San Ireneo de Lyon, Obispo y Mártir. Siglo II.

Oriundo de Asia Menor, en su juventud tuvo contacto con Policarpo de Esmirna, a través del cual se une a los Apóstoles. Sucedió al obispo mártir San Fotino y gobernó la Iglesia de Lyon hasta su muerte.

Napoleón lo hubiera hecho mejor

Eran dos gemelos. Los dos eran más o menos igual de inteligentes, con un físico prácticamente igual, y las mismas posibilidades. Sin embargo, uno de ellos era de la selección de balonmano, y el otro no. Uno le daba bien al tenis, el otro no. Uno hablaba suelto el inglés, el otro no. Siempre el Uno era el mismo, y el Otro que no también era siempre el mismo. Tenían unos 13 años.

Una tarde de primavera coincidieron las cosas de manera que estuvimos en una pista de tenis. Allí entendí todo. Empezamos a pelotear, pero vi que eran completamente distintos. Primero empezamos el Otro y yo; duramos muy poco, no sé si un par de minutos. Fue cuestión de tirarle cinco bolas al revés, fallar él unas cuatro o cinco, y despedirse: «Lo siento, yo no juego más; que pase mi hermano, porque no sé jugar: siempre fallo el revés.» No hubo forma de convencerle de que todos fallamos unas mil veces el golpe de revés hasta que empezamos a dirigirlo más o menos, y aun así el índice de fallos continúa siendo altísimo hasta que se lleva meses o años entrenando el golpe.

Sin tenacidad, no hay quien consiga nada en la vida. Cuando nos proponemos vivir algo —ser trabajador, sincero, buen amigo, cambiar algo del carácter que no es cristiano, ser optimista, no meterme con tal persona, aprender a hacer oración, obedecer…— no sale a la primera. Tenemos que pelearlo con tenacidad hasta que sale.

«Napoleón —escribe el historiador André Maurois— decía que el arte de la guerra consiste en ser el más fuerte en un punto dado. El arte de la vida consiste en buscar un punto de ataque y concentrar en él todas las fuerzas.» Para eso, elegía un punto determinado, y una vez lo tenía claro, utilizaba una palabra, palabra que bastaba para que ya nada le detuviese hasta conseguirlo. Ésta era la palabra: «Ejecútese.» Ya no había nada que pensar; todo el ejército seguía a su emperador poniendo todo el esfuerzo de que uno era capaz para realizar su mandato.

Ojalá también sepamos nosotros decir «Ejecútese», y a partir de ese momento poner intensidad y tesón en sacar adelante lo que nos hemos propuesto. El lema es éste: no hemos terminado hasta que lo conseguimos. ¡Ejecútese!

¡Qué mala enfermedad esa de proponerse cosas y no hacerlas! Lo que te propongas… ¡ejecútese! Nos tenemos que obedecer, tenemos que dominarnos… Leía una carta de Clemente I, el tercer papa, a los cristianos. Les dice pocas cosas, pero una de ellas es acerca del dominio de sí. San Pablo también habla en varias ocasiones del dominio de sí. Hasta que no consigamos lo que nos proponemos, no parar. Y con los propósitos… no te hagas muchos, o no te hagas ninguno… pero si te haces uno, cúmplelo; de otra manera, terminarás por no hacerte caso a ti… ni tú mismo.

Señor, ayúdame a ser tenaz, a insistir, a no tirar la toalla hasta que consiga lo que me he propuesto. Por supuesto que cuento con tu ayuda, pero tú cuentas con mi tenacidad. ¿En qué estoy luchando últimamente? ¿Soy constante en la lucha o, en cuanto algo no me sale en los primeros intentos, abandono? Ayúdame, Señor, a ser contundente en lo que me propongo.

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Cuando lo hayas hecho, termina con la oración final. 

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