San Pedro Damián, Obispo, Cardenal y Doctor de la Iglesia. Siglo XI.

De Ravena, dirigió una abadía de ermitaños y fundó otras cinco comunidades, antes de ser nombrado Cardenal y Obispo de Ostia. A pesar de su severidad y disciplina, sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia.

Algunos muros gritan

Hace unos años, el dominico Fr. Radcliffe predicaba al capítulo de los benedictinos, religiosos que siempre viven en monasterios. Al principio parece que se mete con ellos: «Lo que resulta más obvio de la vida monástica es precisamente que ustedes no desempeñan ninguna función concreta. Trabajan la tierra, pero no son agricultores. Enseñan, pero no son profesores. Quizá incluso tienen a su cargo hospitales o misiones, pero su papel no es ser ante todo médicos o misioneros. Ustedes son únicamente monjes que siguen la Regla de san Benito. No tienen como misión hacer nada en particular. Habitualmente, los monjes son personas que están muy ocupadas. Raramente se encuentran ociosos, pero la actividad no es el propósito de su vida. El Cardenal Hume escribió una vez sobre los monjes: “Cuando nos miramos a nosotros mismos, no vemos que tengamos una misión o función particular en la Iglesia. No nos ponemos en camino para cambiar el curso de la historia. En ella, desde el punto de vista humano, sólo estamos casi por accidente. Y afortunadamente, seguimos adelante, sencillamente estamos ahí.”».”

Parece que estaba diciéndoles a los benedictinos en su cara que son inútiles, que no sirven para nada, que hacen cosas pero que son chapuceros o poco serios y, en el mejor de los casos, prescindibles. Pero nada de eso. Explicaba entonces que lo interesante de los monjes es precisamente eso, que no tienen un objetivo explícito, que no se mueven para conseguir cosas concretas, que no viven con retos y planificaciones. Y eso es lo interesante porque eso es «lo que revela a Dios como la razón de ser, escondida y secreta, de sus vidas. Dios se manifiesta como el centro invisible de nuestras vidas cuando no intentamos buscar la razón de nuestra existencia en otra cosa. La característica fundamental de la vida cristiana es solamente estar con Dios. Jesús dice a sus discípulos: “Permaneced en mi amor” (Juan 15, 10). Los monjes están llamados a permanecer en su amor».

Así es. Los monjes gritan al mundo que Dios puede ser la única razón de la vida, que no hace falta nada más que Dios para vivir y ser feliz. ¡Basta con amar a Dios para ser feliz! O, en palabras de santa Teresa, «sólo Dios basta».

No sólo los monjes, sino todos los cristianos, vivimos esta verdad: sólo Dios basta, la razón de la vida es permanecer en su amor, no salirnos del abrazo de nuestro Padre. Trabajamos, lo pasamos bien con mil fiestas y salidas, disfrutamos con la música, el deporte, la ropa… y tantas cosas formidables de este mundo. Y en todo eso vemos a Dios como quien al leer un sms ve a quien se lo envía. Permanecemos en el amor de Dios dejándonos abrazar por su creación. Ahora bien: si no le tratamos, dejamos de verle a él en lo que hacemos, es más, lo que hacemos nos distrae de él, nos llena el corazón y nos aleja de Dios.

Cada vez que veamos un convento, un monasterio, que oigamos el grito sin palabras que sale de esos muros: «Permaneced en mi amor», para ser feliz no necesitas nada más que Dios, sólo Dios basta, tu convento es el mundo…

Gracias, Dios mío, por todos esos hermanos míos que desde sus conventos y monasterios nos hablan de ti y del sentido de la vida. Que yo, estando dentro del mundo viva unido a ti, viéndote detrás de todo, que con mi vida recuerde a todos lo que los monjes recuerdan con la suya. Tú has querido que como los monjes viva sólo de tu amor, pero mi monasterio es la calle, el mundo, la universidad y el mercado, la fábrica y el despacho, el campo de deporte y la pista de entrenamiento, el local del bar y mi dormitorio… En todo te veo a ti y estoy contigo, en todo recibo tu amor y te doy el mío.

Es el momento de hablarle con tus palabras. Pídele con deseo de que te lo conceda permanecer en su amor todos los días en todo lo que hagas.

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