Santa Marta, hermana de Lázaro y María.

Disfrutó de una especial amistad con Jesucristo. Con sus oraciones pidió la resurrección de su hermano con las siguientes palabras: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido al mundo».

Disparar a las piernas

Lo habrás visto en muchas películas. Unos prisioneros intentan con esfuerzo huir de su encarcelamiento. Han diseñado varias estrategias y con mucha paciencia, paso a paso, preparan la fuga. Se suceden mil peripecias y consiguen superar no pocos obstáculos. Por fin, saltan la alambrada, a punto de conseguir la libertad. Pero los guardianes, que lo han descubierto, disparan a los fugitivos. No les interesa darles muerte, basta con herirles en las piernas, así no podrán correr y no podrán seguir avanzando.

¡Cuántas son nuestras luchas para salir de la prisión de nuestros defectos: pereza, mal humor, impureza, faltas de caridad! Lo intentamos una y otra vez. En ocasiones, cuando estamos a punto de alcanzar «un poco de libertad» sucumbimos a una trampa que paraliza nuestros movimientos: el desánimo. «Es muy difícil, no puedo, no vale la pena volver a intentarlo»… y volvemos a nuestra prisión sin ánimos para salir de allí. Y dejamos de caminar.

Éste es el peor enemigo que todos tenemos: el desánimo, la desesperanza.

Pero… ¿sabes lo que hay en el fondo del desánimo? Tengo el convencimiento de que el desánimo se introduce en quien quiere hacer de sí mismo alguien grande, y se ha olvidado de que lo interesante es dejar hacer de sí mismo alguien amado a lo grande. Quiero decir: quien se olvida de luchar por amor a Jesús, por gustarle más, por agradarle, por ser mejor instrumento suyo… es fácil presa del desánimo, de los altibajos, de las temporadas tremendamente desiguales.

Es interesante que precisamente hoy que celebramos a santa Marta consideremos esto. Sí, porque «Jesús amaba a María, a su hermana Marta y a su hermano Lázaro», dice el evangelio. Le invitaban a su casa en Betania, le hacían pasar buenos ratos, tenían confianza con él. Así no se cae en la desesperanza.

Tú, Jesús, nos has dicho: «Venid a mí los que estéis cansados y agobiados que yo os aliviaré.» Quiero aprender que tú eres el Camino: cuando las cosas cuesten y me parezca que no puedo, acudiré a ti y seguiré caminando. Quiero que el sagrario sea Betania, donde pasemos juntos buenos ratos y donde te encuentre. Así desterraré de mi vida cualquier desánimo.

Ahora puedes seguir hablando con el Señor con tus propias palabras. Procura terminar con un pequeño propósito. Después puedes recitar la oración final.

Ver todos Ver enero 2022