San Guillermo de York, Obispo. Siglo XII.

De familia noble, fue tesorero de la Iglesia y Capellán de Stephen King. Acusado por graves acusaciones por los cistercienses, fue confirmado como arzobispo de York por el Papa Inocencio, Sin embargo, las investigaciones le perseguirían toda la vida.

Quejas

Una de las cosas que más llamaría la atención a los romanos que estuvieron en la pasión de Jesús, a los soldados que le ataron, le coronaron con las espinas y le forzaron hasta la cima del Calvario con la cruz a cuestas, a los que le clavaron a la cruz… lo que más les llamaría la atención sería que —como dice la Escritura— «no abrió la boca», que no se quejó. Isaías lo cuenta con un desgarro que pone la piel de gallina: «Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. (…) Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron…» (52, 13-53).

Ayer nos proponíamos evitar las críticas. Hoy otro silencio: evitar las quejas, como las evitó nuestro Maestro. «¡Ya está lloviendo otra vez!», «¡Qué rollo tener que estudiar!», «¡Otra vez esta comida!»… Las quejas miden bastante bien la cantidad de egoísmo que tenemos: cada queja es como una protesta lanzada al vacío porque algo no es como a mí me gustaría que fuese. Podríamos decir que «tantas quejas… tanto egoísmo».

¿No te parece que el que se queja de la lluvia, se olvida de que la lluvia es buena para algunas cosas?… pero como le incomoda, protesta. ¿Y no te parece que el que se queja de estudiar se olvida de que muchos jóvenes a quienes les gustaría estudiar no pueden?… pero como no le apetece, protesta. ¿No te parece que el que se queja porque la comida se repite se olvida de que hay otros que no comen otra vez lo mismo porque no comen nada?… pero como no le gusta, protesta.

Cuando nos quejamos es porque somos un poco caprichosos. Te propongo lo siguiente: convertir las quejas en acción de gracias. A lo mejor se me escapa «Otra vez se me estropea el ordenador», pero enseguida puedo rectificar y decir interiormente a Dios: «Gracias, Dios mío, porque tengo ordenador. Si no lo tuviese, seguro que no se me estropearía.»

Jesús, de tu corazón no salió ninguna queja. ¡Ayúdame! Soy un poco egoísta y caprichoso, y yo sí me quejo. Pero a partir de ahora trataré de convertir las quejas en acciones de gracias. Se me escaparán, pero recuérdame que tengo que reaccionar y darte las gracias.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Seguro que puedes hablar tanto de tus quejas… Termina, después, con la oración final.

 

 

 

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