdad que algo de eso sí que hay en nuestra vida? ¿Puedo encontrarme entre esos que hacían llorar a san Francisco?

Es bueno pedir a Dios. Él es Padre, y si le pedimos es porque sabemos que Él nos quiere, que le importamos, que es todopoderoso y que —hablando humanamente— por nosotros está dispuesto a lo que sea. Es bueno pedirle, y pedirle mucho. De hecho, Jesús en el evangelio nos lo dijo: «Pedid y se os dará.» Y san Agustín dice que es bueno pedir lo que es bueno desear. No hay problema en pedir.

Lo que entristecía a san Francisco no es el hecho de ver que toda aquella gente que llenaba las iglesias pidiese, sino que SÓLO pidiesen, y que TODOS sólo pidiesen. No podemos confundir a Dios con una especie de Administración del Estado, de Oficina de Reclamaciones del Ayuntamiento, con una «Empleada del hogar para nuestros caprichos», o con un sirviente que siempre debe hacer nuestra voluntad. ¡Habríamos confundido a Dios!

«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», nos enseñó a rezar Jesús. Lo primero que tenemos que pedir es que se haga su voluntad; pedir lo que nos parezca que es bueno, pero sabiendo que si su voluntad es otra, que si lo mejor es otra cosa, pedimos que se haga lo que él quiera y que nos ayude a saber aceptarlo, que en la tierra sepamos —sepa yo— sacar todo lo bueno que él Él quiere de eso que es su voluntad. Si, por ejemplo, pido que una persona se cure de una enfermedad, hago bien. Pero he de decirle también que «se haga tu voluntad aquí en la tierra tal y como tú has dispuesto», que esa enfermedad sirva a esa persona y a todos los que están alrededor para alcanzar algo mejor, bienes más altos.

Puedes decirle ahora a Dios lo que sigue, pero dándote cuenta de que le estás hablando y Él te está escuchando

Padre nuestro, que estás en los cielos, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Sí. Seguiré pidiéndote, porque a quién voy a acudir ante mis necesidades sino a ti. Pero no quiero pedirte siempre cosas materiales. Enséñame a pedirte, como un hijo que sabe que su Padre es bueno y siempre le escucha. Y que te pida, sobre todo, que sepamos aceptar tu voluntad; que seamos capaces de abrirnos a todo lo bueno que Tú quieres con esas circunstancias que a nosotros no nos gustan, que no olvidemos que si Tú las permites es para que alcancemos algo mejor.

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