San Antonio María Gianelli, Obispo y Fundador. Siglo XIX.

De familia pobre, le es facilitada la entrada al seminario de Génova, donde llegó a ser Catedrático de Retórica. Se distinguió por su atención hacia los pobres, por la salvación de las almas y, con su ejemplo y dedicación, impulsó la santidad entre el clero.

Cubrir las espaldas

Ayer pedíamos no callar. Y el Salmo 140 nos enseña a dirigirnos así a Dios:

«Coloca, Señor, una guardia en mi boca,

un centinela a la puerta de mis labios.»

¡¡¡Una guardia en mi boca!!! No alguien, sino una guardia entera —es decir, el grupo de soldados necesario para controlar y defender un edificio o una zona—. El salmo es bastante elocuente y tiene buen humor: para controlar la boca… es preciso toda una guardia. Y en mis labios, un centinela que esté ahí día y noche, un centinela sólo para vigilar las entradas y salidas de mis labios.

Ya se ve que si ayer pedíamos al Señor ayuda para hablar —cuando es esconder la verdad, engañar…—, hoy le pedimos ayuda para callar.

¿Y qué callar? Por concretar, diría tres cosas: ninguna crítica, ninguna mentira, ninguna queja. Ni críticas ni mentiras ni quejas. Tratemos hoy de las críticas.

Los cristianos nos distinguimos porque no criticamos nunca. San Josemaría empleaba una expresión brutal, de esas que si te la imaginas te dan un poco de asco: decía que antes de hablar mal de alguien se mordería la lengua, y no dejaría de hacer fuerza con la dentadura hasta partirla, y luego la escupiría lejos… para evitar criticar. Decir algo negativo de alguien, hablar mal a las espaldas, comentar cosas negativas de otros… no es el estilo de nuestra familia cristiana.

He oído que nadie quiere ser el primero en irse de algunas reuniones informales de amigos o amigas porque sabe que, en cuanto se vaya, el resto empezarán a hablar mal de él. ¡Qué horror!

Los cristianos sabemos que los demás, cualquiera, es hijo de Dios; a todos los queremos querer, y salimos en la defensa de quien está ausente. Si es verdad algo negativo, se lo decimos a él, a su cara, para que pueda corregirse. Pero a las espaldas sólo hablamos bien, sólo decimos lo positivo. Y si otros no dejan de criticar, nos vamos, sin disimulo: ¡que sepan que nadie es criticado delante de nosotros!

En la guerra, cuando un soldado avanza, los demás le cubren las espaldas: puede andar tranquilo solo mirando hacia delante porque los demás se encargan de vigilar por detrás. Pues el cristiano es un valeroso cubridor de espaldas: todos pueden saber que delante de un cristiano no se hablará mal de él.

Corazón de Jesús, tú nos enseñas a hablar y a callar. «Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios.» Que esta boca que tocas tú cada vez que comulgo nunca la use para hablar mal de nadie: a todos los amas tú, y ¡seguro que no soportas oírnos hablar sin cariño, sin disculparles, sin excusarles! Yo también quiero quererles, y siempre disculparles. Dame fuerza para decir a la cara del interesado lo que tenga que decirle. Que los demás descubran cómo eres tú al ver cómo me comporto yo: que no les escandalice con mis críticas. ¡Nunca! ¡Quiero cubrir las espaldas de cualquiera!

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Termina, después, con la oración final

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