San Abdías, Profeta del A.T. Siglo V a.C.

El libro de Abdías es el más corto de los libros proféticos. Después del exilio del pueblo de Israel, anunció la ira del Señor contra las gentes enemigas.

El examen y el corrector

Cuando un profesor, corrigiendo exámenes, es descaradamente benévolo y casi «regala» las notas, solemos decir que «Don fulano es como un padre» o que «Fulanita es como una madre».

Pues bueno, la fe nos enseña que inmediatamente después de morir tendremos un juicio particular, cada uno a solas con Dios. Un juicio es un examen; un examen es un juicio. En ese juicio, en ese examen de nuestra vida que tendremos cuando muramos… ¡¡¡el que nos examina es nuestro Padre!!!

¿Recuerdas el examen al hijo pródigo? Se porta mal con su padre, se va de casa, malgasta el dinero… pero vuelve diciéndole: perdona, padre, he pecado contra el Cielo y contra ti. El padre examina y da su nota, su juicio: un abrazo emocionado, besos y… organiza una fiesta.

Si le queremos querer, y le pedimos perdón de aquello en lo que no nos hemos portado bien, nuestro Padre Dios nos recibirá entre besos.

Por eso es bueno vivir estas dos costumbres cristianas:

a) Confesarnos con frecuencia, semanalmente si nos es posible.

b) Hacer un examen de conciencia todas las noches, en dos minutos, cuando nos acostamos. Consiste en repasar el día y dar gracias a Dios por lo bueno y pedirle perdón por lo malo.

No es lógico el miedo que algunos cristianos parecen mostrar ante el juicio. San Pablo dice con asombro: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas?» (Romanos 8, 31-32).

Dios, Padre mío, quiero hacer el examen todas las noches, ponerme delante de ti para pedirte perdón y recibir un abrazo tuyo. Y cada semana, lo mismo, en el sacramento de la confesión. ¿Por qué voy a tener miedo al juicio? Eres mi Padre y todo lo llevaré al día. Gracias.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús de la suerte que supone saberte tan querido por Él: vivimos en su compañía, morimos en su compañía… y Él nos recibe desde el primer momento. Después termina con la oración final.

 

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