San Buenaventura, Obispo y Doctor de la Iglesia. Siglo XIII

Tomó hábito en la Orden Seráfica y estudió en la Universidad de París. Una de sus obras más conocidas  es «Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo».

Mío, mío, mío

¡Mi dinero, mis tierras, mis posesiones! Cómo corren los «míos» y los «tuyos» en el gran mercado de los poderosos.

¡Mi escudilla, mis harapos, mi miseria!

 Cómo vuelan los «míos» y los «tuyos» en el inmenso círculo de los menesterosos.

¡Mis libros, mis amores, mi familia!

Cómo cantan los «míos» y los «tuyos» en el grandioso campo de los trabajadores.

Y en los castillos de los avaros…

Y en las empresas de los ambiciosos.

Los posesivos son el pan de cada día.

Ya no podremos decir que debemos amarnos como hermanos: a lo sumo, como amigos. ¡Si los hermanos se odian por luchas de egoísmo!

Y el rico desprecia dando, y el pobre se humilla extendiendo la mano.

Y dan con el gesto de quien arroja mendrugos a los perros malditos, en sus labios se dibuja la compasión, y es mentira. De sus manos cae el dinero… y chorrea sangre. Hablan de resignación al enfermo, y en su corazón lo desprecian.

Se buscan las ventajas y el brillo, y se ofrece lo que menos cuesta.

Cálculos y enmiendas antes de exclamar «es tuyo».

Todos pretenden ser amigos, pero ¡qué pocos quieren serlo!

La tacañería nos envuelve a todos con sus despojos. Todo lo que tocamos se ensucia con el «mío» y el «tuyo».

También en lo sobrenatural hemos metido el veneno.

De la misma forma que se da a los hombres, con codicia, se ofrece el corazón a Dios.

Para los mezquinos, Dios no es más que el poderoso a quien se acude a arrebatarle unas gracias, un poco de salud, otro poco de dinero, algo de lástima para nuestros dolores… Y así nuestros Sagrarios se llenan de lloros y de penas, de súplicas y lamentaciones. Dios ha dejado de ser el Dios-Amigo.

Parece que nos hemos propuesto, entre todos, tenerle serio a nuestro Dios.

Cuando sufrimos vamos a patalear al templo. Las alegrías las gozamos en hosco silencio, vueltas las espaldas al Señor. ¡Y él, que es amigo de las sonrisas!…

El egoísmo de nuestros tiempos hace que la gente no entienda por generosidad más que limosna (…)

Hoy los cristianos, también los hombres en general, viven con la esperanza de recibir, no sienten la alegría de dar. Por eso no saben lo que es amar. No entienden que para amar hay que darse.

Con muchos cristianos se sigue la misma táctica que con los niños pequeños: hay que prometerles un regalo para que tomen la medicina. Para que den limosna hay que darles teatros, rifas y fiestas. Para que acudan al centro de apostolado —y esto los más generosos— hay que montarles un billar.

¡Que se nos tenga que engañar para cumplir como cristianos!

El que venga al Cristianismo a buscar algo con miras egoístas se debe marchar; no encontrará más que una cruz tosca, hecha para criminales, en la que un Dios le presenta unas manos llagadas, pero abiertas y suplicantes.

En esas manos, los cristianos podemos dejar dinero, libros, inteligencia, trabajo e ilusiones. El rostro de Dios crucificado continúa suplicante. Es que pide el corazón.

«Ofrecéis a vuestros dioses —dice Papini— lo que menos os cuesta: genuflexiones, silabeos, perfumes y cantos; pero raramente sabéis ofrecer vuestra alma y vuestra vida. Vuestro corazón no pertenece a lo eterno, sino que está sujeto al vientre, al sexo, a la codicia ladrona y homicida.»

Generoso llamamos al que se desprende de unas pobres monedas.

¡Qué mezquinos somos los hombres con nuestro Dios!

El mundo compadece a los cristianos que se deciden del todo a ponerse al servicio del Señor. Y los compadece porque está incapacitado —tal es su egoísmo— para comprender el motivo de esas «decisiones».

Y contra esa «compasión» infame tenemos que alzar el grito, porque no podemos consentir que los egoístas sigan entendiendo que son los desengaños los que hacen ir a los hombres por el camino de Dios.

Señor, sólo quiero conjugar el nuestro. Que tenga alergia al mío, para mí, yo, mi, me, conmigo… Que me parezca a ti. Tu personalidad tiene ese rasgo muy marcado. Con egoísmos no es posible parecerse a ti. Gracias, y que no me acostumbre a ir a mi rollo. Madre generosa, ruega por nosotros tus hijos.

Es el momento de que hables con él algunos comportamientos egoístas que te dominan con más frecuencia. Convéncele de que te cambie el corazón progresivamente.

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