San Quintín, Mártir. Siglo III.

Cuando el Papa San Cayo organizó una expedición de misioneros para ir a evangelizar a las Galias, Quintín fue escogido para formar parte de ese grupo. Cuentan las tradiciones que Quintín tenía el don de sanación.

Pringados en miel

Contaban un chiste algo malo y viejo. A varios famosos se les ofrecía el regalo de tirarse a una piscina. El agua que llenaba la piscina se convertiría en lo que ellos quisiesen. No tenían más que decir la palabra en el momento en el que, tras una breve carrera para coger carrerilla, se tiraban a su interior.

El primer famoso corrió y ya en el aire, gritó: ¡cerveza! Y cayó dentro levantando espuma y olas de cerveza; placenteramente se llenaba la boca de su bebida preferida. El segundo repitió la operación, y al grito de «¡Vino de Rioja!», la piscina estaba llena de esa bebida. Así el tercero y el cuarto. Cuando le llegó el turno al torpe —normalmente se cuenta poniendo el nombre de algún político con fama de torpe—, éste empezó la carrerita, se tropezó con un palo que por allí andaba suelto, y gritó: «¡caca!». Enseguida cayó en una piscina llena de excrementos, y chapoteando en aquel líquido asqueroso consiguió llegar hasta la escalerilla.

El chiste es malo. No pretendo arrancar ninguna risa. Pero la imagen sirve. ¿No es verdad que a veces pretendemos vivir la vida que Cristo nos enseñó, amar a los demás, que nuestro corazón sea limpio y puro… y sin embargo chapoteamos demasiado en porquería? Conversaciones sensuales, miradas a publicidad sensual, bromas sensuales, navegar en Internet con algo de curiosidad en páginas con contenido sensual… Así sería difícil que el corazón fuese limpio.

Dice el refrán: Agua que no has de beber, déjala correr. Es mejor dejar correr todas esas cosas, que además son bastante pegajosas. Había un anuncio cómico de una miel. La presentaba alguien que, mientras refería las magníficas cualidades de este alimento, abría un bote, cogía una cucharada y la servía sobre una pequeña tostada. Un poco se caía fuera, sobre el papel. Entonces apoyaba la cuchara en la mesa y trataba de limpiar el papel. Con las manos untadas en miel, cogía de nuevo el micrófono y lo pringaba… Todo se iba poniendo pegajoso, hasta no poder quitarse las cosas de encima: el papel pegado, el micrófono pegado, la corbata que toca la cuchara también se le pringa…

Lo sensual es pegajoso, y al final todo queda manchado. La forma de mirar a los demás, la manera de sentir, nuestros deseos, nuestra imaginación, los recuerdos y fantasías… todo se mancha de miel, todo queda pringado por la sensualidad… ¿Consecuencia? Nos hacemos sensuales, perdemos libertad para poder amar y pensar más y mejor en los demás.

Señor, quiero vivir la castidad, que es vivir libre, con el corazón capaz de amar al cien por cien. Evitaré lo que me pringue. Para una vida que tengo, no quiero perder ni un minuto pensando en mí, volcado sobre el placer egoísta. No quiero robar a los demás lo que pueden recibir de mí: y para eso necesito la cabeza limpia, capaz de ponerme en su lugar y de adivinar lo que puedo ofrecerles.

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído, y si chapoteas en la sensualidad. Cuando lo hayas hecho, termina con la oración final.

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