San Pancracio, mártir adolescente. Siglo IV

Convertido al cristianismo por su criado. El emperador Diocleciano lo mandó llamar para que renunciase a Jesucristo, pero se mantuvo fiel. Fianlmente fue condenado a muerte y le cortaron la cabeza.

¡Mi vida no es mía!

Si nos ponemos en la piel de María, algo que sorprende es la rapidez con que dice «Sí» a lo que Dios le pide, la generosidad ante su vocación. ¿Sabes por qué actúa así? Porque es consciente de algo muy importante que muchos no sabemos, o si lo sabemos enseguida lo olvidamos: su vida no es suya.

García Morente, filósofo no creyente, se convirtió al darse cuenta de esto. Él lo explica con estas palabras que, aunque no son fáciles, si las lees con atención verás lo verdaderas que son:

«Mi vida, los hechos de mi vida, se habían realizado sin mí, sin mi intervención [se refiere al trabajo que tenía, las amenazas que recibió, tuvo que emigrar a Francia y a América dejando a su familia…]. Yo los había presenciado pero en ningún momento provocado. Me pregunto, entonces: ¿Quién, pues, o qué era la causa de esa vida que, siendo mía, no era mía? Lo curioso era que todos esos acontecimientos pertenecían a mi vida pero no habían sido provocados por mí; es decir, no eran míos. Entonces, por un lado, mi vida me pertenece, pero, por otro lado, no me pertenece, no es mía, puesto que su contenido viene en cada caso producido y causado por algo ajeno a mi voluntad. Sólo encontraba una solución para entender la vida: algo o alguien distinto de mí hace mi vida y me la entrega.»

Lo importante es que nosotros seamos buena tierra para Dios. Que lo que él quiere hacer en nuestra vida con nosotros… pueda hacerlo. María le da su cuerpo y su alma para que pueda crecer nueva vida. Gracias a esto es Madre de Dios, porque es tierra buena en la que Dios puede sembrar la semilla de la Palabra que es su Hijo. Los cristianos aprendemos de nuestra Madre a ser tierra en la que Dios pueda sembrar. Que cada uno hagamos nuestra vida entre los dos —entre Dios y yo—, como María.

Madre mía, enséñame esta lección: mi vida es mía y no es mía. Alguien distinto de mí hace mi vida y me la entrega. Yo con libertad la vivo como quiero, pero hay Otro que me la entrega con un para qué, con un fin, con una misión; alguien que necesita de mí y cuenta conmigo. Quiero ser buena tierra. Por eso mi vida es mía y es de Dios: somos copropietarios. Mi vida es para Dios, y por Él, para los demás, porque libremente quiero hacer el bien.

Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole tu vocación o la ilusión que tienes de conocerla. Después termina con la oración final.

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