San Francisco de Borja, Presbítero. 1510-1572

En Roma, muerta su mujer, con quien había tenido ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las dignidades del mundo y rehusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general, siendo memorable por su austeridad de vida y oración.

Jean, ¿te diste?

Jean Guitton fue un pensador francés muy destacado. Murió rozando los cien años. Antes de morir escribió un libro en el que cuenta una ficción de su muerte, su entierro y su juicio. El juicio es divertido, aunque tiene algún momento trágico, como éste. San Pedro es el que lleva el interrogatorio. Transcribo parte del juicio:

—Jean, ¿qué es el juicio de Dios sobre el hombre?

—La manifestación del juicio del hombre sobre Dios.

—¿Cuál es tu juicio sobre Dios?

—Creo que Dios es verdadero. Creo que Dios es justo. Creo que Dios es amor.

Cristo movió la cabeza. San Pedro me interrogó, con un tono de pronto más grave.

—Todos los aquí presentes hemos definido el amor, con las palabras de Teresa de Lisieux: amar es darlo todo y darse a sí mismo. Tengo que hacer ahora, en presencia de todos, la gran y única pregunta: Jean, ¿te diste?

No respondí. Hizo de nuevo su pregunta.

—Jean, ¿te diste?

En ese momento me desmayé y me habría caído del sillón a no ser por los dos ángeles suizos que se precipitaron para sostenerme. Enderecé la cabeza. Unas gruesas lágrimas corrían por mis mejillas. San Pedro retomó la palabra.

—Jean, tu último día ya llegó y paso. Ahora es la Hora suprema. El Juez va a fallar. Piensa que es el Amor el que te juzga. Eres juzgado sobre el amor. Debes responder a esta última pregunta. Jean, ¿te diste?

Entonces, lentamente, con dificultad, yo, Jean Guitton, me levanté. San Pedro quiso decirme que continuara sentado, pero Teresa le tocó la mano y me dejó hacer. Me mantenía muy recto. Me mantenía muy recto a pesar de mi edad, los dos puños crispados sobre el bastón. El ángel fiscal, severo, observaba. Dejó su banco y vino a ponerse a mi derecha. Así, rodeado, empecé con voz ronca, que se fue aclarando. Y continué con una voz siempre ronca, pero crescendo.

—Viví. Morí. Estoy enterrado. Mi alma está desnuda, colgada a un no sé qué vertiginoso, como un arbusto en la pendiente de un acantilado. Ya no soy nada de todo lo que creía ser. Ya no tengo nada de todo lo que creía tener. ¡Ah! Si hubiese dado todo o simplemente perdido todo en vida, no me sentiría tan pegajoso. ¡Quién podría decirme por qué me siento tan pegajoso!

En esta pregunta, efectivamente, se resume el juicio y en esta pregunta se resumen los diez mandamientos. Puede ser un buen momento este rato de oración para preguntarnos con Dios si nos damos.

Señor Dios, ¿me doy? ¿vivo dando y dándome? Ayúdame a rectificar en lo que tenga que rectificar. Querría darme completamente cada día a las personas que tengo al lado. Así seré un buen hijo de quien es Amor, pero necesito que tú me vayas transformando progresivamente. Gracias porque quiero darme.

Comenta con él la pregunta. Puedes terminar con la oración final.

 

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