San Pedro Claver, Presbítero jesuita. 1580-1654.

En Nueva Cartagena, ciudad de Colombia, durante más de cuarenta años dedicó su vida a los esclavos negros, bautizando con su propia mano a casi trescientos mil de ellos.

Dormir como un niño… es de santos

Los cristianos tenemos clara nuestra meta. ¡Es formidable! El camino, sin embargo, tiene momentos de todo tipo. Uno de los sabores amargos lo dan los fallos personales, el cansancio de desviarnos o caer una y otra vez en lo mismo, el desánimo causado por intentos fallidos, por metas no alcanzadas…

Necesitamos aprender a vivir siendo como somos: fallones. En el camino los fallos son experiencias: todos los éxitos en su principio fueron fracaso. La perseverancia no es una línea recta sino quebrada, con altibajos, caer y volver a levantarse hasta que se domina, entonces se está en disposición para hacer otra cosa nueva.

Los cristianos luchamos, pero lo importante no es arrasar consiguiendo nuestros objetivos a la primera, sino que lo que de verdad nos importa es amar a Dios, gustarle a él, agradarle, unirnos. Si queremos luchar por algo, es por este motivo; por eso, si no lo conseguimos, conservamos la paz igualmente, pues seguimos amándole con nuestro defecto, y sabemos que él nos quiere así y no nos deja de su mano. Así, poco a poco, cuando él quiera, nos sacará de nuestras caídas, defectos, imperfecciones y pecados.

¡Qué importante es que aprendamos a vivir con paz! Hagamos esfuerzos por confiar en Dios. Charles Péguy nos sugiere con su poesía lo que Dios diría al hablar de su obra, el Hombre:

«Yo conozco bien al hombre. Soy yo quien lo ha hecho. Es un ser extraño. Pues en él actúa esa libertad que es el misterio de los misterios. (…) Yo sé llevarle. Es mi oficio. Y esa libertad es mi creación. Se le puede pedir mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio. Tiene mucha fe y mucha caridad. Pero lo que no se le puede pedir, vaya por Dios, es un poco de esperanza. Un poco de confianza, vaya, un poco de relajación, un poco de entrega, un poco de abandono en mis manos, un poco de renuncia. Está tenso todo el tiempo. (…)

»Que ese señor consienta, que se dé un poco a mí. Que relaje un poco sus pobres miembros cansados sobre una tumbona. Que relaje un poco sobre una tumbona su corazón dolorido. Que su cabeza, sobre todo, deje de funcionar: su cabeza funciona demasiado. Y él cree que ése es su trabajo, que su cabeza funciona así. Y sus pensamientos, total, ¡para lo que él llama sus pensamientos! Que sus ideas no funcionen más y no se peleen más en su cabeza y no tintineen más como pepitas de calabaza. Como un cascabel en una calabaza vacía. Cuando pienso a qué llama sus ideas… Pobre ser. No me gusta, dice Dios, el hombre que no duerme.»

«Pero el que por la noche al acostarse hace planes para el día siguiente. No me gusta, dice Dios. El muy tonto, sabe acaso cómo se hará el día de mañana. Conoce al menos el color del tiempo. Mejor haría en rezar sus oraciones. Yo nunca he negado el pan del día siguiente. El que está en mi mano como el bastón en la mano del viajero. Ése sí me es agradable, dice Dios. El que se apoya en mi brazo como un bebé que se ríe. Y que no se ocupa de nada. Y que ve el mundo en los ojos de su madre, y de su ama. Y que no lo ve y no lo mira más que allí. Ése me es agradable, dice Dios. Pero el que hace cálculos, el que en su interior. En su cabeza para mañana. Trabaja como un mercenario. Trabaja horriblemente como un esclavo que gira una rueda eterna. (…) Pues bien, ése no me es agradable en absoluto, dice Dios. El que se abandona, me gusta. El que no se abandona, no me gusta, es así de sencillo. El que se abandona no se abandona y es el único que no se abandona. El que no se abandona se abandona y es el único que se abandona.»

Y continúa: «Pero cuando yo os digo: Pensad más bien en el mañana, no os digo: calculad ese mañana. Pensad en él como un día que llegará; y pensad que eso es todo lo que sabéis de él. No seáis como ese desgraciado que da vueltas y se consume en la cama. Para llegar a la jornada siguiente. No acerquéis la mano al fruto que no está maduro. Sabed únicamente que ese mañana del que siempre se habla es el día que va a llegar, y que estará bajo mi gobierno. Como los demás. Eso es todo lo que debéis saber. En cuanto al resto, esperad. Yo espero mucho, aun siendo Dios. Vosotros me hacéis esperar mucho. Me hacéis esperar demasiado la penitencia tras la falta. Y la contrición tras el pecado. Y desde el principio de los tiempos yo espero El juicio hasta el día del juicio.»

Señor, tú eres misericordioso. Si confiamos en tu misericordia, nosotros también seremos misericordiosos. Me abandono en ti. Dormiré a pierna suelta. Renuncio a controlar el futuro. Que en la lucha interior sepa vivir con paz también cuando soy derrotado, porque tu misericordia es mucho más grande que mi derrota.

Comenta ahora si quieres la necesidad que tienes de confiar y abandonarte en él. Convéncele de que te lleve por ese camino.

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