Santo Tomás de Villanueva. Siglo XV.

De Ciudad Real, Ingresó en la Orden de los Agustinos de Salamanca y fue ordenado sacerdote. Sobresalía por su caridad. Llegó a ser arzobispo de Valencia, en contra de su humilde voluntad, y destacó por sus sermones, que hacían arder y conmover corazones.

Templado

Un estudiante de arquitectura me contaba a la vuelta del verano que había estado en Tierra Santa con su familia. Había disfrutado y había rezado bien. Pero le alegraba de manera singular el hecho de que se había dado cuenta de lo que le pedía el Señor. Esto es lo que le había hecho saber el Maestro: «Si vives continuamente en los excesos, no podrás entenderte conmigo.» Decidió hacerle caso y pronto se estaba dando cuenta de que tenía toda la razón. No salir hasta las mil, no beber en exceso, no dormir en exceso, no estar en el ordenador en exceso, no comer en exceso, no… La formulación positiva sería ésta: ¡ser templado en todo!

El temple es un tratamiento térmico que consiste en calentar un metal a altas temperaturas y enfriarlo después en agua a gran velocidad. De esta manera se consiguen mejorar algunas propiedades del metal, por ejemplo, la dureza. Así, si se habla de una espada templada o con temple, lo que se dice que es una espada flexible pero superdura.

Pues bien: el hombre templado adquiere la dureza y flexibilidad necesaria para seguir a Cristo, entenderse con él y ser capaz de amar con obras a los demás.

Contra la gula, templanza. La templanza se logra con vencimientos pequeños, en cosas pequeñas que, a veces, suponen gran esfuerzo. Un ejemplo gráfico lo cuenta santa Teresa de Lisieux:

«Durante mucho tiempo, en la oración de la tarde estuve colocada delante de una hermana que tenía una rara manía (…). Apenas llegaba esta hermana, se ponía a hacer un ruido extraño, semejante al que se haría frotando las conchas una contra otra. Al parecer, nadie se apercibía de ello más que yo, pues tengo un oído extremadamente fino (demasiado a veces). Imposible me resulta, Madre mía, deciros cuánto me molestaba aquel ruidillo. Sentía grandes deseos de volver la cabeza y mirar a la culpable (…); ésta hubiera sido la única manera de hacérselo notar. Pero en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios y por no causar pena a la hermana. Así que permanecí tranquila, procurando unirme a Dios y olvidar el ruidillo… Pero todo era inútil; me sentía bañada en sudor; y me veía obligada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento. Pero al mismo tiempo que sufría, trataba de hacerlo, no con irritación, sino con alegría y con paz, al menos en lo íntimo del alma. Me esforzaba por hallar gusto en aquel ruidillo tan desagradable; en lugar de procurar no oírlo (cosa que era imposible), ponía toda mi atención en escucharlo bien, como si se tratara de un concierto maravilloso, y toda mi oración (que no era precisamente oración de quietud) se me pasaba en ofrecer a Jesús aquel concierto.»

Quiero, Señor, ser templado. ¿En qué vivo con exceso? ¿En qué asuntos pequeños puedo templarme? Necesitas que sea fuerte para seguirte y amar. Quiero vivir esas peleas conmigo mismo, esas que sólo tú ves… pero que me hacen capaz de cosas grandes. Dame, Señor, la virtud de la templanza para poder vivir las siete virtudes capitales. Danos la templanza a todos tus hijos para que podamos entendernos contigo.

Puedes repasar con élalgún aspecto en el que habitualmente te mueves en el exceso. Coméntalo con él, y mira si te decides o no a ser templado en eso. Si ves que te supera, no te preocupes, y dile que te gustaría ser templado en eso, y que cuentas con él: deséalo. Después puedes terminar con la oración final.

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