Santiago, apóstol. Siglo I

Discípulo de Jesús, tuvo mucho amor al Señor y entregó su vida por el evangelio. Presenció la resurrección de la hija de Jairo y la transfiguración en el monte Tabor. Miles de peregrinos lo veneran en Santiago de Compostela.

Almas pueblerinas y magnánimas

Íñigo y Santiago eran gemelos y los pequeños de la casa. Iñi y Santi les llamaban todos. Un día que le tocó a Iñi rezar el Padrenuestro en voz alta: «Padre nuestro, que estás en el cielo, iñificado sea tu nombre…» Pensaba que cada uno tenía que poner su nombre en la oración: su hermano pedía ser santificado y él debía pedir ser iñificado. Hoy celebramos al apóstol Santiago, que sí fue verdaderamente santificado por Dios.

Alguien describía a los santos como personas con boca y manos grandes, muy grandes. Boca para pedir cosas maravillosas y manos para recibir de Dios beneficiosos enormes. Grande en latín se dice «magnus», y de ahí viene el nombre de una virtud de la que no se habla mucho: la magnanimidad, la virtud del ánimo grande, del alma grande.

Hay almas que se hacen pequeñas y almas que crecen. Si seguimos con el latín, pequeño se dice «pusillus», y alma, «anima». A las almas pequeñas se las llama pusilánimes. Sería bueno, durante este mes, hacer ejercicios de magnanimidad y combatir la pusilanimidad.

El magnánimo sueña con ideales, le gusta la aventura, siempre quiere más, prefiere lo «más mejor» y no lo «más cómodo», está abierto a otras formas de pensar y vivir, le preocupa el mundo, se moja en asuntos en los que quizá él no saca ninguna ventaja material pero sí hacen mejor el mundo o favorece a algunos…

Los sueños del pusilánime, sin embargo, no van mucho más allá de que gane su equipo o le inviten a una fiesta. Si las cosas dependen de lo que él haga, se conforma con cualquier cosa: «así está bien, para qué te empeñas en hacerlo de otra manera, con esto basta». Si las cosas las hacen otros, el pusilánime ya se hace algo más exigente: «menuda porquería, para hacerlo así no hagas nada, es un vago, no hay derecho, para eso le pago», protesta. El pusilánime prefiere tratar sólo con los que son y piensan como él, los demás son raros y los evita porque le cuesta estar cómodo con ellos: suele tirar más al grupito cerrado, más o menos amplio pero bastante cerrado. Si no le dan dinero o alguna ventaja no se implica en las cosas: «el mundo es así, no vamos a cambiarlo», o «ya lo hará otro». Vive en su mundito. Su boca y sus manos son pequeñas, pide a Dios por lo suyo y lo que le hará la vida más cómoda, porque su alma está tan empequeñecida que no hay otras preocupaciones. El pusilánime suele ahogarse en un vaso de agua, o nada muy bien pero sólo en su piscinita luciendo músculos.

Necesitamos ser magnánimos si queremos seguir a Cristo y ser sus apóstoles. ¿Cómo va a hacer milagros el Señor a través de un pusilánime? Es imposible. Hoy celebramos la fiesta de alguien que fue magnánimo, seguro. «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?», preguntó Jesús a él y a su hermano. La respuesta fue contundente y rápida: «Sí, podemos». Eran magnánimos, su espíritu era capaz de emprender cualquier propuesta con tal de hacer algo grande en la vida. Y trajo la fe hasta Galicia, paso a paso: debió de ser algo duro-duro-duro, pero también una aventura formidable, de la que seguimos disfrutando hoy muchos otros, después de siglos. La vida de los magnánimos beneficia a miles de miles de personas: ¡eso siempre!

Tu alma era grande y Dios pudo hacerte apóstol. Sólo podré ser apóstol y llevar a Cristo a todos los rincones del mundo, o de mi país, o de mi ciudad, si mi alma es grande. Que no sea pueblerino en mis peticiones, en mis deseos, en mis sueños… Enséñanos la magnanimidad de Jesús. Madre de los apóstoles, ruega por nosotros.

Ahora puedes seguir hablando con el Señor: quizá puedes preguntarle si te ve magnánimo o pusilánime. Comenta algunos de los rasgos que han salido en el texto en los que te ves retratado. Quizá puedas concretar un punto para cambiar. Después puedes recitar la oración final.

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