San Benito de Palermo, Religioso Franciscano. Siglo XVI.

De padres cristianos descendientes de esclavos negros, se lo conocía como “el santo moro”. Perteneció a una comunidad de ermitaños que vivía bajo la Regla de San Francisco. Es el protector de los pueblos negros.

José Kentenich: Prisionero 29.392

El joven sacerdote José Kentenich fue detenido durante la II Guerra Mundial, y trasladado a Dachau, uno de los campos de concentración alemanes. Unos pocos años antes había fundado el movimiento Schönstatt.

Con ocasión del ingreso en el campo de concentración, cuyas formalidades llevaban varias horas, recuerda uno de los prisioneros: «Fui testigo de cómo ambos sacerdotes, uno de ellos el Padre Kentenich, fueron saturados de mofas y burlas por los de la SS. Un jefe, creyendo oportuno “ablandar” al recién llegado —que demostraba mucha tranquilidad y firmeza—, comenzó a gritarle groseramente haciéndole toda clase de preguntas. El Padre Kentenich lo miraba con tranquilidad y sonreía cordialmente, pero no le contestaba. El militar se enfureció más todavía, haciendo ademán de pegarle. Pero no llegó a hacerlo. Días más tarde, ambos volvieron a encontrarse en la oficina en la que se registraban los datos personales. El jefe lo reconoció enseguida, y dio una orden:

»—¡Eh, que el prisionero limpie la bicicleta! —le dijo. El Padre Kentenich respondió:

»—Sí, lo voy a hacer, pero no porque deba hacerlo, sino porque como hombre libre quiero brindarle este servicio.

»—No, usted necesita hacer eso —contestó finalmente el jefe .»

Mientras escribía sus datos personales, el Padre Kentenich le preguntó por qué el día anterior le había gritado tanto. El oficial de la SS estaba desconcertado por su comportamiento, por la paz con que reaccionaba el joven sacerdote. Le contestó que sus gritos e insultos no tenían más objetivo que el de inculcarle miedo. A continuación pidió al Padre Kentenich que lo acompañara a su habitación, donde le contó en secreto asuntos muy personales de su vida.

El joven Kentenich vivía lo que los cristianos recordamos que nos dijo Jesús: «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden tocar vuestra alma» (Mt 10, 28).

Ya conocía este suceso de la vida del Padre Kentenich cuando encontré en uno de sus libros estas palabras: decía que nosotros no debemos parar hasta alcanzar un ideal, «o al menos hasta habernos acercado bastante a él. ¿A qué ideal? Hacer que todo en nuestra vida sea sencillo y simple. Tener una mirada transida de alegría y de calidez…». Ya se ve que antes de escribirlo, lo había practicado.

En el campo de concentración, durante una temporada en la que no llegaban alimentos, cientos de prisioneros murieron. Su extremo debilitamiento los hacía propensos a contraer epidemias o enfermedades. «Los primeros síntomas del tifus aparecieron también en mí», escribía el Padre Kentenich más tarde, «pero en última instancia, las cosas siempre salieron bien. Al final yo también me había convertido en un esqueleto». Sin embargo, de lo poco que tenía para comer, daba siempre a los demás.

En medio de estos padecimientos inhumanos, seguía con su ideal: sencillo y simple, mirada alegre y cálida. Desplegó una intensa actividad espiritual. «En este tiempo —recuerda—, tuve una gran capacidad de concentración, siempre estuve anímicamente fresco. A pesar de la debilidad física y el estar cercano a morir de hambre, yo poseía una extraordinaria lucidez espiritual. Constantemente dictaba cursos e invitaba a los presos a reunirse en el pabellón.»

Quiero, Señor, vivir llevado por tu Espíritu. No quiero parar hasta alcanzar este ideal, o hasta quedarme muy cerca: que todo lo que haga lo haga de modo sencillo y simple, sin complicaciones… Sean mis circunstancias las que sean, que no pierda una mirada alegre y cálida hacia los demás. Así sea.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras.

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