Santa Soledad Torres Acosta, Fundadora de las Siervas de María. Siglo XIX.

De Madrid, alimentada la idea de don Miguel Martínez, sacerdote de Chamberí, funda las Siervas de María para cuidar y atender a los enfermos desamparados en sus propios domicilios y disponerles a bien morir allí donde la enfermedad les ha postrado.

El perro atado

Explicaba santo Tomás que las tentaciones son como un perro atado por una cadena. Puede ladrar, agitarse y dar tirones, pero no hay problema porque la cadena no puede romperla. Uno no debe tener miedo al perro. Sencillamente, lo que debe hacer es no acercarse demasiado, no meterse dentro de la zona a la que el perro puede llegar.

Las tentaciones, como mucho, nos pueden dar un susto inicial. Pero miedo nunca. Eso sí: no acercarnos, no meternos dentro. Hablando de perros, tuve una buena experiencia.

Iba en bicicleta de montaña por Oyarzun, por caminos de piedra con algún que otro caserío disperso por el cerrado valle. Cuando bajaba una pendiente pronunciada que terminaba en una fuerte subida, aparece en la hondonada lo más temido por un ciclista: perros sueltos. Eran dos, uno enorme y otro más chico. Empiezan a ladrar con furia mientras corren hacia mí. Era absurdo dar la vuelta y ponerme a subir. Irme hacia otro lugar, imposible, pues el camino estaba flanqueado por dos tupidos bosques llenos de maleza y en pendiente. No podía hacer nada. La verdad es que pasé miedo. De forma irreflexiva, cuando los tenía como fieras enfurecidas ya a cinco metros, lancé un grito que sonó en todo el valle como un trueno: ¡NOOOOOO! Yo mismo me quedé sorprendido de la contundencia y energía del grito. Los perros también, pues se quedaron quietos en el momento asustados por mi furia. Paralizados ellos, pasé sin problema.

Así se lucha contra la lujuria. ¡Noooooo! Sin dialogar. A distancia. Sin miedo. ¡No dialogar con las tentaciones! Desde el primer momento, gritar ¡Noooooo!

Señor, cortaré desde el principio, evitaré las ocasiones, diré un rotundo «no», sin dialogar, porque quiero mantener el corazón puro y limpio. Que sólo sepa amar. Además, que no olvide que tú nunca permites que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Gracias, Señor, por vivir conmigo, junto a mí, y en mí.

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Cuando lo hayas hecho, termina con la oración final. 

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