Asunción de la Virgen María.

Los Apóstoles se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa que les llevó hasta el lecho donde la Madre de su Maestro aguardaba la venida de la muerte. De repente se oyó un trueno fragoroso, la habitación se llenó de perfumes y apareció Cristo, que venía a llevarse el cuerpo de su Madre.

¡El cielo está habitado!

Hoy celebramos una fiesta grandísima para los cristianos, una solemnidad: La Ascensión de la Virgen a los cielos, el día en que Santa María subió en cuerpo y alma a la ciudad de Dios. Allí está junto a Dios. ¡Qué lógico nos parece que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo quiera tener tan cerca a María! Es una gran fiesta: ¡el cielo está habitado, y nos esperan!

Así contempla este misterio un santo:

«María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡Y los Ángeles se alegran!

Así canta la Iglesia.Y así, con ese clamor de regocijo, comenzamos la contemplación en esa decena del Santo Rosario:

Se ha dormido la madre de Dios. Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles. Matías sustituyó a Judas.

Y nosotros por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.

Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la gloria. Y la corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. —Tú y yo, niños, al fin— tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla.

La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la hija, Madre y Esposa de Dios…  Y es tanta la majestad de la Señora, que hacer preguntar a los Ángeles: ¿Quién es Ésta?»

La Asunción de esta mujer no es un espectáculo, sino un acontecimiento que continúa a la Ascensión de Jesús y al que estamos llamados todos. Todos podemos mirar hacia arriba. Sabemos que procedemos de Dios, pero hoy se nos recuerda que el lugar verdadero y propio de nuestra vida es Dios mismo. Sí: el cielo está abierto y habitado, por lo que sabemos que no estamos solos; el cielo está abierto y habitado, por lo que sabemos muy bien que alguien nos cuida y nos bendice; el cielo está abierto y queremos habitarlo ya pues en nuestro corazón se unen cielo y tierra; el cielo está abierto y queremos habitarlo en plenitud desde el mismo momento en el que abandonemos nuestra existencia terrena.

Dios mío, gracias por esta Madre tan buena que nos has dado. Gracias porque has querido que ella siga intercediendo por todos los hombres desde el cielo. Ayúdame a que yo sepa también sentir en mi vida a María como Madre.

Ahora puedes seguir hablando con María con tus propias palabras. Métete en la escena como sugiere el texto: no tengas prisa. Felicítala.

Procura terminar con un propósito concreto. Después puedes recitar la oración final.

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