Santa Regina, Mártir. Siglo II.

Alesia, en Borgoña. Fue educada en la fe por una nodriza cristiana. Por negarse a aceptar casarse la encerraron en un calabozo y sufrió tormentos. Una de aquellas noches, recibió en su calabozo el consuelo de una visión de la cruz. Murió decapitada.

El hambre y la sed, y el Varón de deseos

Cuando Jesús se dirigía con los apóstoles a Jerusalén, la madre de los hijos de Zebedeo se le acerca y le pide que disponga que sus dos hijos tengan asiento en su reino, uno a la izquierda y el otro a la derecha. Los dos apóstoles, aunque también desean lo que la madre, se muestran temerosos y avergonzados, incapaces de confirmar en alto la petición materna. Jesús les reprocha: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?»

—¡Podemos! —responden enérgicamente, afirmando que están dispuestos a hacer lo que Jesús quiera. Da gusto escuchar a estos dos jóvenes. Seguramente ni siquiera sabrían qué quería decir aquello de “podéis beber el caliz que yo he de beber”: ¿de qué cáliz habla? ¿qué significa beber de una copa? Pero no les importa no saber qué tendrán que hacer para lograr los mejores puestos en el nuevo Reino. «¿Que si podemos? Podemos lo que sea necesario», responden, con tal de alcanzar lo mejor. Son varones de deseos, de la misma manera que su madre es mujer de deseos.

La madre, al pensar en el reino, probablemente pensó en el reino temporal. Su visión era corta porque el reino que Jesús ofrecía no era de este mundo, pero su ambición fue mayor que su visión: pidió lo mejor que conocía; si, en cambio, pensaba en la eternidad, no pudo pedir nada mejor. Madre e hijos son almas de deseos, y esto significa superar la mediocridad, buscar el triunfo tanto en la tierra como en el cielo. Y nos dicen las escrituras: El deseo de Justo se logra, y en otro lugar: El justo verá colmados sus deseos (Prov. X-XI).

Esta escena nos ayuda a entender el «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.» Ambición, hambre, inconformismo con la mediocridad, sed de más, deseos grandes, ser soñador… Ante esta escena debemos reaccionar y ser también almas de deseos: desear un lugar junto a Cristo y no quedarnos como simples espectadores. 

En el libro de Daniel se le describe al protagonista como «varón de deseos». Bienaventurados, entonces, quienes tienen hambre y sed de justicia, es decir, las mujeres y hombres de deseos de un mundo en el que reine la justicia. Cuando Jesús anuncia esta bienaventuranza, «la mirada se dirige a las personas que no se conforman con la realidad existente ni sofocan la inquietud del corazón, esa inquietud que remite al hombre a algo más grande y lo impulsa a emprender un camino interior, como los magos de Oriente que buscan a Jesús, la estrella que muestra el camino hacia la verdad, hacia el amor, hacia Dios. Son personas con una sensibilidad interior que les permite oír y ver las señales sutiles que Dios envía al mundo y que así quebrantan la dictadura de lo acostumbrado.»

Quiero, Jesús, ser uno de ésos: quiero tener mucha hambre y mucha sed de bien, de más justicia, de un enorme amor, de una siembra abundante de verdad, de triunfo de la paz… Ante lo que me excede no me desanimaré sino que desearé; ante lo que no soy capaz no me desanimaré sino que te diré que lo deseo. Por otro lado, lo que dependa de mí, lucharé por cambiarlo. Y no olvido, ahora que soy joven, que si me preparo bien profesionalmente estará más capacitado para influir más en el mundo y así hacerlo más justo: tengo que trabajar mucho y bien. María, auméntame el hambre y la sed de justicia. Haz de todos tus hijos cristianos personas de deseos grandes.

Es el momento de hablar con Dios con tus palabras acerca de esta bienaventuranza. Ejercítate ahora como varón de deseos: deseo, Señor, esto… y esto otro… y esto otro…

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