Nuestra Señora de las Nieves, Advocación Mariana. Siglo IV.

El Papa Sixto III erigió en Roma una basílica sobre el monte Esquilino dedicada a la Santa Madre de Dios. Recibe el nombre de Santa María de las Nieves porque el sitio donde debía construirse quedó señalado de modo milagroso con una fuerte nevada en pleno verano.

Mis palabras son como balones de fútbol

Vale la pena detenernos en esta imagen del Salmo 68. Decimos a Dios:

Que me escuche, Señor, tu gran bondad.

Tu gran bondad, en latín, resulta más gráfico: In multitudine misericordiae tuae, se dice. El adverbiomultitudine nos sugiere multitud, número no contable de elementos. Puede ayudarnos imaginar cualquier multitud, como un gran estadio de fútbol, una numerosísima manifestación, una concentración multitudinaria. Así podemos imaginar la misericordia de Dios: una misericordia multitudinaria, unos sentimientos bondadosos incontables, una multitud con los brazos abiertos gritando «bieeeen»…

Es bueno que sepamos que cada palabra nuestra que dirigimos a Dios entra en la intimidad de Dios. Cada palabra que le dirigimos entra en la multitud de su misericordia, como en el centro de una explanada rodeada de una multitud de buenos sentimientos divinos.

Por eso, con un tranquilo reconocimiento continuamos diciéndole: Yo soy un pobre malherido; Dios mío, tu salvación me levante (v. 30).

¡Qué maravilla! Las consecuencias son extraordinarias: «Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos» (vv. 33-34).

¿Cómo no entender, entonces, que la oración cambia al hombre como ninguna otra cosa? ¿Cómo no asombrarnos ante el poder de la palabra del hombre cuando ésta va dirigida a Dios? ¿Cómo no aceptar que la oración es un laboratorio en que Dios transforma al hombre? ¿Cómo no rendirnos ante la realidad de que el hombre es lo que es su oración? Podríamos decir: tanto oras, tanto vales.

Por esto, los cristianos decimos —gritamos— al mundo, convencidos, lo que ya gritaban y cantaban los judíos a Yavé:Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias;

el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. (Salmo 33, 16.18-19)

Tal día como hoy, la noche del 4 al 5 de agosto del año 352, la Virgen se aparece en sueños a un patricio romano de nombre Ioannes. Santa María le expresa su deseo de que se construya una iglesia en su honor en el lugar de Roma donde al día siguiente, en pleno verano, nevará. El día 5 Ioannes refiere ese mensaje al papa Liberio, mientras una copiosa nevada cubre de blanco la cumbre del Esquilino, una de las siete colinas romanas. El Papa, acompañado del patricio, traza en el suelo los límites de lo que será la primera basílica romana dedicada a la Virgen. Cada 5 de agosto, todos los años, se evoca aquella singular nevada con una lluvia de pétalos blancos sobre el pavimento de la basílica, y la Iglesia celebra la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves.

Madre mía, Nuestra Señora de las Nieves, felicidades. Qué alegría celebrar otro de tus nombres. Danos a todos tus hijos los hombres ser magnánimos. Señor, sé que cada una de mis palabras, cuando te las dirijo, entra en tu interior, como un balón en un estadio de fútbol repleto de aficionados, entra en tu interior abarrotado de tus buenos sentimientos hacia mí. Que no me acostumbre a hablarte. Dame fe en la oración. Sé que tus ojos me miran, que tus oídos me escuchan. Cuando esté abatido, cansado o desanimado, cuando algo me preocupe… gritaré mis angustias, y tú me salvarás. Gracias, Dios mío, por estar tan cerca de mí.

Este mes que estamos procurando cuidar los amores, cuida el amor a Dios y a santa María rezando bien, con tranquilidad. Háblalo hoy con ella.

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