Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, Fundadora. Siglo XIX.

De familia religiosa, se hace franciscana terciaria, dedicándose a la enseñanza.  se dedicó a la atención de ancianos abandonados, acabando fundando en 1973 la Congregación Religiosa de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.

No soy el Rey León

Al hombre le gusta ser rey. Todos buscamos ser reyes en nuestro ámbito, en nuestras posesiones, aunque éstas sean pequeñas o de poco valor, ahí somos los únicos dueños y señores, en ese lugar no tenemos que dar cuenta a nadie. Es la tentación del paraíso: «Seréis como dioses, seréis como reyes.»

El único rey es Dios, los demás son usurpadores. La vida de Jesús es sorprendente: es rey de una manera muy peculiar. Nace en la oscuridad de la noche, en un lugar pobre. Luego permanece durante mucho tiempo con una vida oculta, trabaja en un oficio normal, poco brillante. Huye de la muchedumbre cuando quieren hacerle rey del mundo. Explica a Pilatos que su reino no era de este mundo. En la tierra toma como trono la cruz, sin embargo en el cielo su trono será real a la derecha del Padre. Jesús nos enseña cuál es nuestro sitio.

Mira lo que decía Mitsuo Aida, hombre importante del Japón: «A veces asisto por la televisión a la inauguración de túneles y puentes. He aquí lo que normalmente sucede: muchas celebridades y políticos locales se colocan en fila, y en el centro está el ministro o gobernador del lugar. Entonces cortan la cinta y cuando los directores de la obra regresan a sus despachos se encuentran allí con varias cartas de agradecimiento y admiración. Las personas que sudaron y trabajaron por aquello, que se agotaron con la pala en verano o permanecieron al sereno en invierno para terminar la obra, jamás serán vistas; parece que la mejor parte se reserva para aquellos que no derramaron el sudor de sus rostros.

»Yo quiero ser siempre una persona capaz de ver esos rostros que no serán vistos, los de aquellos que no procuran fama ni gloria, sino que simplemente cumplen el papel que les es destinado por la vida. Quiero ser capaz de esto, porque las cosas más importantes de la existencia, las que nos construyen, jamás mostraron sus rostros.»

¡Que ocupemos nuestro lugar! Es necesario que aprendamos a estar en nuestro sitio. Sentiremos el impulso de llamar la atención, de decir la última palabra, de querer destacar, de que se nos mire y admire, que se nos tenga en cuenta, de salir en todas las fotos, de ser como salsa que pretende ir bien con todos los platos… Esa forma tonta de ir de reyes es un fracaso: porque nos hemos salido de nuestro sitio, porque pendientes de nosotros mismos no pensamos ni podemos amar a los de al lado, porque con este amor desordenado al propio yo sufriremos porque los demás no nos reconocerán y enfadados nos desuniremos y sembraremos tensión… 

No hace falta que salgamos siempre en la foto. Vamos, sin embargo, a ser cimiento: gracias a nosotros el edificio se mantiene en pie, en casa hay paz, los amigos lo pasan bien, los demás crecen, hay buen ambiente y están unidos…

Cuando encarnamos la figura de rey, caemos en el error de todos los errores: nos pasa como a Judas, que no se conformó con ser administrador de la bolsa sino dueño y por empezar a robar de ella acabó traicionando a Jesús. Como a Adán, que por querer hacerse dueño del paraíso no se conformó con ser el administrador y se quedó sin paraíso tanto él como sus descendientes. También los fariseos cometieron el mismo error al hacerse dueños de la ley y no sus servidores: acabaron por complicar esa misma ley y deformarla. Lo mismo el joven rico, que al querer seguir manteniendo el dominio de sus posesiones y no dárselas a los pobres le llevó a perder el camino y la vocación.

El hombre no debe aspirar a ser rey sino santo. Por esto mismo Dios habla del Reino de los cielos, que es algo muy distinto al Reino de este mundo.

Señor, dame la humildad de reconocer mi sitio y así podré amar a los demás. Si no, pensando en mí todo el día, no puedo quererles. Además, es tan absurdo gastar la vida intentando que los demás me admiren y me tengan siempre en cuenta… Que no quiera llamar la atención, que gaste mis fuerzas en ser santo, esto es, en amarte y contigo a los demás como tú nos amas: con palabras y con obras, con el corazón y con la voluntad, con toda mi alma. Enséñame a pasar desapercibido, a no ser sal de todos los platos.

Puedes comentarle lo leído, o lo que tengas en la cabeza estos días. Háblale si aspiras más a ser rey que santo…

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