San Benito, Abad, Patrón de Europa y Patriarca del monasticismo occidental. 480-547

Fundó numerosos monasterios y centros de formación y cultura capaces de propagar la fe en tiempos de crisis. Pasaba horas rezando y veía el trabajo como algo honroso, fue un poderoso exorcista y predijo el día de su propia muerte.

Llena la cantimplora

Un viejo suceso. Un grupo de chicos, en pleno verano, deciden organizar una excursión. El día es caluroso, por eso todos van pertrechados con sus cantimploras y abundante líquido. Sin embargo, a media mañana van agotando el agua. Las fuentes por las que pensaban pasar están secas. El verano ha sido duro. Nadie sabe dónde encontrarán una fuente en la que calmar su sed. Ésta empieza a dejarse notar. Comienza el nerviosismo y las primeras quejas. Al cabo de un buen rato, descubren con alegría un hilillo de agua; no es mucho, pero en esas circunstancias es suficiente. Sin embargo, llenar la cantimplora requiere mucho tiempo. Uno de los chicos, el más inquieto, lleva muchos minutos, demasiados para él, esperando a que poco a poco se llene su recipiente. Pero pierde la paciencia y, precisamente, cuando está a punto de llenarse… le da una patada enfadado y derrama toda el agua… Todos le miran. Él se da cuenta de que lo que ha hecho es absurdo.

Perseverar, llegar hasta el final, terminar las cosas, poner las últimas piedras… requiere el esfuerzo de la paciencia. Buena virtud esta para ejercitarnos.

Quien no es capaz de perseverar… vale poco. En uno de los últimos encuentros futbolísticos que he presenciado, mientras un equipo iba ganando todo discurría sin problemas. Pero se ponen por debajo en el marcador por uno, por dos… y entonces un jugador deja de correr, se enfada, no se mueve… El resto del equipo y la poca afición que allí estábamos apoyando nos indignamos con él.

Obligarnos a perseverar hasta el final nos educa a ser pacientes. Y hasta que no se termina, yo no he terminado. Hasta que no se llena la cantimplora, allí estoy yo. Empiezo a ordenar algo, o un campeonato, o un libro, o un trabajo… y continúo hasta concluir. Acostumbrarnos a terminar. Cumplir los compromisos hasta el final: si he dicho que iré, voy; si me apunté para jugar, juego; si yo avisaba a fulanito, le aviso…

San Pablo, cuando escribe a los romanos, al hablarles de Dios les dice que es «fuente de toda paciencia» (Romanos 15, 5). Mil vencimientos pequeños y pedírselo a Él nos darán la virtud de la paciencia. Entonces, sin esfuerzo, seremos perseverantes.

¡En la vida hace falta mucha paciencia! Además, la paciencia hace falta para todo. Una de las obras de misericordia dice que consiste en «sufrir con paciencia los defectos de los demás». Sí: paciencia para perseverar, paciencia para convivir, paciencia para sufrir, paciencia para ser fiel, paciencia para ser eficaz, paciencia para amar… paciencia hasta para llenar una cantimplora.

Señor, Dios de toda paciencia y consuelo, no quiero perder tantas cosas buenas conseguidas con tu ayuda y mi tiempo por flojo, por impaciente, por caprichoso. Tú sí tuviste paciencia, Señor, con cada uno de los apóstoles, con los fariseos… con todos, como la tienes ahora conmigo. Dame, Señor, la virtud de la paciencia.

Ahora puedes seguir hablando con el Señor con tus propias palabras. Él te ve, te escucha y te comprende. Procura terminar con un pequeño propósito de paciencia.

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