Santo Padre Pío de Pieltrecina, Presbítero capuchino. 1887-1968

En el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes. Llevó los estigmas de Cristo durante 50 años.

Recoge las plumas

Cuentan que alguien fue a confesarse de haber dado falsos testimonios de un familiar. La penitencia fue de lo más curiosa. «Toma una gallina, subes a la torre de la iglesia o del ayuntamiento, allí desplumas la gallina al aire libre, luego baja y recoge todas las plumas.» El penitente se horrorizó: «Es imposible.» El sacerdote le hizo ver que lo mismo ocurre con los falsos testimonios: uno dice algo no verdadero de otro y luego es imposible saber hasta quién y hasta dónde llegan esas mentiras, incontrolable el mal que pueden causar.

Un falso testimonio es como tirar una piedra al otro lado de un muro: no sabes a quién y cómo puedes dañar. Es importante que seamos justos con los demás. No se trata de evitar decir mentiras, sino que conviene evitar cualquier comentario negativo acerca de otra persona, porque es injusto y porque no sabemos el descalabro del que podemos ser culpables.

No dirás falsos testimonios ni mentirás. El estilo del cristiano es el de ser luz, y por tanto andar de la mano de la verdad. No sólo evitamos las mentiras, sino que procuramos ser sinceros.

Ana Frank en su diario se refiere a su compañero de cautividad: «Nos hemos confiado muchos secretos, pero hasta aquí hemos guardado silencio sobre lo que llenaba y llena aún mi corazón. No logro hacerme una idea exacta de él. ¿Es superficial o su timidez le hace ser reservado incluso conmigo? “En el fondo, la juventud es más solitaria que la vejez”: esta frase, que leí en un libro cuyo título no recuerdo, ha quedado grabada en mi memoria, pues me parece acertada.»

Así es. Seamos sinceros para no aislarnos.

Un último apunte. El Señor ya expresó en otro momento la actitud de no juzgar: «No juzguéis y no os juzgarán… ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (Mateo 7, 1-3). Como nos dice Raniero Cantalamessa: «El sentido de estas palabras no es: no juzguéis a los hombres y así éstos no os juzgarán (sabemos por experiencia que no es siempre así), sino más bien: no juzgues a tu hermano, a fin de que Dios no te juzgue; o, mejor aún: no juzgues al hermano pues Dios no te ha juzgado a ti. El Señor parangona el pecado del prójimo (el pecado juzgado) sea el que sea, a una mota, en comparación con el pecado del que juzga (el pecado a juzgar) que es una viga. La viga es el hecho mismo de juzgar, tan grave es a los ojos de Dios.»

Ayúdame, Señor, a ser sincero. Si la juventud es más solitaria que la vejez, yo quiero vivir una juventud cristiana: que busque ayuda, que sea sincero con quien me acompaña espiritualmente, que sea muy sincero en la confesión. Y no hablaré mal de nadie, aunque me parezca tener motivos. Guarda, Señor, mi lengua.

Repasa con Dios lo leído, y cómo ser más fino al vivir este mandamiento.

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