San Arsenio, anacoreta. Siglo VI

Era un senador sabio, que tras oír la voz de Dios se marchó con los monjes del desierto. Se hizo muy conocido y han sido enormemente estimados sus dichos y frases breves.

¿Obedecer todavía?

La obediencia es una virtud. Lo digo porque en nuestra época se piensa más bien que es una esclavitud. El Señor vivió esta virtud. De pequeño estaba sujeto a sus padres de la tierra y a su Padre del cielo: «¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lucas 2, 49). De mayor obedeció hasta la muerte y muerte de cruz. En su oración previa al sufrimiento de la pasión dijo: «Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lucas 22, 42) .

El hombre desobedeció a Dios en el paraíso. Dice Mark Twain: «Adán era hombre, eso lo explica todo. No deseó la manzana por la manzana en sí, sino porque estaba prohibida. El error consistió en no prohibirle la serpiente, pues entonces se la habría comido.» No sé si fue así en Adán, pero sí nos ocurre a nosotros que ya estamos algo fastidiados: el espíritu de contradicción. Basta que nos digan algo para preferir lo contrario.

Yo lo he comprobado. Puedo hacer todo un viaje en una postura incómoda sin ningún problema. Pero si a alguien se le ocurriese mandarme que hiciese el mismo viaje en esa postura, me rebelaría, me parecería imposible e insufrible, y seguramente no sería capaz.

¡Qué pena! Pero somos así. Ahora bien, podemos y necesitamos pelear por ganar la virtud de la obediencia: que se nos pueda mandar, que sepamos obedecer, que no se monte un conflicto cada vez que alguien tenga que mandarme algo. Como dejó bien claro santa Teresa de Jesús en el libro de sus Fundaciones: «No hay camino que lleve más rápido a la perfección que el de la obediencia.»

Hay almas que hacen barricadas con la libertad, y ésta se transforma en escudo, en excusa, tienen libertad para dar pero no dan, la guardan para sus egoísmos y así en vez de enriquecerse se empobrecen. Atento a la fina afirmación de san Pedro: «Sin la obediencia, la libertad sería un pretexto para la maldad.» (1 Pedro 2, 16.)

Ojalá recuperemos a la obediencia del desprestigio en el que ha caído. Tenemos que gritarlo: ¡obedecer no va contra la libertad! Cuando obedecemos, descubrimos que es así. Y cuando no obedecemos, experimentamos que es una excusa para la maldad, como dice san Pedro.

Terminamos con estas palabras de Bossuet: «Donde todos hacen lo que quieren, nadie hace lo que quiere; donde nadie manda, todos mandan; donde todos mandan, no manda nadie.»

Jesús obediente, enséñame esta virtud. Que no la vea como un atentado contra mi libertad, sino como un acto formidable de libertad. Sólo el que es libre y se domina, es capaz de obedecer. Santa María, ¡que tus hijos amemos la obediencia!

Puedes comentar con Él los asuntos en los que más te cuesta obedecer, y por qué. Convéncele de que te haga amar la obediencia y de que te acompañe en los primeros pasos.

Ver todos Ver enero 2022