Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia. Siglo XVI.

De Ávila, a los 18 años, entra en el convento carmelita de la Encarnación. A los 45 funda el convento de San José de Ávila, primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Se dedicará con especial tenacidad a implantar la reforma que se llamará descalza o teresiana.

Una «o» a medias

Hoy celebramos una gran santa, santa Teresa de Jesús. Un día en el convento, mientras ella estaba escribiendo algo, sonó la campana que llamaba a todas para reunirse. Cuentan que ella estaba trazando una «o». Escuchar la campana y dejar la pluma fue todo uno. Dejó la «o» a medias, sin terminar.

¿No te parece extraordinario? Algo pequeño y enorme a la vez. Sobre todo si lo comparamos con el «ahora voy», «espera que termine esto», «sííí, ya vooooy»… Y todavía más en contraste con nuestro continuo «lo hago después», «empiezo mañana»… Decía san Josemaría que mañana es el adverbio de los vencidos. Así es: es la salida fácil, el modo de disimular que hemos sido derrotados, que preferimos ser perdedores…

Contra pereza, diligencia. Es interesante lo que significa esta palabra. Diligente es un participio activo. Igual que el indicativo designa acciones que ocurren y el imperativo designa mandatos, el participio designa el que hace algo: vidente es el que ve, pasante el que pasa y dependiente el que depende. Pues bien: diligente es participio del verbo diligere, que significa amar. O sea, diligente quiere decir exactamente «el que ama». Actuar con diligencia es el modo de actuar del que ama. El perezoso es el que no ama, el que está lleno de sí mismo.

«Voluntad, energía, ejemplo. Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar… sin miramientos… Sin esto, ni Cisneros hubiera sido Cisneros; ni Teresa de Ahumada, Santa Teresa…; ni Íñigo de Loyola, San Ignacio… ¡Dios y audacia!»

Contra pereza, diligencia. Quizá no resulte fácil explicar teóricamente la relación que tiene la diligencia con el amor. Sí resulta más evidente que el perezoso no ama. Sí vemos que quien ama siempre dice «sí, ya». ¿No es una buena forma de amar a una madre hacer enseguida lo que te pide? ¿o hacer el favor al amigo con rapidez, en el momento que lo necesita? Por el contrario, ¿no supone poco cariño el de quien hace lo que se le pide arrastrándose, más tarde, a última hora, como con desgana?

Dejar la «o» a medias es la exageración en la que vive constantemente quien ama: deja lo que sea para hacer lo que le piden, diligentemente, esto es, amando.

Señor, no quiero la pereza. Quiero amar, y sé que amar no es sentir emociones sino servir al otro, poner antes lo que le conviene, lo que necesita de mí, lo que me pide… antes que mi comodidad y mi pereza. ¿En qué puedo concretar esto? Quiero hacer las cosas en el momento, sin vacilar, sin miramientos, sin retrasos. Ponerme a trabajar a la hora, y dejar de trabajar a la hora. Ayúdame. Me lo propongo, pero tendrás que ayudarme a proponérmelo cada día. Te lo pido por intercesión de santa Teresa, una amante de primera categoría, capaz de dejar una «o» a medias.

Es el momento de hablarle de tu pereza, y tratar de ver que la causa de ser perezoso es la falta de cariño a Ély a los demás. Si no lo ves, puedes decirle que te gustaría ser consciente.

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