San Anselmo, Obispo y Doctor de la Iglesia. Siglo XII.

De Aosta, de noble familia, abandonó la casa paterna y se fue a Francia y, posteriormente, a Bec. Se convirtió en un eminente profesor, elocuente predicador y gran reformador de la vida monástica. Sus obras filosóficas provienen del vivo impulso del corazón y de la inteligencia

¡Cómo hay cristianos que se acuestan sin vida eterna!

Cuando se acerca el fin del año, es frecuente encontrar noticias en las que los gobernantes dividen el tiempo entre el presente y a partir del 1 de enero. Que si subirá el precio de la electricidad, que si bajarán los impuestos de no sé qué, que si desaparecerá tal otro impuesto, que la inflación bajará… Una línea divisoria que marcan los políticos: hasta ahora, y a partir del comienzo del año.

Los hombres siempre han dividido el tiempo entre el presente y el tiempo —si lo hay— que comienza después de la muerte. Tiempo actual y tiempo venidero, podríamos llamarlos. Otra línea divisoria marcada por la muerte.

Sin embargo, desde Cristo y su Pascua, la línea divisoria se ha cambiado. A la muerte se le ha vencido, y la división del tiempo ya no la impone ella. Jesús ha resucitado. Aquella división del tiempo ha saltado por los aires. Ahora es distinto. La vida temporal y la vida eterna no va una detrás de la otra, como si la vida eterna viniese a continuación y siguiendo a la vida temporal. ¡Qué va!

Es un error bastante común pensar que la vida eterna es la que viene después de la muerte. No. Dice Jesús: «Quien escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna… y ya ha pasado de la muerte a la vida»(Juan 5, 24), ¡… ya tiene vida eterna!

Se le llama vida eterna no porque empiece en la eternidad y no tenga nada que ver con nuestro tiempo, sino porque empieza ahora y no terminará nunca. «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y el que vive y cree en mí no morirá para siempre» (Juan 11, 25).

Ya tenemos la vida eterna, la vida de Dios, una vida nueva… Esta vida es la gracia de Dios. El cielo ya empieza en esta vida, el Reino de Dios ya está entre nosotros, en el corazón de los que se han abierto a Jesucristo.

Por esto, una constante en los cristianos es la de ser hambrientos de la vida nueva, golosos de la gracia. Como el niño glotón al que le ofrecen un capazo de golosinas, que coge con las dos manos todas las que puede después de haberse llenado los bolsillos y la boca… así los cristianos deseamos que la gracia de Dios nos llene hasta «salirnos por las orejas»…

«Llena eres de gracia», le recordamos contentos de que así sea María. Y nosotros se la pedimos continuamente: «Infunde, Señor, tu gracia sobre nosotros…», «Te suplicamos, Señor, que derrames tu gracia en nuestras almas…»

Cuentan que algunos alumnos de santo Tomás de Aquino le preguntaron qué quería que ellos transmitiesen a las generaciones siguientes cuando él hubiese muerto. Dicen que no contestaba. Sus alumnos insistieron otra, otra y otra vez: querían como un testamento de un filósofo y teólogo que ha sido de los mejores de la historia, a quien seguimos estudiando hoy día, siete siglos después. Al final, santo Tomás se decidió a hablar. Con un tono algo misterioso, con gesto de pena, de desconsuelo y con cierta tristeza, dijo algo así como «nunca podré entender cómo hay cristianos que se acuestan sin estar en gracia». Ése era el testamento del gran intelectual y santo.

En medio del tiempo vivimos lo eterno. Sin la vida eterna, vivimos muertos, y la muerte tiene el poder sobre nosotros. Cuando el bien nos deja indiferentes o nos aburre, y sin embargo el mal nos atrae y nos domina y es lo único que nos parece divertido… es que la vida eterna es escasa o está ausente en nosotros.

Señor resucitado, te suplicamos que derrames tu gracia en nuestras almas, que la derrames abundantemente porque quiero estar lleno de gracia, vivir tu vida eterna aquí, ser transformados por tu vida. Ése es tu regalo gratuito a nosotros los hombres. Vivir movidos por una fuerza superior, por un amor imposible para nosotros solos, vivir con pasión por el bien, vivir aborreciendo el mal. Santa María, llena eres de gracia, intercede por nosotros y que ningún cristiano se acueste sin tener en él vida eterna.

Repasa cómo valoras vivir en gracia, si eres goloso, y puedes decirle que te cambie en lo que veas que necesitas cambiar…

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