San Josué, Patriarca del A.T.

Conmemoración de san Josué, hijo de Nun, que a la muerte de Moisés guió al pueblo de Israel, cruzando el Jordán, en la tierra prometida.

La alegría y bienaventurados los que lloran

Juan Pablo I recoge este cuento en su libro Ilustrísimos Señores: «Un irlandés muere repentinamente y comparece ante el tribunal divino muy preocupado, pues el balance de su vida era más bien deficitario. Como había cola, se puso a observar y escuchar. Tras haber consultado el gran fichero, Cristo le dice al primero: “Veo que tuve hambre y me diste de comer. ¡Muy bien!, ¡entra en el paraíso!” Al siguiente: “Tuve sed y me diste de beber.” A un tercero: “Estuve preso y me visitaste.” Y así sucesivamente.

»Por cada uno que era destinado al paraíso, el irlandés hacía examen y hallaba algo de que temer; ni había dado de comer, ni de beber, no había visitado ni a presos ni a enfermos. Llegado su turno temblaba, viendo a Cristo examinar el fichero. Pero, mira por dónde, Cristo levanta la vista y dice: “No hay mucho escrito. Sin embargo, también tú hiciste algo: estaba triste, decaído, postrado y tú viniste y contaste unos cuantos chistes que me hicieron reír y me devolvieron el ánimo. ¡Al paraíso!”»

En el cielo existe la alegría y se rifan a los alegres. Dice santo Domingo Savio: «Entre nosotros se hace uno santo a base de alegría.»

¡Qué importante es estar alegres! Hace poco asistía a un congreso sobre los cristianos hoy organizado por la revista Vida Nueva. Se insistió en la necesidad de cuidar la imagen de la Iglesia y de la fe cristiana. Así es: es la era de la imagen, y la alegría es el mejor testimonio y la mejor imagen.

La alegría es la imagen del amor, de la paz, del que vive acompañado y sereno, del que sabe que todo tiene sentido, de que confía en un Padre Bueno a quien pertenece el mundo y es Señor de la historia. Un alma enamorada es un alma alegre. La alegría cristiana habla de algo que no es de este mundo; y además es contagiosa.

Veamos tres confusiones frecuentes:

a)      En primer lugar, hay quienes confunden la exigencia, la autoridad y hacerse respetar con la dureza o el mal genio. Éstos piensan que hay que enfadarse de vez en cuando porque con alegría no se exige ni se ayuda a los otros. Quien así piense se equivoca. La alegría es la mejor ayuda que podemos dar a los demás. El consejo, el aviso, la orden o el mandato están bien, pero si van acompañados de una sonrisa… mucho mejor, pues la exigencia alegre desarma, sobrecoge, estimula. Necesitamos vivir con gente alegre: para tristeza ya está el desorden originado por el pecado.

b)      En segundo lugar, la confusión de los «emocionados de la vida». Me refiero a quienes ponen cara seria y andan acelerados, con cara de víctimas porque piensan que así dan la imagen de quien tiene mucha responsabilidad, de quien se está matando a trabajar… Se ponen serios para darse aires de importancia. Craso error: van de emocionados, y lo que buscan es darse importancia y que los demás se compadezcan de ellos. Al final se hacen algo insoportables: todos agradecerían que trabajasen menos y sonriesen más.

c)      Tercera confusión. Algunos confunden la alegría con la risa. No son lo mismo, ni necesariamente van juntas. La risa es momentánea. El Señor llama bienaventurados a los que lloran y no a los que ríen (Lucas 6, 20). Es más, a éstos les avisa. En cambio a los que sufren les dice que estén alegres. No confundir reír con alegría y llorar con tristeza. Es posible llorar de dolor y al mismo tiempo disfrutar de alegría íntima. Y es posible reír un rato y tener el alma triste.

El joven rico (cfr. Marcos 10, 17) se fue triste porque el camino que emprendió no era el camino de Dios, a Jesús le daba la espalda, y eso que poseía una gran riqueza. El dinero le daría satisfacciones, le haría reír en algún momento, pero esa risa sería un acto fisiológico, como la respiración; mientras tanto, la tristeza la mantendría en su interior.

Cuando Dios creó el mundo vio que todo cuanto había hecho era bueno y en el caso del hombre era muy bueno. Sólo el pecado introdujo el mal y la tristeza. La alegría nos ayuda a ver la bondad de las cosas y, por tanto, nos aleja del mal. Es más fácil pecar cuando se está triste porque la tristeza es un mal.

Alegra, Señor, mis días. Que siembre alegría por donde pase. Que quienes hoy estén conmigo te descubran en mi sonrisa. Que pueda decir yo también: «Entre nosotros se hace uno santo a base de alegría.» Sé que seguirte a ti es comprometerme a llenar el mundo de paz y alegría. Santa María, Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.

Puedes hablar con Dios con tus palabras, comentar qué te quita la alegría… porque lo que nos quita la alegría suele ser algún obstáculo que nos separa de él.

Ver todos Ver enero 2022