San Luis Gonzaga, Religioso. Siglo XVI.

Luis renunció al título y a la herencia paterna. Olvidó su origen noble y se dedicó al servicio de los enfermos, sobre todo, durante la epidemia de la peste. Quedó contagiado y murió con 23 años. Es el patrono de la juventud.

Ahora te toca a ti

«¿Has estado en Granada? —escribe Jesús Urteaga—. Cuando vayas o vuelvas por aquella preciosa cuidad pregunta por Puerta Elvira, pasa por ella y tuerce a la derecha. Te encontrarás con el mismo escenario que yo contemplé. Todo el sol de Andalucía caía por la cuesta de Alhacaba, la cuesta que sube al barrio de Albaicín, el barrio de los gitanillos.

»Aquí, a la izquierda, corría este mismo regato, la misma agua. ¡Mira más arriba! De ahí, de la derecha, de ese mismo carmen —en Granada llaman carmen a una casa con huerto o jardín—, salieron los dos gitanillos panzudos, protagonistas de este cuento, hecho carne por el amor de los chiquillos.

»El más pequeño, muy contento, daba palmadas. Su pelo, ensortijado, caracolillo, le caía sobre la frente. La camisilla al aire, no le cubriría más de un palmo y medio. Era casi negro, un negro tirando a gris-polvo de carretera. Los pies, descalzos, sobre las piedras del camino. ¿Qué tendría? ¡No más de cinco años!

»El mayor sí alcanzaría ya los diez.

»Con la vestimenta de los dos hermanos gitanos se hubiera podido cubrir a uno por completo. El pequeño llevaba media camisa; el mayor, un pantalón, que sujetaba con un tirante en forma de bandolera sobre la carne tostada por el sol.

»El pequeño danzaba alrededor del mayor. Éste, el de diez años, salía despacio del carmen de la derecha, con aire procesional, llevando entre las manos un bote de riquísima leche.

»Y aquí comenzó el diálogo:

»—¡Siéntate! ¡Primero beberé yo y después lo harás tú!

»¡Si le hubieras oído! Lo decía con aire de emperador. El chiquillo le miraba con sus dientes blancos, la boca entreabierta, jugando con la punta de la lengua.

»Y yo, como un bobo, contemplando la escena.

»¡Si vieras al mayor mirando de reojo al churumbel!

»Llevó el bote a la boca y, haciendo como que bebía, cerró fuertemente los labios, para que no entrara en su boca ni una gota de leche blanca y le tocara más al chiquitín.

»Después, alargando el bote, decía a su hermano:

»—Ahora te toca a ti. ¡Sólo un poco!

»Y el hermanito pequeño dio un sorbo… ¡Qué sorbo!

»—Ahora me toca otra vez a mí. —Y repitió la escena, completamente ajeno a mis miradas bobaliconas.

»Llevó el bote —ya mediado— a la boca, que mantenía cerrada.

»—¡Ahora te toca a ti!

»—¡Ahora me toca a mí!

»—¡Ahora a ti!

»—¡Ahora a mí!

»Y con tres, cuatro, cinco, seis sorbos, el churumbel de pelo ensortijado, panzudo, con la camisa al aire, terminó el bote.

»El “ahora a ti” y el “ahora a mi” me hicieron saltar las lágrimas.

»Entre risas gitanas de fondo, comencé a subir la cuesta de Alhacaba, llena de churumbeles. Mediada la cuesta, volví la cabeza. Tuve ganas de bajar y guardarme el bote. ¡Aquello era un tesoro! Pero, ¡cá!, ni siquiera pude intentarlo. Entre borricos cargados de botijos corrían diez churumbeles detrás del bote, dando patadas. El bote saltaba entre los pies negros, descalzos, sucios, de color gris-polvo de carretera.

»También el generoso jugaba con ellos, con la naturalidad de quien no ha hecho nada extraordinario, o —¡mejor!— con la naturalidad de quien está acostumbrado a hacer cosas extraordinarias.

»Interesante lección de compañerismo, generosidad, olvidarse de uno mismo o como se le quiera llamar. Pero así tenemos que vivir los cristianos: pensando más en los demás que en nosotros mismos, escogiendo lo mejor para el otro, dando de lo mío sin publicarlo a los cuatro vientos…»

Corazón de Jesús, qué gozada cuando encontramos alguien que vive así, con corazón generoso. Que aproveche la próxima ocasión que se me presente para decir «ahora te toca a ti». ¿Cuál es el último detalle de compañerismo o generosidad que he hecho, de este tipo? ¿Cuál puede ser el siguiente?

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Convéncele de que te dé un corazón generoso. Termina, después, con la oración final.

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