San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno. Siglo IV.

Obispos y doctores de la Iglesia. Fueron los primados de Cesarea y Constantinopla (ambas en la zona de la actual Turquía), respectivamente. A San Gregorio lo llamaron “el teólogo” por su defensa de la divinidad de Jesús.

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¡Atención! circunferencias al desnudo.

¡Este año tiene que ser redondo! No lo dudes: redondo. Y no es difícil: es cuestión de trazarlo con compás. Así de sencillo: con compás.

¿Alguna vez has intentado dibujar una circunferencia a mano alzada? No hay que ser muy inteligente para imaginar lo difícil que es y, por maña que uno tenga… siempre queda imperfecta. Sin embargo, todo cambia cuando tienes un compás. Las circunferencias están al alcance de todos gracias a este sencillo instrumento. Lo más difícil pasa a ser algo que hasta un niño puede hacer con los ojos vendados.

¿Y cuál es el secreto del compás que ha despojado a las circunferencias de todo su misterio? Tener un centro firme, fijo y bien sujeto, sobre el que apoyarse y alrededor del cual poder girar sin obstáculos el lápiz que trace la circunferencia.

Dibujar nuestra vida cristiana este año que empezamos ayer puede ser tan sencillo como trazar una circunferencia con compás: lo único que tenemos que afianzar, lo que tiene que preocuparnos de verdad, es tener un centro firme, cavado en roca como los cimientos de la parábola, alrededor del cual podamos vivir a nuestras anchas. ¿Cuál es ese centro sobre el que construir seguros nuestra vida? Atento: ¡QUE DIOS ME AMA!

Algunos se lanzan a vivir sin ese centro. Pero, como ocurre con las circunferencias, sus vidas saldrán irregulares y defectuosas. El problema, la diferencia radical es que si sale mal la circunferencia se hace otra y basta; pero nuestra vida no se puede repetir otra vez si no nos ha salido como esperábamos.

Cada día, te pase lo que te pase, en momentos de bajón o de subidón, llueva o solee, triunfes en algo o fracases… vuelve a pinchar en el centro firme de tu existencia, apóyate de nuevo en tu centro: «¡Dios, tú me amas! Eso es lo verdaderamente importante: ¡que tú me amas!»

Jesús bueno, que nos dijiste que el Padre no se olvida ningún día de ninguno de nosotros… que «aunque una mujer se olvidase de su hijo, yo no te olvidaré», no permitas que sea yo el que lo olvide. Todos los días quiero repetirlo: Gracias, Padre del Cielo, porque me amas; sí, me amas porque te da la gana, y porque me amas me has creado y vivo cada uno de los días de mi vida; porque me amas vivo hoy. ¡Gracias, Padre, porque me amas!

Puedes hablarlo ahora con él, y convencerle de que te meta en la cabeza esta verdad. Después puedes decirle la oración final.

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