San Antonio, Abad. 250-356.

Vivió en el desierto austeramente. Confortó a los cristianos durante la persecución de Diocleciano y apoyó a S. Atanasio contra los arrianos. Se le conoce como “el padre de los monjes”.

Confesiones descuidadas

Cuenta Leo J. Trese que un obrero se encontró un billete de mil dólares. Como en Estados Unidos los billetes son del mismo tamaño tengan el valor que tengan, no le llamó mucho la atención. Aquel papelito no le impresionó demasiado. Se lo guardó en un bolsillo y varios días más tarde, por casualidad, pasó delante de un Banco y entró a preguntar cuánto valía. Casi se desmaya cuando se lo dijeron, pues la suma equivalía a tres meses de su sueldo…

No es raro encontrarse con gente que no sabe lo que tiene; puede ser un cuadro de un pintor famoso, un objeto antiguo, unas monedas raras, unos sellos valiosísimos… Cuando nos enteramos, solemos sentir una especie de envidia. No se nos ocurre pensar que nosotros también tenemos un tesoro que quizá no apreciamos: el Sacramento de la Penitencia.

Algunos no saben que en ella Dios nos perdona no sólo los pecados graves, sino también los leves y las faltas de amor; que aumenta la gracia y que, al tener mayor vida de Dios en nosotros, somos más capaces de hacer el bien y de vencer al mal…

Sin embargo, a lo mejor nos parece que no nos aprovecha demasiado, que no nos hace mejores, que nos acusamos una y otra vez de los mismos pecados… Nunca es inútil pedir perdón a Dios, pero sí es posible que cuidemos poco las confesiones. 

Fíjate con qué cariño habla de la confesión Teresa de Calcuta:

«El otro día un periodista me planteó una extraña pregunta:

»—Pero ¿también usted tiene que confesarse?

»Le contesté:

»—Desde luego. Me confieso todas las semanas.

ȃl dijo:

»—De verdad que Dios tiene que ser muy exigente si todos os tenéis que confesar.

»Yo le razoné:

»—Su hijo comete a veces alguna equivocación, hace alguna pequeña trastada. ¿Qué ocurre cuando acude a usted y le dice: “Lo siento, papá”? ¿Qué hace usted en esos casos? Usted pone la mano en su cabeza y le da un beso. ¿Por qué? Porque es su manera de decirle que lo ama. Dios hace lo mismo. Dios nos ama con ternura.

»Aun cuando cometemos alguna equivocación, aprovechémonos de ella para acercarnos más a Dios. Digámosle con humildad:

»—No he sido capaz de ser mejor. Te ofrezco mis propios fracasos.

»La humildad consiste en eso: tener el coraje de aceptar la humillación».

La Penitencia es un sacramento que Jesús pagó con su vida. Debemos cuidar todo lo que tiene que ver con la confesión. No es bueno confesarse tirando bombas de humo: confesar algo pero tratando de ocultarlo al mismo tiempo, con generalidades para evitar decir el pecado en concreto… pensando más en lo que pueda pensar el sacerdote que en abrir la herida a Dios para que la cure por completo.

¿Hago bien el examen? ¿Pido perdón con dolor? ¿Digo los pecados en concreto, por pequeños que sean? ¿Hago propósito de no volver a cometerlos? ¿Cumplo la penitencia?

Continúa hablándole a Dios con tus palabras. Háblale de tus confesiones: la última, la próxima, si te cuesta o disfrutas, si has caído en la rutina o en distanciarlas demasiado, si vives los cinco pasos o sólo algunos…

Ver todos Ver enero 2022