San Nicolás, Obispo. Siglo IV

Heredero de una gran fortuna que pone al servicio de los necesitados. Fue detenido bajo el gobierno del emperador Licinio y liberado bajo el de Constantino. Participó en el Concilio de Nicea.

Niño

Los cristianos llamamos Tierra Santa a la tierra donde vivió Jesucristo. Desde el primer momento los creyentes veneraron y enriquecieron los lugares santos, de un modo especial aquellos sitios donde había tenido lugar algún suceso de la vida de Dios entre nosotros. Así, por ejemplo, como envolviendo la gruta de Belén construyeron una Iglesia que se cuida con especial cariño.

Durante un tiempo fue frecuente que los moros invadiesen Tierra Santa, y en ocasiones arrasaron los lugares más santos. Cuentan que en la iglesia construida sobre la gruta de Belén entraban a caballo. Para impedirlo, los cristianos bajaron la altura de la puerta. Ahora, para entrar en esta iglesia es preciso agacharse exageradamente. Si no te haces pequeño, no entras.

Este hecho es una gráfica imagen de lo que debe ocurrir en la Navidad. Para encontrar a Jesús en este tiempo es preciso hacerse pequeño, hacerse niño. «La Navidad no es apta para mayores»; para personas seguras de sí, excesivamente racionales, descreídas, que ya sólo se fían de su experiencia y de la lógica humana…

El tiempo de Adviento, esta intensa preparación de la Navidad, es tiempo oportuno para recuperar la condición de niño. Necesitamos volver a ser niños.

Hacerse niño delante de Dios es imprescindible para recibir y ser transformados por su santidad: «En verdad os digo —dice Jesús—, si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3-4).

Hacerse como los niños es saberse necesitado de ayuda como se sabe necesitado un niño: creer como cree un niño; confiar como confía un niño; ser sencillos como lo es un niño; rezar como reza un niño; pedir consejo y saberse ignorante como un niño; no darse importancia como no se la da un niño; levantarse de las caídas como se levanta del suelo un niño…

Madre Inmaculada, quiero hacerme pequeño: ser un hijo pequeño de mi buen Padre Dios. Solamente si me sé pequeño, necesitaré contar contigo. ¿Por qué me empeño en hacer las cosas solo? ¿Por qué desconfío de tu ayuda? ¿Por qué me parece posible sólo lo que yo veo posible? ¡Si Dios se hace niño… qué absurdo es que yo me resista! Gracias, Mamá. ¡Haz que con la sencilla fe de un niño pueda confiar en ti!

Ahora te toca, con tus palabras, preguntarte y preguntarle si eres niño o te haces el adulto, tengas la edad que tengas. Si no entiendes muy bien en qué consiste, dile que desearías que te lo fuese haciendo saber, cuando él quiera: ¡deseo convertirme y hacerme niño!

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