San Leonardo Murialdo, Presbítero y Fundador. 1828-1900.

En Turín, Italia, fundó la Pía Sociedad de San José, para educar en la fe y la caridad cristianas a los niños abandonados.

El cristiano crece recordando

Escribe santa Catalina de Siena: «No avanzar es retroceder, pues el alma no puede jamás estar quieta. Y ¿cómo podremos nosotros, muy queridos hijos, aumentar el fuego en el santo deseo? Poniendo la leña sobre el fuego. Pero ¿qué fuego? El recuerdo de los numerosos e infinitos favores de Dios, que son innumerables, y sobre todo el recuerdo de la sangre vertida por el Verbo, su Hijo único, para mostrarnos a nosotros el amor inefable que Dios nos tiene; recordando este favor y tantos otros, veremos aumentar nuestro amor» (Kephas I, págs. 23-24).

Tres veces aparece la palabra «recuerdo» en las pocas líneas de la santa. Se ve que ella tiene muy claro que lo primero es lo primero, y es preciso recordarlo; para avanzar, es decir, para andar hacia delante en el trato con Dios, lo primero es recordar que soy amado de Dios, recordar lo que su amor ha hecho y hace por mí.

«Recordar» viene de la palabra latina «cor», que significa «corazón». «Re-cordar» significa, por tanto, volver a pasar algo por el corazón. Y dice santa Catalina que el fuego de nuestra relación con el Señor se alimenta con el recuerdo de sus acciones: es decir, porque volvemos a pasar por nuestro corazón lo que él ha hecho, y ha hecho por nosotros. Se trata de tener siempre fresco lo que él ha hecho y hace por mi persona: ésa es la leña, lo que alimenta el fuego en el santo deseo.

Lo que busca el cristiano, lo primero y más importante, no es el deseo de ser buenas personas. Para ser buena persona no es imprescindible el cristianismo. La motivación auténticamente cristiana no es un deseo sin más, sino un «santo deseo» —como lo llama santa Catalina—: el de responderle porque soy amado de Dios, y lo sé y lo recuerdo. Soy amado y, como respuesta, porque él me quiere, porque le gustará, porque se lo merece… yo voy a hacer esto.

Quizá no lo sienta, pero sé que es verdad que él me quiere: y lo que quiero es obrar como amado suyo, porque él lo merece y quiero que —como dice el salmista— mi delicia sea cumplir sus mandamientos (Sal 119), porque sé que quien siga el buen camino verá la salvación de Dios (Sal 50).

Es algo bien natural. Cuando vemos fotos antiguas con la familia, vídeos de un viaje con amigos, fotografías de una celebración… el recuerdo de esos momentos nos une a los demás al volver a pasarlos por el corazón: despiertan el corazón y nos unen más. El cristiano, por eso, también recuerda… y disfruta recordando.

Señor, que eche leña al fuego de mi relación contigo. Esa leña es recordar. Cada crucifijo que veo, cada sagrario por el que paso, cada misa a la que asisto, cada día que veo salir el sol, cada vez que veo algo bello que has creado… puedo recordar lo que tú has hecho por mí. Que no me acostumbre, que lo vuelva a pasar por el corazón.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras, y pierde un rato recordando…

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