Juan de Capistrano, Presbítero franciscano. 1386-1456.

Fue un gran estudiante que llegó a ser abogado, juez y gobernador de Perugia. Tras un período en la cárcel, en el que se replanteó su vida, ingresó en la Orden de los Frailes Menores y ordenado sacerdote.

¿Ser o tener?

Unos universitarios iban los sábados a una barriada pobre donde los niños, descalzos, sucios y sonrientes, se lo pasaban a lo grande con juegos y actividades que les organizaban. El día del cumpleaños del pequeño Juanito, una de las universitarias le hace un regalo. El niño, con los ojos fuera de sus órbitas, va quitando el papel y, ansioso, rompe la caja.

—Y esto… ¿qué es? —pregunta ilusionado a la chica.

—Un mp4 —contestó sonriendo.

—Y… ¿cómo se usa?

La chica le explica, le pone los cascos…

Juanito le pregunta:

—Y… ¿no lo puedo usar más que yo solo?

Ante la respuesta afirmativa de la universitaria, una desconcertante reacción de Juanito:

—Pues entonces no, no lo quiero. Si no puedo usarlo con mis hermanos, no me interesa.

La verdad es que suena a la típica anécdota bonita e inventada, típica para un libro como éste. Sin embargo, muchos de los que se han movido entre gente que no conoce la sociedad de consumo, sabe que esa reacción es bastante creíble. A nosotros nos parece irreal, no nos cabe en la cabeza. A ellos no les cabe en la cabeza que vivamos tan aisladamente, locos por tener cosas en las que disfrutamos solos. Ellos lo pasan bien con los demás, nosotros muchas veces buscamos estar solos para pasarlo bien.

El querer tener más y más, el hecho de que siempre nos parezca que nos faltan cosas, el afán de siempre querer más… tiene que ver con la avaricia. Es lógico que nos entren ganas de tener lo que tienen otros, o lo que vemos en los anuncios. Sin embargo, el camino de la felicidad no va por ahí. Tener no es lo importante; lo importante es lo que se es. Aunque parezca increíble, es así: la avaricia cambia la forma de pensar. Recuerdo una clase en la que muchos se metían con un chaval, a quien ridiculizaban diciéndole que su padre no tenía ni para comprar un coche; así era: ocho hermanos y un sueldo muy bajo no le daban para mucho.

Alguien podría concluir: lo mejor, entonces, es tener mucho y ser mucho. Sí, efectivamente. El problema está en que no siempre es posible. Cuando se tiene mucho y se vive para tener y absorbido por el tener… uno se olvida de ser y olvida incluso lo que es. Se convierte en poseedor, y lo que le interesa —se olvida de los demás— es poseer. Jesús lo explicó claramente cuando nos dijo: «Los cuidados del siglo y la seducción de la riqueza sofocan la palabra y queda sin fruto» (Mateo 13, 22). El cristianismo —y el sentido común— quedan sofocados, ahogados por el tener… y nuestra vida ya es incapaz de dar fruto.

Podríamos decir que lo mejor es tener y no vivir para el tener, y eso se consigue recordando que… contra la avaricia, generosidad. Es decir, dando de lo que se tiene, no comprando algunas cosas que se podrían comprar pero no hacen falta, prescindiendo algunas veces de lo que podría disponer… Por ejemplo, no oír música siempre que puedo: prescindir a veces de ella, para no ser esclavo de la música. Un amigo, por ejemplo, me decía que un día a la semana no usaba el coche. ¿Por qué? Porque le daba la gana: así vivía como muchos otros que no disponían de coche. Me decía que le sentaba muy bien.

Señor, quiero estar atento a la avaricia, porque no quiero ser egoísta, no quiero estar centrado en mí y en mis cosas. ¿Soy generoso con lo que tengo? ¿Estoy demasiado pendiente de conseguir más cosas siempre? ¿Me quejo cuando me falta algo? ¿Dejos mis cosas? ¿Cuánto dinero gasto en mí y cuánto en los demás? Ayúdame, tú que dijiste que no se puede servir a dos señores: a Dios y a las riquezas (Mateo 6, 24).

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído, de cómo sientes la avaricia. Dile después la oración final, pero pidiéndole con fuerza que de verdad te libre.

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