San Eulogio de Córdoba, Presbítero y Mártir. 800-859.

Por ocultar a una conversa hija de musulmanes, santa Lucrecia, fue juzgado ante el emir y condenado a decapitación, pese a que se le tenía gran admiración en la Córdoba musulmana.

En mi escaparate está todo lo que quieres

Las empresas dedican una buena parte de sus gastos a la publicidad. Se trata de que el producto que quieren vender resulte atractivo, que apetezca.

Tuve ocasión de ver cómo hacían un anuncio de una empresa de comestibles. Ofrecían unos pollos que sólo verlos cocinados se te hacía la boca agua. Sin embargo, al ver cómo lo realizaban en el plató, se te secaba de inmediato.

El pollo en cuestión estaba crudo; dentro le metían una buena bola de tela para que quedase hinchado; con una brocha gorda lo untaban de betadine —un líquido rojo que se usa para desinfectar heridas— que lo dejaba con un dorado brillante, como acaramelado; luego lo ponían en una reluciente fuente de cerámica y, por último, le echaban unas gotas de ácido que en contacto con el pollo producía unas siluetas de humo que daban una formidable impresión de recién sacado del horno. Realmente, parecía que el pollo gritaba «¡Cómeme!». Todo era un montaje, pero la estrategia puede servirnos. Si el marketing consistiese en repetir: «¡Come los pollos de esta marca!», seguramente no tendrían mucho resultado. Sin embargo, el marketing venía a decir: «Mira estos pollos, y serás tú quien querrá buscarlos en el mercado, comprarlos y comértelos».

La mejor manera de ayudar a los demás —a un amigo, un hermano, un hijo, a los propios padres— no es la de decirles mil veces lo que —a tu juicio— tienen que hacer. ¡Qué va! La mejor manera es ayudarles a querer lo que tú crees que es bueno que hagan. ¿Y cómo hacerlo? Tenemos que conseguir que brille en nosotros aquello que queremos que los demás elijan.

Es la táctica del buen frutero que da brillo a la manzana que quiere que compre el cliente que pase por allí. Pone lo mejor en el escaparate, a la vista de todos, para tentarles; todo limpio, apetitoso y reluciente.

Si quiero que un amigo trabaje más o sea sincero, que haga oración o sea positivo, que deje tal hábito o que se baje de la parra, que deje de criticar o que sea más autocrítico… lo mejor es que yo mismo me esfuerce por vivir mucho mejor eso mismo, de tal manera que brille en mí, que resulte atractivo, que sea capaz de contagiárselo. A lo mejor tengo que decírselo alguna vez, pero sobre todo… contagiárselo.

Dicen que el mejor predicador es fray Ejemplo. El mejor amigo es el que despierta el deseo de ser mejor a su amigo porque él mismo va por delante y le tira para arriba, el que le hace descubrir la fealdad de lo malo al tiempo que le hace sentir una sana envidia por la belleza de lo bueno.

Señor Jesús, que despertaste la admiración en tantos que convivieron contigo, que al verte exclamaban «Todo lo hace bien»; te pido que, aunque tenga mil imperfecciones, me esfuerce en vivir mejor aquello que quiero que mejoren los que tengo a mi lado. De esa manera, si ven el atractivo de tu vida en mí, te seguirán a ti. Gracias, Señor, y ojalá puedas servirte de mí para ayudar a todos.

Comenta con él lo leído, y manifiéstale deseos. Sí: pierde tiempo manifestándole deseos. Dice la escritura de David que era «varón de deseos», y que «los deseos del justo se cumplen». Sé tú también hombre o mujer de deseos grandes, y díselos. Escúchale también, a ver si te quiere sugerir cómo podrías contagiar y a quién.

Ver todos Ver enero 2022