Los Santísimos Ángeles Custodios.

Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. La misión de los Ángeles Custodios es acompañar a cada hombre en la vida y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo

El amigo invisible

Poco antes de su Primera Comunión, decía Alexia a su madre:

—Yo quiero que mi ángel custodio tenga un nombre. Eso de llamarle «custodio» como todo el mundo, no me gusta.

—Me parece bien, y ¿cómo quieres llamarle?

—Hugo —respondió sin titubear.

—¿Hugo? —se extrañó su madre—. Es un nombre muy poco corriente. ¿Por qué Hugo?

—Porque es un nombre perfecto para un custodio —fue su rotunda respuesta.

La amistad de Alexia y Hugo fue grande. Al cabo de unos años, estando enferma, le escuchó su madre decir: «¡Hugo, ayúdame! ¡Haz que se me pase este dolor de cabeza! ¿Dónde estás, despistado, que no me ayudas?» Alexia murió de esa enfermedad, con catorce años, y se ha abierto su proceso de beatificación.

Dios creó al principio muchas criaturas, no sólo las que vemos. La Escritura dice que, entre ellas, creó multitud de espíritus. Estos espíritus son seres inmateriales, que no tienen cuerpo, pero sí conocen, quieren, son libres e inteligentes… más o menos como los hombres, pero sin cuerpo. Les llamamos ángeles porque ángel significa «enviado», y ellos son enviados por Dios para cumplir misiones. Cada uno tenemos un espíritu enviado por Dios con la misión de acompañarnos y ayudarnos en todo lo que podamos necesitar.

Es impresionante: yo tengo la suerte de tener un espíritu que está unido a mí con un vínculo personal e indestructible. ¡Mi ángel vive para mí! Por eso se entiende que Alexia quisiese ponerle un nombre. Si tú no se lo has puesto, puedes ponérselo hoy, 2 de octubre, día en el que la iglesia celebramos la fiesta de los Ángeles Custodios.

Le llamamos Ángel Custodio o Ángel de la Guarda porque ellos viven custodiándonos, con la misión de guardarnos, con una vigilancia continua, día y noche.

No es cosa de niños, sino de personas inteligentes: contar con quien ahí está. Los primeros cristianos tenían tanta presencia de los ángeles que en una ocasión ocurrió lo siguiente. San Pedro estaba encarcelado; todos los cristianos rezaban por su liberación. Salió una noche de la cárcel y, a escondidas, fue hasta una casa donde se encontraban algunos cristianos. Llamó a la puerta; quien salió a abrir miró y, perpleja, volvió corriendo a la sala y les dijo que era Pedro el que estaba en la puerta. Los otros, extrañados, convencidos de que no podía ser él, le dijeron: «Estás loca.» Pero ella insistía en afirmar que era así. Ellos decían: «Será su ángel» (Hechos 12, 15).

Un teólogo de los primeros siglos predicaba que «todo está lleno de ángeles». Si Jesús bajó a la tierra, cómo no van a estar ellos pendientes de todo en la tierra. Así lo explicaba: «Dicen entre ellos: “si él (Jesús) descendió en un cuerpo, si él se revistió de carne mortal, si él soportó la cruz y murió por los hombres, ¡cómo estamos sin hacer nada! ¡Cómo procedemos! Vamos, ángeles, descendamos todos del cielo.”»

Es buena la costumbre cristiana de rezarle siempre al acostarnos. Aunque aprenderíamos esta oración de pequeños, conviene que la continuemos rezando hasta viejecitos:

Ángel de mi Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo, que si no me perdería. Si tú me abandonas, ¿qué será de mí? Ángel de mi Guarda, vela sobre mí. Santa María, Reina de los Ángeles, ruega por nosotros.

Puedes ahora agradecer a Dios con tus palabras que te haya dado un Ángel. Si quieres aprovecha para hablar con él, ponerle un nombre y charlar un momento con él. ¡Ojalá hoy comience una buena amistad entre vosotros dos!

Ver todos Ver enero 2022