San Cristobal Magallanes y compañeros, mártires mexicanos. Siglo XX

Sacerdote y mártir mexicano, piadoso y servicial. Fué perseguido por el ejército federal durante la Guerra de los Cristeros y, finalmente, detenido y ejecutado.

Guadix: ¡era su hijo!

En 1808, el ejército de Napoleón, que ya había entrado en España, llegó hasta la pequeña localidad de Guadix. El gran escritor Pedro de Alarcón era de por allí, y relata algunos sucesos ocurridos en su pueblo. Éste entre otros:

«[El general recibe noticias de boca del jefe de la expedición.]

»—¿Cuántos prisioneros traéis? —le pregunta—. ¡Necesitamos ahorcarlos para que escarmienten los demás pueblos del partido!

»—¡Sólo traigo dos: un viejo y un muchacho! ¡En toda la villa no encontré más enemigos! —responde el jefe bajando los ojos.

»Entonces el general no puede por menos que admirar la actitud verdaderamente antigua, clásica, espartana de aquellos montañeses. Pero, con todo, insiste en que sean ahorcados los dos débiles prisioneros…

»Nuestros padres nos han referido muchas veces de aquella ejecución… Pero nosotros la contaremos rápidamente… Son de índole demasiado feroz para que la pluma se detenga en su relato.

»Ataron una soga al cuello del niño, y lo arrojaron desde un mirador de la casa del ayuntamiento a la plaza mayor del pueblo. Rompiose la soga, que sin duda era vieja, y el niño cayó contra el empedrado. Anudaron la parte rota, tornaron a subir a la pobre criatura, lo colgaron de nuevo, y la soga se volvió a romper. El niño quedó en el suelo sin poder moverse. No había muerto pero todas sus costillas se habían roto. Entonces un oficial de dragones, conmovido al mirar que se pensaba en colgarlo por tercera vez, llegose al infeliz… y le deshizo la cabeza de un pistoletazo.

»Saciada de este modo, al menos por aquel día, la ferocidad de los vencedores, dignáronse perdonar al anciano enfermo, el cual había presenciado toda la anterior escena acurrucado al pie de una columna, esperando a que le llegase su vez de ser ahorcado. Diéronle, pues libertad, y el pobre viejo salió de la plaza corriendo y tambaleándose, y tomó el camino de su pueblo, donde murió de tristeza aquella misma noche. ¡El niño asesinado… era su hijo!»

¡Pobre niño… y pobre viejo! Quizá nos podamos haber acostumbrado al drama de la cruz ¡Pobre Jesucristo… y pobre María!

Madre mía, que no me acostumbre a ver crucifijos; que no me acostumbre a vivir la Misa como si allí no ocurriese nada, como si nadie sufriese en ella. Ayúdame a ser generoso e ir a Misa con toda la frecuencia que me sea posible, y que ponga todo el corazón: ¡que en la misa vea personas! ¡que necesite la Misa!

Continúa hablándole con tus palabras un rato.

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