San Guillermo de Vercelli, Abad. Siglo XI.

Peregrinó a Santiago de Compostela con cadena de gran peso. A su regreso a Palermo, una mujer quiso calumniarle. En respuesta, el santo provocó una hoguera y se lanzó a ella, provocando el arrepentimiento de la mujer, que vio cómo no le tocaban las llamas.

El secreto de los veinte siglos

En el boxeo prima un principio: dar mucho y recibir poco. Quizá este deporte no está muy de acuerdo con la dignidad del hombre, pero nos sirve el principio en el que se basa. Este principio me recuerda otras palabras. ¿Sabes cuáles son las únicas palabras de Jesucristo que no  conocemos gracias al Evangelio, porque no están escritas en él? Durante mucho tiempo pensé que todo lo que había dicho en su vida terrena estaba recogido en uno de los evangelios. Pero no, y son éstas: «Más alegría hay en dar que en recibir.» Las conocemos por el libro de los Hechos de los Apóstoles. «Más alegría hay en dar que en recibir.»

Dejando aparte el boxeo, no es frecuente escuchar esto. Es más, continuamente oímos lo contrario… Televisión, publicidad, prensa, amigos y tantos que nos rodean parecen decir lo contrario: «Más alegría hay en recibir que en dar.» Y nosotros, de vez en cuando, nos lo creemos. Los cristianos tenemos que experimentarlo, para que los demás vean que es así: somos mucho más felices cuanto más damos.

Pero hay una diferencia: el lema del boxeador dice dar mucho… y recibir pocos golpes. Nosotros sabemos que recibimos al dar, que cuanto más damos más recibimos: damos un tipo de cosas, y lo que recibimos es de otro orden, es algo invisible pero más valioso…

Dar más, dar mucho, dar siempre… puede ser duro o incluso árido, puede hacerse cuesta arriba y doloroso en ocasiones… Sin embargo, siempre llena de alegría… Como decía Chesterton: «La alegría, que era la pequeña publicidad del pagano, es el secreto gigantesco del cristiano.» Sí: ¡la alegría del cristiano es nuestro gigantesco secreto!

Señor, es verdad que con frecuencia vivo con la ilusión de recibir, busco que los demás me den. Quiero vivir pendiente de dar a los demás… y recibir de ti. «Dad y se os dará», dijiste. Que dé y me dé, y entonces recibiré de ti la vida nueva, esa nueva forma de estar en el mundo.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Termina, después, con la oración final.

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